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Toque de queda y Jacques Delors

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PAUTA
POR Cristián Rodríguez |

En una columna especial para PAUTA, el intelectual y conductor del programa “Desde el Jardín” reflexiona sobre el sentido y proyección política de las últimas jornadas.

A esta hora en que escribo estas líneas, se acaba de decretar toque de queda en Santiago. ¿Cómo llegamos hasta aquí? No es posible hacer un análisis certero –estando tan encima de los hechos– que pueda dar con las causas profundas de este desborde callejero que ha sorprendido a todos y está desafiando no solo al Gobierno, sino a la democracia misma, que tanto ha costado reconstruir desde la transición.

Lo más honesto, en primer lugar, para todo el que pretenda hacer un análisis, es la perplejidad. La perplejidad permite enfrentar con honestidad y apertura lo ocurrido, para no caer en el error de usar herramientas de análisis equivocadas ante un hecho nuevo que pone en jaque todas nuestras certezas.

Solo queda”parar la oreja” -como dicen en el campo- para percibir lo inaudito (lo que no habíamos sabido oír) de este desborde en curso. Y para parar la oreja hay que bajar a la calle. Hace unas horas estaba en Vitacura y se escuchaba el sonido plácido de los zorzales y de los niños jugando en las plazas. Ahora estoy en el centro de Santiago y escucho un persistente cacerolazo por un lado y acabo de ver a pocas esquinas de aquí un bus incendiado.

El nihilismo

Puedo distinguir, entonces, dos tipos de manifestaciones en la ciudad de Santiago, o dos tipos de indignaciones. Una, violenta, nihilista, la que desbordó al Gobierno y la policía, y que terminó con estaciones de metro incendiadas y saqueos a tiendas comerciales. Es un desborde nihilista muy difícil de enfrentar e, incluso, hasta estas horas, contener. Con grupos que arrasan con todo a su paso y saquean sin lógica alguna (televisores plasmas y bebidas alcohólicas, pero no artículos de primera necesidad) no se puede dialogar y no hay medida (como la suspensión del alza de los pasajes del Metro, que anunció el Presidente Sebastián Piñera) que logre aplacar su furia irracional. Esa primera indignación es la que ha ocupado la primera plana de los medios y la que ha metido más ruido. Ante ella solo cabe una condena clara y contundente, sin ambigüedades: cualquier otra actitud ante ella sería un oportunismo irresponsable.

“Ante la violencia solo cabe una condena clara y contundente, sin ambigüedades: cualquier otra actitud ante ella sería un oportunismo irresponsable”.


Pero hoy día escuché en varias calles de Santiago otra indignación, no violenta, con muchos focos en distintos puntos de la ciudad, pero también en regiones, de cacerolazos, bocinazos y manifestaciones callejeras pacíficas. Eso hace más complejo el escenario y esta indignación no se apaga sólo con la Ley de Seguridad del Estado y la declaración del estado de excepción. 
Al parecer, y hay que ser muy cauto en afirmar incluso esto, hay una parte importante de la ciudadanía que está muy molesta. Hay que reconocerlo y no hacerse los sordos. Es verdad que en muchos sentidos el Chile actual es mejor que el Chile de décadas atrás. Pero también es verdad que la vida diaria de millones de personas en esta megápolis es una odisea, que parte con un transporte poco amable y eficiente, y que sigue con una sensación de vulnerabilidad y precariedad crecientes (salud, pensiones, trabajo, etc).

Contener y reprimir la violencia nihilista por supuesto que es una obligación de cualquier gobierno, del signo que sea, y habrá que evaluar en el curso de los días si la declaración de estado de emergencia y la salida de militares a las calles conseguirá ese objetivo. O si, al contrario, incendiará más la pradera. De partida, este estado de emergencia está haciendo imposible un diálogo político con todos los sectores de la oposición, diálogo fundamental sobre todo en estas horas críticas.

No escuchar esa otra indignación (no la encapuchada) que desde hace tiempo estaba en estado de latencia o de murmullo, no escuchar eso, para hacerse cargo de forma responsable y consistente de ella, con sensibilidad política fina, puede significar el derrumbe final de la credibilidad en la clase política y el comienzo de una crisis política sin precedentes en Chile desde el inicio de la transición a la democracia.

Más calle y menos encuesta

Eso requiere de un gobierno con más “calle” (contacto con la realidad cotidiana) y menos adicto a las encuestas. Son dos cosas distintas: la calle y las encuestas. Y cuando digo calle, no digo solo los que salen a manifestar a las calles, me refiero a la realidad de las poblaciones periféricas y de sectores medios más vulnerables.

