Perros que guían en la oscuridad
La primera escuela de perros guía de Chile comenzará a entregar perros a los ciegos chilenos. ¿Cómo se seleccionan los canes? ¿Cuál es el entrenamiento? ¿Qué dicen los usuarios?
Bajo el sol intenso de noviembre, Brit Lambers —holandesa, 44 años— azuza a dos labradores para que entren a una casa grande y antigua. Allí, a unos pasos del Parque Bustamante, funciona la Fundación Lucha Contra La Retinitis Pigmentosa (Fundalurp) y su Escuela de Perros Guía. Los dos cachorros, Alma y Lorenzo, rondan el año y son los más grandes de la escuela. En los próximos meses, Lambers trabajará con ellos y los transformará en los primeros perros guía de Chile.
—Los perros le dan otra vida al usuario. No solo por el trabajo que hacen, sino por su función social —dice Lambers ya dentro de la casa—. Cuando la gente se encuentra con alguien con bastón solo la mira. Cuando ven a alguien con un perro, le hablan.
Lambers, que ha entrenado perros durante la mitad de su vida, vivió dos años en Uruguay, donde ayudó a desarrollar la primera escuela de perros guías de ese país. En 2017, la Federación Internacional de Perros Guía le pidió que viajara desde allí para aconsejar a los chilenos con la escuela que estaban creando. Desde Fundalurp le ofrecieron quedarse y aceptó. En abril de este año viajó en un auto con sus valijas, sus dos perros y un gato holandés. Lambers, que se formó en la KNGF Dutch Guide Dog de Amsterdam —una de las escuelas de perros guía más importantes de Holanda— sabe cómo transformar un perro en ojos que ven el camino, pero también cómo adiestrarlo para que a veces desobedezca a su propio dueño.
Los cachorros
El año pasado, la Escuela de Perros Guía de Chile recibió sus primeros cachorros de ocho semanas. Actualmente cuenta con 17 labradores, una raza elegida por su carácter dócil y sociable. A cada uno lo derivaron a los puppy raisers, es decir, a familias voluntarias que se encargan de cuidar y sociabilizar el perro durante su primer año de vida. Durante ese tiempo, deben llevarlos consigo a aquellos lugares que serán parte de su rutina: la calle, los centros comerciales, las oficinas, el transporte público. Durante este proceso, Lambers estará atenta. Sabe que tendrá que descartar a aquellos que son demasiado miedosos o están enfermos. Solo quedarán los que durante los primeros entrenamientos se sientan cómodos y seguros. En promedio, será menos de la mitad. Ellos se entrenarán durante seis u ocho meses y luego la escuela hará el match con el usuario.
Entrenar perros guía es un proceso delicado, serio y los requisitos para crear una escuela, estipulados en la ley chilena, no son sencillos: hay que contar, por ejemplo, con un entrenador reconocido por la Federación Internacional de Perros Guía que tenga más de una década de experiencia. Chile no lo había tenido hasta que llegó Brit Lambers.
La próxima meta es conseguir financiamiento para construir el edificio de la escuela en un terreno que les han donado en María Pinto. Andrea Moreno, la directora de la escuela, cuenta que simulará una casa y que deberá incluir un área para la estimulación temprana de cachorros y otra para maternidad.
Conseguir un perro guía desde Chile siempre ha sido sumamente difícil. Hoy en día, la única posibilidad es viajar al extranjero y desembolsar más de diez millones de pesos. La escuela chilena, al ser parte de la Federación Internacional de Perros Guía, los dará de forma gratuita.
—Está muy demostrado lo beneficioso que es un perro como mascota —dice Moreno—. Cuando a eso le sumas que se transforma en tu compañero de viaje, la rehabilitación llega mucho más allá. En la fundación siempre estamos intentando crecer y dar nuevas ayudas y esto era algo que el país necesitaba.
Según el II Estudio Nacional de la Discapacidad, en Chile hay más de 49 mil personas mayores de edad con ceguera total, pero no hay datos oficiales sobre la cantidad de perros guías. Moreno calcula que no sobrepasan la treintena, pero si la escuela continúa progresando, serán cada vez más. Al momento, adelanta, hay más de 50 personas en lista de espera.
Decidirse por un guía
Una labradora de color arena, con el pelaje de la cara blanquecino, está recostada junto a una mesa de un café de la calle Huérfanos. Lleva puesto un arnés y un cartel con un pedido: “No me toquen. Estoy trabajando”. A su lado, Paulina Bravo, de 45 años, explica que Holly, su segunda perra guía, se ha transformado en su sombra desde hace nueve años.
Al principio, esta abogada de la Corporación de Asistencia Judicial no pensó en tener un perro guía. En un inicio, de hecho, ni siquiera pensaba en su ceguera. Si bien a los cinco años le habían diagnosticado retinitis pigmentosa, una enfermedad degenerativa de la vista, hasta los 24 años no fue consciente de que veía cada vez menos.
—Empecé a descubrir que desde las seis de la tarde veía todo del mismo color… y que el suelo era algo muy duro —dice y se ríe—. Me caí muchas veces.
Por esa época, mientras caminaba por Valparaíso con su bastón, no advirtió un alcantarillado roto. Estuvo un año en una silla de ruedas con el tobillo fracturado. Bravo, que lleva una camisa blanca, lentes de sol y las uñas pintadas de celeste intenso, cuenta que entonces una amiga belga le habló de los perros guías. Entonces, convencida, se fue tres meses a Europa a buscar uno, pero estos perros, generalmente regulados por la seguridad social de cada país, no son dados a usuarios extranjeros.
