Armando Uribe, el abogado
El poeta y Premio Nacional de Literatura fue durante muchos años profesor de derecho minero en la Universidad de Chile. Escribió textos jurídicos y admiraba el Código Civil. Esta es la historia de su faceta más desconocida contada por sus colegas.
“La lógica aprendida estudiando leyes (y haciendo clases luego) endurece el estilo de escribir y hablar: por expresar postulados completos, el texto se hace cansino y, si escribimos o hablamos rápidamente, se arruga y cansa. Estudiar las leyes y su interpretación conforme a la lógica legal me ha perjudicado literariamente, sobre todo en prosa. (Pero también en los versos, volviéndolos lesos)”.
El texto es parte de uno de los diarios inéditos que Armando Uribe (1933-2020) escribió en 2008 y, en escasas líneas, muestra cómo el derecho y la poesía pueden convivir. Aunque, como se lee, a él todo eso le causaba algunas dificultades.
¿Qué era primero? ¿La escritura, la redacción de escritos legales, la revisión de códigos y expedientes? ¿O la poesía, los versos?
Durante más de 40 años Armando Uribe Arce, quien murió el 22 de enero de 2020, habitó entre los dos mundos: como abogado experto en derecho minero y profesor de ese curso en la Universidad de Chile, y también como poeta.
Quizás fue justamente esa doble la vida, la que, en parte, perjudicó su carrera académica.
El profesor “sospechoso”
Hay una etapa de su historia, en los años 60, que muestra esa dicotomía. Entonces Uribe ya era profesor en la Universidad de Chile y autor de varios textos legales. Y aun cuando en la escuela era conocido desde sus años estudiantiles por haber sido ayudante de varios destacados profesores como Álvaro Bunster, Eduardo Novoa, Jaime Eyzaguirre y Luis Cousiño Mac-Iver, algo pasaba que su carrera como académico no avanzaba.
Entonces decidió hablar con el decano de la época, Darío Benavente. Y le preguntó, directamente, qué ocurría con él.
“Benavente le dijo que era un muy buen profesor de derecho, pero que había algo en él que lo hacía dudar y lo convertía en sospechoso. Y era que escribía poesía”, cuenta a PAUTA Pablo Ruiz-Tagle, actual decano a la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile.
Hay poesía en el Código Civil
Pablo Ruiz-Tagle fue uno de los oradores en el funeral de Uribe, quien murió de una insuficiencia respiratoria. Tenía 86 años. Entremedio de poetas y escritores, la presencia de algunos abogados recordaba la faceta más desconocida del Premio Nacional de Literatura 2004.
El decano sonríe cuando recuerda la escena de Darío Benavente con Uribe. El poeta tenía textos académicos que avalaban su carrera como profesor. Uno de ellos es el Repertorio de palabras de la ley penal en Chile (1965) que, para Ruiz-Tagle, “es un excelente y completo manual, muy bien escrito y con definiciones concisas”.
El propio Uribe se refirió a este manual en su libro de poemas No hay lugar (1970): “Prefiero algunos de mis informes de abogado […]. Dejo constancia que soy autor de un diccionario de leyes penales, varios estudios de derecho minero y que tengo ambiciones políticas ocultas”.
Pese a las señales que le dio el decano Benavente, Uribe inisitió con las clases y con la poesía. Fue hallando poesía en las leyes. Encontró, en los textos legales, frases que le parecieron versos.
Se trata de artículos, que aún están vigentes, que extrajo literalmente del Código Civil. Los transcribió en “Cajón desastre”, que publicó en 1965 en el segundo número de la Revista Mapocho:
“Las palabras mujer, niña, viuda, y otras semejantes, que designan al sexo femenino, no se aplicarán al otro sexo (…) (C.Civil, art.25, inciso 2°)
“Los náufragos tendrán libre acceso a la playa” (C.Civil, art.604, inciso 2°)
“Al dueño de la colmena no podrá prohibirse que persiga a las abejas fugitivas” (C.Civil, art 620)
¿Casi penalista?
