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Estoy en el futuro: esto va a pasarles a los chilenos

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John Müller, periodista de PAUTA y conductor de Primera Pauta. Créditos: PAUTA-John Müller
POR Eduardo Olivares |

El analista de PAUTA John Müller cuenta cómo se ha confinado en su hogar en España debido a los síntomas propios de Covid-19. Ve lo que se viene: “El colapso del sistema de salud ante un aumento explosivo de casos”.

La fiebre se presenta subrepticiamente. Después de almorzar, te acercas a 37 grados y en un par de horas ya estás por encima de 38. Tenía que acabar un artículo y estaba rogando por llegar a la última línea. Por la mañana tuve un ataque de tos seca. Por la tarde ya me dolía todo el cuerpo, como cuando tienes gripe. Mi hermana me preguntó por WhatsApp que cómo estaba. Ella es doctora, pero en literatura, así que para transmitirnos rápidamente una situación citamos pasajes de novelas: “Como Hans Castorp cuando miraba su escupidera en La Montaña Mágica. Desentrañando los síntomas”, le dije.

Estoy aislado, cumpliendo el confinamiento ordenado por el gobierno español el 15 de marzo, en una casa de la sierra de Madrid. Mi familia está en la ciudad de Madrid, a 50 kilómetros. Decidimos separarnos para evitar que nos contagiáramos todos al mismo tiempo.

El confinamiento obliga a todo el mundo, salvo a los que tienen un trabajo que no haya cerrado. La hostelería y el comercio fueron clausurados por el decreto del gobierno. Se puede salir a pasear al perro, a caminar si eres diabético, a comprar a la farmacia, al quiosco o a una tienda de víveres. En el supermercado hay que guardar distancia y no permiten aglomeraciones.

Tengo la suerte de poder teletrabajar, escribiendo artículos y hablo por la radio en el programa Primera Pauta desde mi casa.

El grupo sintomático

Pero el jueves pasé a formar parte del grupo que presenta síntomas. España no tiene test suficientes para confirmar a ciencia cierta si tengo el coronavirus o una gripe común. Ir al hospital no tiene sentido. Están colapsados con casos realmente graves, sobre todo de las personas mayores. De las 767 personas que han muerto en España, solo tres tenían menos de 65 años.

Así que una app copiada de Corea del Sur y que me geolocaliza (la privacidad muere con la llegada del virus) me pregunta la temperatura cada 12 horas y me interroga sobre los síntomas: ¿dificultad respiratoria?, ¿más de 37,7 grados de fiebre?, ¿diarrea?, ¿dolor muscular?, ¿ataques de tos seca?

La clave es la dificultad respiratoria. Si el coronavirus avanza desde la garganta y nariz a los pulmones se declara una neumonía y se produce el temible Síndrome Respiratorio Agudo Grave (SARS). Tengo que estar atento, porque gente aparentemente saludable ha fallecido en pocas horas al no detectar a tiempo estos síntomas. Otros han quedado con daños en su capacidad pulmonar. Mi decisión es ir al hospital solo si la fiebre no cede en unos días o si me cuesta respirar.

Ayer conté esto en Twitter y aproveché de echarle una mano a la Comunidad de Madrid y promocionar la app (en realidad todavía es una web, pero será una app algún día). Esa nimiedad desató una cascada de mensajes y retuits, y un hashtag #animoJohn. Los españoles son increíbles. Me siento muy agradecido por sus muestras de apoyo.

“Muchos me preguntan cómo me contagié. No lo sé”

El jueves la policía ha dicho que la gente comienza a relajarse con el cumplimiento de las restricciones. Los primeros cuatro días fueron ejemplares. La gente cantaba y tocaba música en los balcones, jugaban al bingo desde la ventana, les contaban cuentos a los niños o celebraban el cumpleaños de una vecina. Al cuarto día, las multas y las detenciones han comenzado a aumentar. Hay zonas de España, como el barrio de las Tres Mil Viviendas, en Sevilla, en el que hay mucha población gitana, donde la policía no se atreve a entrar y han tenido que dejar que los vecinos celebraran una fiesta en la vía pública. Lo mismo que podría ocurrir en una población chilena cualquiera.

Todos los días a las 20 horas, los españoles aplauden a sus sanitarios y médicos. Es una forma de agradecerles que hagan sostenible el sistema estatal, primero porque son los que lo atienden de manera sacrificada y vocacional y, segundo, porque no cobran los sueldos millonarios que tienen los médicos en sistemas privados como el norteamericano o el chileno. Ese diferencial (y otros) se lo apropia el sistema estatal y por eso a este le cuadran las cuentas. Si no, no sería posible.

Muchos me preguntan cómo me contagié. No lo sé. El lunes tuve que salir a comprar unos víveres y estuve en el supermercado. También cargué combustible en una gasolinera y no había guantes de plástico y tuve que teclear a pelo el pin de mi tarjeta de crédito. El sistema de pago no era contact-less. En el futuro, ya verán, será obligatorio que sea así. Me dio asco cuando lo hice. Soy muy de tocarme la cara inconscientemente y los médicos dicen que eso está contraindicado porque el virus ama la nariz, la boca y los ojos para entrar en el organismo humano.

La semana anterior había estado en la presentación de un libro a la que acudió Isabel Díaz Ayuso, la presidenta de la Comunidad de Madrid. En ese momento, ella estaba asintomática y había dado negativo en el test, pero el lunes dio positivo. Igual nos contagiamos en ese acto. No lo sé.

“Podría haber contagiado sin saberlo a mi mamá”

Esta semana yo tenía que haber estado en Chile. De hecho, tenía pasaje para volver el sábado 22 a España. Pero el ministro Jaime Mañalich ordenó una cuarentena a los vuelos procedentes de España dos días antes de mi viaje. Iba por seis días a Chile y me tendría que pasar 14 en cuarentena vete a saber dónde. Así que cancelé el viaje. Si se confirma que tengo el coronavirus, podría haber contagiado sin saberlo a mi mamá, a sus amigas de Osorno, a mi hermana, a mis compañeros de Radio PAUTA, y a varias personalidades chilenas con los que había quedado a tomar café.

Muchos días he tenido la sensación de que estoy en el futuro: exactamente esto va a pasarles a los chilenos. El colapso del sistema de salud ante un aumento explosivo de casos y, lo peor, la muerte de un montón de abuelitos y papás. Por cierto, este jueves, en España, era el Día del Padre, San José.