El supervisor de la educación superior: “Esta es una gratuidad que está enfocada”
Durante más de una década, el ingeniero comercial Juan Eduardo Vargas se desempeñó como gerente de finanzas corporativas en LarrainVial. Hoy, como director de la División de Educación Superior del Ministerio de Educación, tiene un enorme desafío: implementar la reforma a la educación superior.
Es viernes a las cuatro de la tarde, y Juan Eduardo Vargas, de 47 años, director de la División de Educación Superior del Ministerio de Educación (Divesup), se saca la corbata frente a una ventana que da la calle. Acaba de salir de una reunión con representantes de universidades —luego tendrá tres reuniones más— y mira hacia la Alameda. Después, se sienta en uno de los dos sillones negros de su amplia oficina.
Viste un traje negro, una camisa a cuadrillé celeste y de lo primero que habla es de incomodidad: la que siente al hablar de su vida. Dice, sin embargo, que entiende que es parte de su trabajo como autoridad de la cartera de Educación. Luego de un breve paso por el primer gobierno de Sebastián Piñera, ahora Vargas debe cumplir con un desafío mucho mayor: implementar la Ley de Educación Superior que el Senado aprobó a comienzo de año.
El camino que recorrió para ocupar esta oficina de paredes de madera, para sobrellevar esta agenda tan apretada, dice, lo empezó a transitar hace años, mientras trabajaba en LarrainVial. Allí, además de ser socio y gerente de finanzas corporativas, se convirtió en director de Azul Azul, la sociedad que controla al club de fútbol Universidad de Chile. Mientras asesoraba a empresas en sus aperturas en bolsas, en sus fusiones y adquisiciones tenía, de cierta forma, una vida paralela: durante seis años y medio, una noche por semana, iba a la Universidad Católica —donde había estudiado ingeniería comercial— a escuchar a hablar de Aristóteles, de Kant, de Heidegger.
A mediados de 2008, dice, ya tenía decidida su mayor apuesta: estudiar filosofía como un puente para dedicarse a la educación. Por eso, se mudó con su esposa y sus cuatro hijos —ahora tiene cinco— a España, para estudiar un máster en Filosofía en la Universidad de Navarra, institución relacionada con la congregación católica Opus Dei. No era la primera vez que vivía allí: sus padres, ambos historiadores, viajaron a especializarse en tres oportunidades al país ibérico. De hecho, durante su primera estadía, fue cuando nació él, su segundo hijo.
Fue a través de las lecturas del máster que Vargas descubrió la corriente que más lo marcó: el liberalismo. Su tesis analizó la perspectiva de John Stuart Mill, filósofo y economista inglés, liberal, del siglo XIX, sobre el intervencionismo del Estado en la educación. Fue mientras escribía esas páginas que, dice, terminó de entender algo fundamental para él: el valor de la libertad.
Además del liberalismo, otro de los grandes pilares de Vargas ha sido la doctrina católica. En 1995 trabajó durante un año en la capital de México, en una de las fundaciones de los Legionarios de Cristo. Allí, mientras desempeñaba tareas administrativas llegó, incluso, a saludar a Marcial Maciel, fundador de la congregación. Más de dos décadas después, fue uno de los chilenos que viajó durante una semana a una asamblea internacional en Roma para discutir los estatutos del movimiento. Hoy en día sigue siendo parte activa de la congregación.
A su regreso a Chile, fue contratado como asesor del Mineduc en ayudas estudiantiles, pero un año después, así como lo hicieron otros profesionales jóvenes del primer gobierno de Piñera, dejó su cargo. Dice, ahora, que entendió que podía aportar más a la sociedad desde otro lado.