Uribe aborda su carrera legal en Memorias para Cecilia (Lumen), donde cuenta que nunca tuvo dudas de que sería abogado, pese a que entre los siete y los 12 años “se me ocurrió ser cura de sotana o capellán de la aviación”.
En este libro cuenta que no quería dedicarse al área minera, que fue a lo que finalmente hizo y, según sus colegas, siempre fue una “rareza” en el rubro. Quizás por eso partió por lo penal.
Su tesis en la Universidad de Chile la hizo entre 1956 y 1957 y de ella habló en Memorias para Cecilia: “El asunto me daba vueltas en la cabeza desde niño, pero no podía mencionar mis recuerdos infantiles en ese trabajo… Era un asunto de derecho y Código Penal. Es necesario decir que elegí esa área para no incurrir en la disciplina enseñada por mi padre, el derecho minero”.
Su memoria de grado se tituló así: De los delitos cualificados por el resultado. “Lo que me interesaba era algo que, repito, lo tenía y tengo presente desde la infancia. Es la exigencia de que cuando se comete un pecado (en materia jurídica, falta o delito), el que lo comete debe mantenerse en el pecado o delito y no excederlo a otro más grave”, escribió.
De tratados nucleares a la fascinación por Bello
Uribe era uno de los chilenos que más sabía de energía nuclear en los años 60 y 70. De hecho, fue parte de la Comisión de Energía Atómica y en esa calidad cumplió tareas diplomáticas de relevancia: por ejemplo, firmó por Chile el Tratado de Tlatelolco sobre proscripción de armas nucleares en América Latina.
Miitante de la Izquierda Cristiana, Uribe fue además embajador de Salvador Allende en China. También, un actor clave en el proceso de la nacionalización del cobre junto con Eduardo Novoa Monreal. Ese es justamente el lado más conocido como abogado experto de derecho minero, la misma especialidad de su padre, Armando Uribe Herrera, quien fue un destacado profesor de la Universidad de Chile, y de su tío Eduardo Uribe.
Tras el Golpe de Estado de 1973, Uribe partió al exilio a Francia.
Mientras escribía poesía, siguió publicando varios textos legales. Además de su diccionario de términos penales, su currículum se nutrió de Derecho y dominio minero (1966) y, entre otros, de Verdadero alcance jurídico de frases empleadas por el legislador en las leyes de reserva (1980).
Además de su afición por el Código Civil, o quizás debido a ella, sentía una gran admiración por Andrés Bello. En su libro Caballeros de Chile, definió al erudito de origen venezolano como “el arquetipo definitivo del intelectual chileno”.
También, cuenta un cercano, Uribe frecuentemente parafraseaba lo que le dijo Stendhal a Balzac en una carta: “Al componer la Cartuja [en referencia a la célebre novela La cartuja de Parma], para ponerme a tono, leía de vez en cuando algunas páginas del Código Civil“.
En Francia hizo clases de filosofía en la Universidad de La Sorbona en París. Allí dirigió tesis de doctorado en conjunto con profesores tan célebres como Maurice Duverger, de quien era cercano. El influyente sociólogo y politólogo francés era también abogado. Ambos dictaron diversos seminarios durante 17 años, según recuerda el propio Uribe en sus memorias en Vida Viuda.
El Departamento de Ciencia Política de La Sorbona (París I) despidió el 27 de enero a Uribe a través de una publicación en Facebook.
La nueva frustración académica
Todas esas experiencias eran las que contaba a sus estudiantes, recuerda Cristián Quinzio, quien concidió con Uribe haciendo clases en la Universidad de Chile de derecho minero entre 1991 y 1998. Otros colegas académicos fueron Rafael Vergara, socio de Carey, y el ex secretario general del Senado Carlos Hoffmann, quien murió en 2015.
En su libro Vida viuda (Lumen), Uribe cuenta los pasajes amargos de su regreso a la universidad en 1991, cuando volvió de su exilio en Francia: no le reconocieron su carrera en La Sorbona. Tampoco varios de sus artículos académicos. Esto, pese a que presentó una serie de credenciales. Su episodio más agrio en ese sentido ocurrió cuando postuló para ser profesor titular de derecho minero y no lo eligieron. Tanto lo afectó, que abandonó el curso que impartía.
