Los fantasmas del pasado persiguen la política de Argentina
El peronismo, que ha estado presente en la política Argentina por décadas, es el sentimiento que cruza la elección, y el cual los candidatos disputan.
Cuando Alberto Fernández llevó su campaña presidencial al suburbio bonaerense de La Matanza, la semana pasada, entró a un distrito de bajos ingresos que es territorio amistoso con el principal candidato de la oposición argentina.
Sus partidarios vitorearon y levantaron pancartas, pero Fernández no fue el único foco de atención de la multitud. Muchas banderas ondearon con el rostro de su compañera de fórmula, y expresidenta, Cristina Fernández de Kirchner, y la mujer que ambos afirman como su mentora política y espiritual: Eva Perón.
Las imágenes de “Evita” en un mitin político casi 70 años después de su muerte son un testimonio de la durabilidad y flexibilidad del movimiento político que ella y su esposo, el presidente Juan Perón, desencadenaron en Argentina en la década de 1940. Un indicativo de su legado es que tanto Fernández como el presidente, Mauricio Macri, están promocionando credenciales peronistas, ya que impugnan lo que las encuestas sugieren que será una estrecha elección este otoño.
Cuando emitan sus votos en las primarias del domingo en medio de la recesión, la austeridad y la inflación desenfrenada, los argentinos estarán en una encrucijada: continuar por la ruta de Macri tendiente a una reforma favorable al mercado, sin importar cuán dolorosa sea, o regresar a las políticas de orientación populista que propuso Fernández, con amplias expectativas de que su mano será guiada por Kirchner. Cualquiera que sea la forma que elijan, es probable que el peronismo desempeñe un papel importante.
Décadas de peronismo
Idealizada por Hollywood y en Broadway, la dura realidad en Argentina es que el peronismo polarizó su tierra natal mucho antes de que Donald Trump entrara en la política estadounidense o el brexit venciera al Reino Unido. Ese legado divisivo se está reproduciendo nuevamente en la campaña electoral de las elecciones presidenciales de Argentina en octubre.
Los líderes peronistas gobernaron durante aproximadamente la mitad de las últimas siete décadas. El movimiento sobrevivió años de enfrentamientos violentos e intervenciones militares entre 1950 y 1970. Ya sea durante la administración proempresarial de Carlos Menem o los gobiernos nacionalistas de Néstor y Cristina Kirchner, las acusaciones de corrupción han perseguido a las presidencias peronistas, mientras que la rentabilidad económica no ha cumplido con las expectativas.
“En general, es un desastre”, dijo Marcos Buscaglia, economista jefe de la consultora Alberdi Partners de Buenos Aires. “Una economía cerrada, con desequilibrios fiscales y monetarios, con sindicatos fuertes, con mucha regulación, con corrupción. Me parece que eso tiene mucho que ver con el peronismo”.
“Un sentimiento”
Tal opinión está en desacuerdo con casi un tercio de los votantes argentinos que, según las encuestas, seguramente votarán por la fórmula Fernández-Kirchner, como Noelia Irusta, maestra de escuela primaria y peronista confesa que asistió a la manifestación en La Matanza. Apoya a Kirchner-Fernández “para reactivar la industria” en Argentina. Para ella, el peronismo es un “sentimiento” que da “esperanza para el pueblo y para la gente que trabaja”.
El peronismo pertenece históricamente a la izquierda nacionalista: favorece a los trabajadores de las cadenas de montaje sobre los dueños de negocios; los sindicatos tienen una influencia enorme; y su retórica está enraizada en la protesta, el antielitismo y se centra en la industria nacional. Pero desde entonces ha navegado por un tortuoso camino político que permite ser reivindicado prácticamente por cualquier persona.
A pesar de las reiteradas ideologías, los dos programas principales tienen a prominentes peronistas. Macri eligió como su compañero de fórmula al senador Miguel Pichetto, un peronista moderado pero socialmente más conservador. Kirchner, una izquierdista con un historial de medidas populistas, corre junto a Fernández, otro peronista con tendencias más centristas que ella. De esta manera, los representantes peronistas prácticamente aseguran un papel principal en la próxima administración, sea cual sea el resultado.
Pragmatismo histórico
Ese instinto de supervivencia pone de relieve la naturaleza nebulosa del movimiento, una fluidez que le ha permitido adaptarse, evolucionar y, en última instancia, prevalecer a través de décadas de agitación política y económica. De hecho, el peronismo es tan elástico ideológicamente que se pudo acomodar tanto la privatización como la nacionalización de la petrolera argentina YPF en solo 20 años.
“El que es fiel al peronismo es el que es pragmático y sensato al saber cuál es el estado de ánimo”, dijo Paula Alonso, profesora de historia argentina en la Universidad George Washington. “El propio Perón fue extremadamente pragmático. Cambió de opinión y sus políticas varias veces”.
Incluso ahora, la mayoría de los legisladores argentinos se identifican como peronistas. Pero es Kirchner quien con mayor frecuencia considera que lleva la antorcha del peronismo, y controla sus palancas, desde ganarse el favor de los gobernadores hasta acceder a bastiones clave como La Matanza. Y esa es una preocupación para los inversionistas desesperados por evitar que se repita la economía cíclica, los controles de divisas y el default que marcaron su presidencia de ocho años.