Siguió buscando hasta que llegó a la fundación filantrópica estadounidense Leader Dogs for the Blind, una de las escuelas de perros guías más importantes del mundo. Para dar un perro, solo exige que los postulantes se paguen el pasaje hasta Rochester, Michigan. Allí llegó Paulina Bravo en enero de 2003.
A su regreso, creó la Corporación de Usuarios de Perros Guía para que aquellos chilenos que no supieran inglés pudieran viajar a Michigan con un intérprete. En 2012 la iniciativa dejó de funcionar, ya que Leader dogs dejó de aceptar nuevos postulantes extranjeros. Por eso, dice, es fundamental contar con una escuela propia, que cumpla con los estándares de la Federación Internacional y que pueda fiscalizar el uso que se hace del perro.
—Por eso es tan importante que aquí se haya fundado la primera escuela. Porque las personas que por primera vez quieran un perro solo van a poder conseguirlo en Chile. Afuera ya no existe la posibilidad —dice.
Enseñar a obedecer
Brit Lambers sabe que entrenar un perro también incluye enseñarle a desobedecer. A veces, para proteger a su dueño, el perro deberá ir en contra de sus órdenes, por ejemplo, si le piden cruzar una calle por la que están pasando autos. Es lo que los entrenadores llaman “desobediencia inteligente”. Lambers, que pone en práctica este concepto, sabe que un buen entrenamiento es, literalmente, una cuestión de vida o muerte.
Mientras los dos labradores descansan sobre las baldosas frías, Lambers cuenta que el entrenamiento, que por el momento se hace en las oficinas de Fundalurp, se realiza dos veces al día. Durante la primera etapa dura cerca de 20 minutos. Más adelante, puede llevar alrededor de una hora y media de trabajo. Al final, cada perro manejará cerca de 40 comandos: aprenderá a cruzar la calle en línea recta, a evitar obstáculos, a marcar puertas y escaleras. También a evitar obstáculos en la altura, como ramas o cables. Pero sobre todo, Lambers debe enseñarles a controlar sus propios impulsos: a no distraerse con gente u otros perros, no salir corriendo detrás de una pelota ni hurgar en la basura. Sabe que en cada ciudad los desafíos son distintos. En Amsterdam es evitar la cantidad de bicicletas. En Santiago, la cantidad de perros.
Ella, que ha participado de cerca de mil entrenamientos, asegura que los perros lo disfrutan. Para demostrarlo llama a Alma. Cuando le va a colocar el arnés, ella mueve la cola. La entrenadora cree que a diferencia de los perros que pasan el día en la soledad de una casa, ellos tienen la suerte de estar siempre acompañados. Además, cuando el perro no lleva puesto el arnés es consciente de que no está trabajando y, por lo tanto, vuelve a ser una mascota.
A partir de enero, otra de sus tareas en Chile será enseñarles a otros lo que sabe. Para eso, formará a tres nuevos entrenadores. Todos los días, durante tres años, les enseñará los secretos para convertir a perro en el mejor lazarillo. Cuando ella no esté, ellos seguirán formando nuevos perros guías chilenos.
El perro que devuelve
—¡Cheyenne! —gritó.
Durante el verano de 2003, Paulina Bravo llamó desde el otro lado de la puerta a quien sería su perro guía. Hacía tres días que había llegado a la fundación Leader Dogs for the Blind y era momento de conocer al que sería su acompañante durante la década siguiente. A veces, los encuentros entre el perro y su dueño no funcionan, no hay química, pero este no fue el caso.
—Se lanzó sobre mí. Fue un amor brutal, apasionado —dice Bravo—. No pescó nunca más a su instructor.
Durante el mes siguiente se quedó en Estados Unidos para acostumbrarse a ir con Cheyenne a todas partes: a los centros comerciales, los restaurantes, el metro. Durante el día y la noche. Luego repitieron el ejercicio en ciudades más grandes. Poco después de haber vuelto a Chile, la libertad que sintió fue tan fuerte, que Bravo decidió mudarse sola. Cuando Cheyenne se “jubiló” a los diez años, siguió viviendo con ella durante dos años más, hasta que la llevó al campo de sus padres. Holly, que ya cumplió nueve años, también deberá dejar de trabajar pronto. Otro perro, el tercero, vendrá después.
Cada vez se le han vuelto más indispensables. En abril del año pasado, cuenta, perdió súbitamente la audición del oído izquierdo y ahora debe llevar un implante coclear. Holly la guía a todas partes entre las calles difíciles del centro de Santiago, donde vive y trabaja.
También debe sortear los empleados que a veces le niegan el acceso. Le ha pasado en varias ocasiones. Una vez, cuenta, una aerolínea chilena le impidió subir a un vuelo de trabajo. Hace unos días la echaron de un bar en Lastarria, a pesar de que la Ley 20.025, que regula el uso de perros guías, establece que pueden entrar a todo tipo de establecimientos públicos y privados, así como subirse a los medios de transporte.
A pesar de la discriminación contra la que debe luchar, tener un perro guía ha sido una de las mejores decisiones que ha tomado. Desde que recibió a Cheyenne hace quince años, su bastón ha quedado abandonado en un rincón de su casa. Sabe que no todos los ciegos optarían por un perro, pero a ella le ha cambiado todo: ha recuperado su autonomía y además, dice, ha mejorado su posicionamiento frente a la sociedad.
—El cambio es drástico. Cuando la gente ve a alguien con un bastón ve a un ser humano susceptible de lástima, de ayuda, carente de autonomía. Los perros te devuelven la libertad y la dignidad que la sociedad te quita. Cuando adquieres una discapacidad te transformas en un ser marginal, pero el perro te devuelve la choreza para ir por la vida —dice, mientras Holly sigue atenta a su lado.