La progresiva intervención papal en la Iglesia chilena
Los casos de abusos fueron el detonante de una toma total de control por parte de Francisco, con un desenlace aún abierto.
Fueron 34 los obispos chilenos que llegaron en la tarde del martes 15 de mayo hasta el “auletta” del Aula Paolo VI en el Vaticano para reunirse con el Papa Francisco. Lo hicieron en silencio y con prudencia, tal como lo pidió el sumo pontífice.
En este primer encuentro, el Papa fue cauteloso y, según informó la oficina de prensa de la Santa Sede, Francisco sólo se limitó a entregarle “a cada uno de los obispos el texto con los temas de meditación”, abriendo así un “tiempo dedicado exclusivamente a orar”. Eso durará hasta este miércoles 16, cuando el motivo por el que la Conferencia Episcopal Chilena (Cech) completa llegó hasta el Vaticano sea abordado directamente con la máxima autoridad de la Iglesia Católica.
La expectación por el viaje que mantiene en suspenso el futuro de la Iglesia en Chile comenzó en abril de este año. En ese entonces el Papa decidió mandarle una carta a toda la Cech luego de haber recibido el informe que redactó el Arzobispo de Malta, Charles Scicluna, tras su visita a Chile para hablar con varios denunciantes de víctimas de abuso sexual por parte de sacerdotes chilenos. La misiva llegó a manos de los obispos el 10 de abril y las palabras de Francisco fueron claras: “Tras una lectura pausada de las actas de dicha ‘misión especial’, creo poder afirmar que todos los testimonios recogidos en ellas hablan en modo descarnado, sin aditivos ni edulcorantes, de muchas vidas crucificadas y les confieso que ello me causa dolor y vergüenza”. El impacto fue profundo.
Un episodio “dramático” y “sin precedentes”
La última vez que la Cech se juntó con el Papa fue en febrero de 2017 para la visita ad limina que se realiza cada cinco años. Esta tradición existe de manera formal desde 1909 y tiene el objetivo de que todas las diócesis rindan cuenta ante el pontífice de lo que está pasando en sus iglesias locales. Ese es el conducto regular y el Vaticano es muy estricto en su cumplimiento y en su periodicidad, tal como lo regula el decreto de la sagrada congregación.
Por eso la citación perentoria de las autoridades eclesiásticas chilenas a Roma fue la primera señal de que lo que estaba pasando no era normal. La historiadora Ana María Stuven explica que esta situación “es sin duda inédita, ya que la Iglesia en Chile nunca ha pasado por una crisis semejante”.
A juicio de Stuven, es cierto que la Iglesia chilena ya ha tenido fuertes cuestionamientos en su historia. Pero la crisis actual “es dramática y no tiene precedentes”, porque combina dos elementos que nunca se habían dado hasta ahora. “Por un lado mezcla el cuestionamiento que surge por los abusos sexuales de [Fernando] Karadima con algo mucho más profundo, que explota con los casos de abuso, pero que abarca ya no solamente la conducta reprobable de algunos sacerdotes, sino que involucra la forma de ejercer el poder por parte de la autoridad eclesiástica”, afirma la historiadora y docente en las universidades Católica y Diego Portales.
La canonista e integrante del Consejo Nacional de Prevención de Abusos y Acompañamiento de la Cech, y también académica de Derecho de la UC, Ana María Celis, coincide en que todo lo que ha pasado desde enero con la visita del Papa hasta ahora es “excepcional”. Como antecedente Celis comenta la reunión de Benedicto XVI con una delegación de los obispos de Irlanda en 2010. En ese caso, hubo 320 personas que acreditaron abusos por parte de 46 sacerdotes ocurridos entre 1975 y 2004, de los cuales 11 fueron condenados por abusos sexuales contra menores, después de haber sido encubiertos por la jerarquía de la Iglesia durante décadas. Pero Celis agrega que la diferencia es que ésta “es primera vez que se convocan a todos los obispos, eméritos o no, de un país”.
La intervención del Papa
Los cuestionamientos a los obispos chilenos surgieron con fuerza en 2010, cuando las denuncias de abusos sexuales por parte del sacerdote Fernando Karadima explotaron en los medios. Desde esa fecha hasta ahora, los denunciantes —James Hamilton, José Andrés Murillo y Juan Carlos Cruz— han liderado la ofensiva contra el clero chileno por la responsabilidad en el encubrimiento de abusos. De hecho, Francisco los invitó al Vaticano para escuchar personalmente sus testimonios.
Desde 2010 hasta ahora el Vaticano había dejado que la Iglesia chilena se hiciera cargo del asunto. En una primera etapa estuvo en manos del cardenal Francisco Javier Errázuriz y posteriormente en Ricardo Ezzatti. Sin embargo, la autonomía con la que las diócesis chilenas estaban dando respuesta a la crisis llegó a su fin.
La primera señal fue la decisión del Papa de enviar a Scicluna. Fue entonces cuando quedó en evidencia que Francisco había determinado intervenir personalmente a la Iglesia chilena.
Así lo cree el sacerdote de los Sagrados Corazones Percival Cowley. “Su decisión de intervenir es clarísima, no amerita interpretación. Creer lo contrario solamente es por un interés de matizar la gravedad del asunto”, dice el religioso.
Para el ex capellán de La Moneda, la opción escogida por Francisco radica en su interés por “tomar medidas” en un lugar que se lo permita. “Chile ha resultado ser una especie de conejillo de indias donde se han experimentado cosas. Esta intervención del Papa y este modo en que lo ha hecho realmente es una especie de llamado de atención que está haciendo a la Iglesia en el mundo entero”, afirma Cowley.