Volvió durante poco más de un año a LarraínVial —una especie de lapsus, dice— y luego se convirtió, durante cinco años, en el vicerrector de pregrado la Universidad del Desarrollo en la sede Santiago. En noviembre del año pasado se contactó con Raúl Figueroa, a quien se mencionaba como un profesional que ocuparía un cargo en el Ministerio de Educación si Piñera llegaba a la Presidencia, para expresarle su interés en participar en la cartera. Figueroa se convirtió en el subsecretario de Educación, y el ministro de Educación, Gerardo Varela —a quien conocía de la época de LarraínVial—, decidió sumarlo a su equipo. El próximo año, según establece la misma Ley de Educación Superior, habrá cambios: la Divesup se convertirá en Subsecretaría de Educación Superior, lo que tendrá más presupuesto y más funciones. Probablemente Vargas sea su primer subsecretario.
“Ya es difícil subirse arriba de un caballo que va a mucha velocidad—dice Vargas—. A eso hay que sumarle implementar la nueva institucionalidad, que no es trivial: la gratuidad, que incluye como nuevo elemento los cobros diferenciados en función del decil del estudiante; armar un nuevo comité de expertos para definir los aranceles regulados; definir un nuevo sistema de acceso a la educación superior, que pasa de estar en manos del Consejo de Rectores de Universidades a la subsecretaría. Todas son tareas complejas”.
—Para usted la gratuidad nunca ha sido el mejor camino, ¿no?
“La gratuidad llegó para quedarse. Eso lo dice el Presidente —dice y señala el cuadro de Piñera que cuelga en una pared—. Hay que partir de la siguiente base: la Ley de Educación Superior se aprobó a principios de año con una amplia mayoría en el Congreso. No tiene mucho sentido cuestionarse a estas alturas si es el mejor camino o no, lo que sí está claro es que en la ley no quedó del todo bien y que hay aspectos que hacen que sea más oneroso, más gravoso, para las instituciones de educación superior que adscriben a la gratuidad. Esos aspectos son los que hay que ver y revisar, con las limitaciones presupuestarias que son evidentes.
—¿Le incomoda impulsar un sistema que no considera la mejor opción?
“La respuesta es no —dice, luego de callar durante varios segundos—. Cuando la gratuidad permite que el rico estudie sin pagar, duele desde el punto de vista de la asignación de los recursos. Pero esta es una gratuidad que está enfocada, y si bien seguirá subiendo en el tiempo, lo hará en la medida de que Chile sea un país más rico. Por supuesto que a nivel del diseño hay aspectos que a uno le gustaría haber cambiado o mejorado. Durante muchos años Chile tuvo una discusión muy interesante pero muy desgastante también, y se acordó a nivel transversal que este era un camino para financiar la educación superior”.
—¿Está de acuerdo con que se haya prohibido el lucro?
“En Chile se produjo esa discusión y finalmente lo que se impuso es que la sociedad no quiere universidades con fines de lucro. Eso es absolutamente respetable y razonable. En Brasil, a mediados de los 90 se derogó la ley que prohibía el lucro en las universidades, porque la cobertura de educación superior era bajísima. Eso permitió que se desarrollaran universidades privadas para atender la demanda. Chile, en ese sentido, enfrenta una situación completamente distinta. Ya tiene un buen nivel de educación superior y una de las coberturas más altas de los países de la OCDE. Por eso me parece bien que en las universidades el lucro no esté presente”.
—¿Cómo piensan disminuir el déficit presupuestario de las universidades que suscriben a la gratuidad?
“No son tantas. Hay instituciones donde esa brecha es prácticamente insignificante y se compensa con el hecho de tener la certeza de que el Estado les va a pagar. Hoy día Chile invierte 2,5 puntos porcentuales del PIB en educación superior; son pocos los países que invierten más. Me encantaría que pudiésemos hacer más aportes a las instituciones de educación superior, pero los recursos son limitados”.
—¿Cuál es el plan, entonces?
“Primero hay que acotar el problema. Ver a qué universidades afecta, en qué magnitud y de qué manera. En el caso de las universidades privadas, se creó un fondo de investigación que tiene como objetivo ayudar a paliar estos déficits. Además, las universidades del Cruch que están adscritas a la gratuidad reciben aportes basales del Estado. Las universidades también tendrán que saber cómo manejar de mejor manera un presupuesto más contenido. Entre todos tenemos que tratar de sacar adelante esto”.