“Tenía una posición política muy marcada, era de la Izquierda Cristiana y quedó con la nacionalización del cobre en su corazón. Por lo tanto, era bastante crítico con la legislación que hoy rige a la minería”, dice Quinzio.
Tan crítico era que en 2006 el economista Julián Alcayaga y él presentaron una millonaria demanda contra las empresas transnacionales mineras que operaban en Chile. Primero fue acogida a trámite, pero después desestimada. Uribe prologó dos libros de Alcayaga con cuestionamientos a la política minera chilena.
“Su tesis está muerta”
Rafael Vergara coincidió con Uribe como profesor. “Don Armando tenía la apariencia de ser una persona hosca, dura. Yo no lo conocía más que en los pasillos de la facultad y en alguna reunión del Departamento de Derecho Económico, al cual nuestras cátedras de derecho minero están adscritas. Sin embargo, conmigo se mostró muy amable y generoso cuando le pedí que conversáramos sobre la memoria [de grado de un estudiante] que él había dirigido y mi rol de profesor informante”, cuenta a PAUTA.
Vergara recuerda que Uribe lo invitó a su departamento en Ismael Valdés Vergara, frente al Parque Forestal, donde estaba su esposa, Cecilia Echeverría. “Estuvimos unas dos o tres horas conversando. Obviamente, trascendió lo académico y hablamos de otras cosas. Y no necesariamente estábamos de acuerdo en esas otras cosas, pero tengo muy buen recuerdo de esa charla: ¡Me acuerdo de ella habiendo transcurrido ya más de 20 años!”.
La memoria de grado a la que se refiere Rafael Vergara es la del abogado Gonzalo Olcay, entonces estudiante de derecho de la Universidad de Chile. El título: El catastro minero y sus consecuencias jurídicas.
Olcay dice a PAUTA que, aunque nunca fue alumno de Uribe, la escuela de Derecho se lo designó como profesor guía para su tesis. “Yo tenía mis resquemores, porque todos decían que era un excéntrico. Eso me preocupó al principio”, relata.
Las reuniones de su memoria eran en el departamento de Uribe. “Era un dúplex muy bien ornamentado. Él siempre fue muy amable conmigo”, dice el abogado, quien entregó su trabajo a mediados de los años 90.
El tema que escogió Olcay no era fácil. Incluso un día Uribe le dijo: “Su tesis está muerta. Hay dos planteamientos que la echan por tierra”.
Pero, a los minutos, le entregó dos puntos de vista para continuarla. “Él sabía mucho de derecho minero. Fue muy correcto, muy pedagógico y también muy benevolente conmigo. Cuando terminé me dijo que me merecía un 6. Luego me miró y me dijo: ‘Usted se ha esforzado mucho. Se merece un 7′”, recuerda Olcay.
“Llegaba invierno y verano con abrigo negro”
“Armando era peculiar y muy culto. Interesante para conversar, entretenido. Era diferente a los otros profesores. Recuerdo que llegaba invierno y verano con abrigo negro, guantes, boquilla y su cigarrillo. Eso ya lo hacía un personaje poco común en el mundo, pero más aun en el mundo del derecho de minería. Juan Luis Ossa y Samuel Lira eran los autores de la legislación del momento, y no tenía nada que ver con ellos”, dice Quinzio a PAUTA.
Sobre las clases, Quinzio recuerda que en una ocasión debieron tomar exámenes juntos en una comisión, en jornadas maratónicas que duraban hasta tres días.
“Sus estudiantes aprendían distinto a los de nosotros; les enseñaba mucho de etimología y, además de derecho, también se paseaba por la literatura y la historia, mientras los otros profesores éramos muy tradicionales. Con quien se enojaba mucho era con Carlos Hoffmann, porque en los exámenes Hoffmann preguntaba cosas de memoria. ‘Con mis alumnos, no’, le decía Uribe”.