Cae el número de migrantes que piensan quedarse en Chile indefinidamente
Según el Servicio Jesuita a Migrantes, tras la crisis también aumentó la cantidad de extranjeros que piensan irse del país inmediatamente o en el corto plazo.
Cuando Freddy Gómez escapó del colapso económico de Venezuela en 2017, buscó un nuevo comienzo en uno de los países más ricos y estables de Sudamérica: Chile
Pero a medida que el país, una vez considerado un “oasis” latinoamericano, se sumía en la violencia y el caos en los últimos dos meses, su vida volvía a ponerse de cabeza. Las protestas contra un alza en la tarifa del metro rápidamente escalaron para transformarse en multitudinarios disturbios, lo que perjudicó a la empresa de transporte donde trabajaba como reclutador y, finalmente, le costó el trabajo.
“Las empresas viven mucho con el día a día”, dijo Gómez. “Si no venden, no pueden pagar sueldos y, debido a las protestas, muchas se vieron afectadas. Estoy considerando la posibilidad de migrar”.
Partir nuevamente
Gómez se encuentra entre un número cada vez mayor de inmigrantes que posiblemente abandonará el país a medida que la economía chilena, que alguna vez fue un símbolo de los mercados emergentes, peligra al borde de una recesión. El desempleo se acerca a una cifra de dos dígitos por primera vez desde la crisis financiera mundial de 2009, mientras que se espera que el crecimiento se debilite el próximo año al ritmo más lento en una década, proyectó este mes el Banco Central.
A medida que la economía se deteriora, el porcentaje de inmigrantes que planea permanecer en Chile de forma indefinida cayó a 35% frente a 44% antes de que comenzaran los disturbios, según un estudio publicado este mes por el Servicio Jesuita a Migrantes, organización católica internacional que ayuda a los refugiados.
Al mismo tiempo, la cantidad de migrantes que dijo que estaba considerando irse inmediatamente o durante el próximo año se duplicó con creces a 11%, señaló la organización tras entrevistar en octubre a 576 inmigrantes en todo el país, antes de que comenzara el estallido social, y a otros 449 entre el 28 de octubre y el 16 de noviembre.
El efecto de la divisa
Quienes ayudan a sus familiares en el extranjero están asumiendo la carga adicional de una moneda que llegó a un mínimo histórico tras el inicio de las protestas.
Ese es el caso de Fredlymar Suárez, profesora de química venezolana que ahora se gana la vida vendiendo empanadas en la entrada de una estación de metro. El peso más débil ha reducido el valor de las remesas que envía a sus tres hijos en Venezuela, dijo.
Esto cambia la suerte de los más de 1 millón de inmigrantes, muchos de ellos venezolanos, que viven en Chile. Para 2018, los extranjeros representaban aproximadamente 6,6% de la población del país, un gran aumento frente a 1,8% de 2010, según estadísticas del Gobierno. Es probable que el porcentaje haya aumentado aún más desde entonces, principalmente debido a la implosión de la economía de Venezuela.
Pero a medida que los disturbios aumentaban en octubre, más extranjeros comenzaban a irse en lugar de ingresar a Chile por primera vez en todo 2019, según datos del Ministerio del Interior.
“Para el migrante, ¿cuál es el mejor recurso que tiene? Su fuerza laboral. Es el mejor recurso que tiene el migrante y su familia”, señaló Richard Velázquez, jefe de Misión de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) en Chile.
Pocas alternativas
Pese al cambio de percepción, no hay señales de que una gran cantidad de inmigrantes vaya a abandonar el país. Los migrantes no tienen muchas alternativas a Chile en otros países andinos, ya que Perú y Ecuador han endurecido los controles de migración, mientras que el nivel de vida de Colombia está muy por debajo del de Chile.
Amanda Silva, diseñadora gráfica venezolana que todas las mañanas vende comida en la entrada de una estación de metro, dijo que le impactó la violencia de algunos de los manifestantes.
“Los daños aquí son peores que en Venezuela”, señaló.
Pero todavía no planea irse. Dice que, en Chile, a diferencia de Venezuela, puede abrir el grifo y tener la certeza de que saldrá agua, o encender un interruptor y saber que habrá electricidad.