A eso, Stuven agrega un antecedente más que para ella sirvió como detonante: “El Papa quiere resolver un problema que él mismo avivó cuando estuvo en Chile”, en referencia a su polémica visita de enero.
El teólogo de la Universidad Católica Antonio Bentué explica que la intervención del Papa tiene una justificación ya que Francisco, junto con ser el obispo de Roma, “al mismo tiempo tiene el servicio universal al ser también titular de todas las diócesis del mundo”. Bentué dice que “eso no es para sustituir a los obispos titulares de cada diócesis, sino para poder confirmar a sus hermanos particularmente con la atribución propia de él de poder intervenir en la gestión de cualquier obispo y corregirla de la forma que él estime conveniente por el bien de la comunidad si así lo requiriera”.
La opción de un eventual visitador apostólico
Actualmente Chile cuenta con 33 obispos. De ellos, cuatro —Ricardo Ezzati, Alejandro Goic, Gonzalo Duarte y Cristián Caro— ya cumplieron los 75 años, edad que establece el derecho canónico como límite para presentar sus renuncias ante el Vaticano y, en caso de que sean aceptadas, pasar a ser obispos eméritos.
Que esos sacerdotes pasen a retiro y se les acepten sus renuncias es el escenario más probable. Como es un procedimiento rutinario, no sería algo novedoso. Sin embargo, el informe Scicluna puso el ojo en el círculo de hierro de Karadima que aún tiene presencia en la Cech.
Se trata del obispo auxiliar de Santiago, Andrés Arteaga; de Osorno, Juan Barros; de Linares, Tomislav Koljatic, y de Talca, Horacio Valenzuela. Todos ellos han sido acusados por las víctimas de Karadima de encubrir abusos sexuales y, en especial en el caso de Barros, ha sido la misma comunidad de laicos de su diócesis quienes desde 2015 han pedido que deje sus funciones. Ese es uno de los escenarios que se podría presentar. “Chile necesita medidas inmediatas y una de ellas apunta a sacar a los obispos vinculados a Karadima”, dice Cowley.
Sin embargo, el ex embajador de Chile en el Vaticano entre 2004 y 2006, Pablo Cabrera, quien conoce de cerca cómo son los ritmos de la Iglesia, advierte que hay que calmar las expectativas de lo que pueda ocurrir. “Mi impresión es que aquellos que esperan que rueden cabezas inmediatamente están equivocados. Los tiempos eclesiásticos son distintos y aquí veremos transformaciones en el corto, mediano y largo plazo, nunca tan inmediatas. Serán etapas distintas de perdón, regeneración, también algunas renuncias”, dice Cabrera.
Sea cual sea el escenario, lo que está claro para el exdiplomático es que el Papa decidió actuar a fondo a nivel de estructura institucional. “Probablemente estamos ante una intervención completa a la Iglesia chilena, incluso es posible que no se descarte enviar a un visitador apostólico”, asegura Cabrera.
La figura del visitador apostólico podría ser otra de las novedades que esté pensando el Papa para Chile. En general, cuando toca nombrar a nuevas autoridades eclesiásticas el proceso normal consiste en que la Cech envía ternas al Nuncio, quien recaba la información y la envía a Roma, donde finalmente es el Papa quien define la designación. Esta vez hasta la continuidad del nuncio apostólico en Chile, Ivo Scapolo, está en vilo, ya que a él se le reprocha el hecho de que el Papa no tuviera todos los antecedentes sobre Barros.
En caso de que se designe un visitador, quedará nuevamente de manifiesto el interés del sumo pontífice por seguir de forma directa la situación chilena. Ana María Celis coincide en que es una opción y la explica de la siguiente manera: “Un visitador apostólico es alguien que, a nombre del Papa, realiza una visita a diversas diócesis, comunidades, congregaciones religiosas, seminarios u otros para escuchar y elaborar un informe que sea revisado por el Papa o sus encargados. Ello sucedió en Irlanda luego del encuentro con el Papa”.
Las resistencias
Con todo, y más allá de la idea casi unánime que reina en la Iglesia chilena sobre la importancia de que ésta viva un proceso de regeneración profundo, todavía hay voces que se resisten al cambio y, más aún, creen que los dardos se están apuntando equivocadamente desde el Vaticano. En esa línea, el cardenal Francisco Javier Errázuriz escribió una carta el pasado 10 de mayo a los obispos chilenos. En ella, defiende su actuar respecto del manejo que tuvo frente a los escándalos sexuales y, asegura que no fue encubridor cuando él lo dirigía el Arzobispado de Santiago.
En la misiva, asegura que él se atuvo a la ley canónica, al esperar cinco años antes de empezar a investigar a Fernando Karadima, expárroco de El Bosque, quien, según él mismo consigna en el texto, gozaba de gran popularidad y respeto.
No es la única voz disonante. Sacerdotes de la línea más conservadora de la Iglesia comentaron en reserva a PAUTA.cl que miran con cierta preocupación lo que está sucediendo en Roma. El problema más grande que se vive hoy, para ellos, es la rápida secularización de la sociedad chilena, cuestión que redunda en pocos bautizos, matrimonios y vocaciones sacerdotales. Para ellos, poner en el centro del problema el tema de los abusos puede esconder un problema más profundo. No obstante, aseguran que los abusos sexuales y el encubrimiento deben ser condenados con toda la fuerza.
Apoyando esta idea, un sacerdote agrega: “Este proceso será lento; es como un examen de conciencia que hace la Iglesia chilena para buscar las raíces de su profunda crisis, la cual se demuestra en el tema de abusos, pero también en la aceptación del aborto y la falta de vocaciones. La Iglesia Católica chilena dejó de ser una mayoría que tenga la capacidad y fuerza de hacerse oír”.