Es paradójico que un Presidente que pareciera llevar consigo todos los días un “people-meter” de bolsillo, no haya podido oír el murmullo social que se amplificó en estallido, grito y furia. Tener “más calle” no significa entregarle a la calle todo el poder y la verdad: eso es populismo. Significa caminar con la gente, entrar con ella todos los días al metro, sentir en el cuerpo las distancias deshumanizantes de nuestra ciudad, conversar. Aunque sea simbólicamente. No basta con sacarse la foto andando una vez en metro… eso ya no se lo compra nadie, eso se lee como “farándula”. Un poco de empatía, colocarse en el lugar del “otro”.

“Es paradójico que un Presidente que pareciera llevar consigo todos los días un “people-meter” de bolsillo, no haya podido oír el murmullo social que se amplificó en estallido, grito y furia”.


Conversar mucho, de verdad, significa ver rostros humanos reales, escuchar sus historias, atender, contener. No dejarlos al descampado, a la intemperie… Hay inseguridad hoy día en los chilenos: por la delincuencia, por la cesantía, por la salud, por las jubilaciones. 
El país creció, los índices de pobreza se mejoraron, pero las brechas entre los sectores sociales se hicieron muy grandes. La riqueza concentrada en muy pocos es una desmesura y ella tarde o temprano lleva a la crisis, eso lo sabía la antigua sabiduría china o los griegos cuando decían que el principal enemigo del equilibrio social y personal era la “hybris” (desmesura).

Un desarrollo posible en cualquier país no puede albergar un desequilibrio así en su seno. El problema no es la riqueza, sino la riqueza desmesurada. Las colusiones y la promiscuidad entre política y dinero también son síntomas de la misma desmesura. Todo eso se ha ido acumulando en el oído y la memoria de muchos chilenos, que han transitado de la molestia al hastío y la indignación.

Realidades más que cifras

Otro problema: cuando la economía se mueve en el terreno de lo ideal y lo teórico y cuando hay un abismo entre las cifras de esa economía y la realidad de todos los días de un sector importante del país. Una cosa son lo que dicen las cifras, otra es cómo encarna eso en la realidad. Hay que ser más aristótelico y menos platónico en el análisis económico: una visión económica que se mueve solo en el terreno de las cifras macroeconómicas (las nuevas ideas, el nuevo inteligible de hoy), carece del barómetro que permite pulsar la temperatura de los días, la temperatura humana.

“Hay que ser más aristótelico y menos platónico en el análisis económico: una visión económica que se mueve solo en el terreno de las cifras macroeconómicas carece del barómetro que permite pulsar la temperatura de los días, la temperatura humana”.


Otra regla de oro: tener cuidado con generar expectativas muy altas (“vienen tiempos mejores”). 
Y no se trata de dar lo que no se puede dar: se trata de explicar mejor, con más pedagogía lo que se está haciendo y gradualizar las medidas que a veces es inevitable tomar. Y abandonar todo dogmatismo (incluyendo el economicismo) y la fe ciega en que la respuesta técnica puede sustituir a la respuesta política. Excelentes técnicos y políticos sin tonelaje y tino es una pésima ecuación. Macri en Argentina y Moreno en Ecuador pagaron alto el costo por ello. Ojalá el país asuma esta crisis con inteligencia y la clase política se haga una autocrítica profunda, abandone su zona de confort y piense sin agenda corta en la mano. ¿Pero hay políticos que estén en ese espíritu? Este no es tiempo para frivolidades ni pequeñeces ni chistesitos (como el del ministro).

Tampoco me parece que la oposición y particularmente la izquierda deban sacar cuentas alegres y subirse al carro del descontento sin condenar la violencia nihilista. Cuando la izquierda coquetea con la violencia retrocede décadas de evolución y madurez política y no es leal a su compromiso histórico con la democracia, que hizo posible esta imperfecta pero loable transición a la democracia.

Llegó la hora decisiva

Ahora vamos a ver si los políticos de Chile dan el ancho: es la prueba más crucial por las que serán en el futuro evaluados. En esta hora crucial, necesitamos grandeza, reflexión profunda, patriotismo no retórico. Lo que está claro es que se perdió mucho tiempo. Había signos que presagiaban una posible crisis solapada, pero no se encendieron las señales de alarma donde debían encenderse: en la clase política, empresarial y también intelectual.

“¿Cómo los políticos no lo vieron venir? ¿Y cómo lo iban a poder ver, si en vez de estudiar estaban tuiteando?”


Jacques Delors fue el rival interno a Francois Miterrand en el Partido Socialista. Cuando estalló la crisis por la inmigración en Europa, ante la incredulidad y estupor de todos, alguien le preguntó: “¿Cómo los políticos no lo vieron venir?”. Delors respondió: “¿Y cómo lo iban a poder ver, si en vez de estudiar estaban tuiteando?”

Para gobernar y hacer política, también se necesita estudiar y pensar. Allí donde no se piensa de verdad, terminan instalándose las ideas hechas y los análisis superficiales y sin espesor sobre la realidad política. Recuerdo esa memorable observación de Delors, mientras las patrullas militares se preparan en las calles de Santiago para administrar el primer toque de queda después de la transición a la democracia.