Macri sucedió a Kirchner en 2015, compromido a sacar a Argentina del aislamiento internacional, pero un cambio radical lo obligó a solicitar un rescate récord de US$ 56.000 millones del Fondo Monetario Internacional. Podría decirse que es un reflejo de la desconfianza con la que aún se considera a Kirchner, que las encuestas sugieren que Macri podría ganar un segundo mandato a pesar de que la inflación supere el 50% y el peso haya caído casi un 80% desde que asumió el cargo.
Cristina popular
Sin embargo, no hay duda de la popularidad de Kirchner: Fernández llenó un gimnasio de escuela secundaria en Buenos Aires. Cinco días más tarde, en otro suburbio, Kirchner llenó un estadio con 15.000 asientos utilizado comúnmente para organizar recitales con músicos como Sting. Muchos ven su potencial retorno como la solución, no el problema.
Argentina está “muy mal económicamente y yo creo que la única persona que nos puede sacar adelante y a la economía de este país es ella”, dijo la administradora Nazareth Pérez presente en el estadio. “Todos quieren ser ahora peronistas pero no son peronistas”, dijo. “La única peronista es Cristina. Siempre tuvo su convicción política, siempre tuvo sus ideales políticos, nunca nos abandonó”.
Juan Perón fue producto de la Gran Depresión de la década de 1930 que obligó a Argentina a industrializarse antes de que la Segunda Guerra Mundial desatara un boom. Los líderes argentinos no estaban preparados para los escollos de la rápida urbanización, los salarios reales estaban en declive, y entre los trabajadores había “una sensación de que habían sido excluidos del proceso”, dijo Joseph Page, biógrafo de Perón y profesor de Georgetown Law. Perón, dijo, “se los ganó”.
Cuando asumió el cargo en 1946, Perón dio a los sindicatos un asiento en la mesa y los salarios de los trabajadores industriales aumentaron 53% en los tres años siguientes, escribió Daniel James, profesor de la Universidad de Indiana, en un libro sobre la época. A diferencia de sus predecesores conservadores, Perón evitó hablar de elevados ideales democráticos y buscó lograr ganancias concretas. En tanto, Evita ganó popularidad masiva como defensora de los pobres y las clases trabajadoras.
“Ella tomó el estandarte y se convirtió en el alma del peronismo durante su primera presidencia”, dijo Page.
Apelar a los indecisos
Para la oposición, el imperativo en las elecciones de este año es ir más allá de la nostalgia común por los ideales de Perón y apelar a los votantes indecisos que decidirán el resultado. El cementerio de La Recoleta, en Buenos Aires, muestra un sentido del desafío que se presenta y un flujo constante de visitantes rinde homenaje a la tumba de Evita.
Enzo Páez, de 50 años, maestro de escuela de la región de la Patagonia, dijo que tiene una gran estima por Evita y su legado de ayudar a los pobres, pero dice no ser peronista y que aún no ha decidido por quién va a votar. El peronismo de su época “tenía más lealtad al trabajo y a los humildes”, dijo. “No tenía tantos intereses personales para enriquecer a la clase política”.
El peronismo dio un giro en el mandato de Menem durante una década desde 1989. Hizo campaña con una agenda peronista, pero en el cargo favoreció las reformas favorables a los negocios, los precios más bajos y la privatización. También le gustaba alardear de su riqueza, al conducir en una ocasión un Ferrari desde Buenos Aires a una ciudad costera. Sin embargo, múltiples casos de corrupción y un colapso económico épico derivados de sus políticas contaminaron el legado de Menem.
El difunto Néstor Kirchner ingresó a la Casa Rosada en 2003 y supervisó un fuerte repunte económico tras una crisis desastrosa y un default antes de entregar la presidencia a Cristina en 2007. En los años siguientes, los fondos de pensiones fueron nacionalizados, se impusieron controles monetarios y se manipularon las estadísticas económicas. Últimamente, Macri ha tomado una hoja del libro de estrategias peronista, al congelar los precios de la electricidad a la comida para apaciguar a los votantes cansados de la recesión.
Dada la naturaleza camaleónica del peronismo, la pregunta sobre qué papel desempeña en la próxima administración sigue abierta. La presencia de Pichetto podría reunir suficiente apoyo en el Congreso para aprobar las reformas laborales y tributarias de Macri. O Fernández podría aprovechar el respaldo de Kirchner para implementar medidas populistas. Sin embargo, las acrobacias políticas parecen precarias: tanto Pichetto como Fernández criticaron a sus respectivos compañeros de carrera desde el principio, lo que aumenta la perspectiva de un callejón sin salida en el cargo.
En el umbral del retorno al mandato, de una manera u otra, el peronismo se enfrenta a la perspectiva contradictoria de mantener la influencia mientras pierde sus ideales. Julio Bárbaro, un comentarista político y exlegislador peronista, cree que ese momento ya ha llegado. El peronismo “es un recuerdo que da votos, pero ya no es nada”, dijo. “Ya no es un partido, es un recuerdo, nada más”.