Chile pasó de ser modelo a uno de los más golpeados por el Covid
Análisis iniciales sugieren que el país siguió el ejemplo de las naciones ricas solo para darse cuenta, una vez más, de que un gran porcentaje de su población es pobre.
Hace dos meses, Chile era foco de admiración por su estrategia quirúrgica ante la pandemia: pruebas exhaustivas y cuarentenas dinámicas. Hoy tiene una de las tasas más altas del mundo de contagios per cápita y su antes elogiado ministro de Salud se vio obligado a renunciar.
Análisis iniciales sugieren que Chile siguió el ejemplo de las naciones ricas solo para darse cuenta, una vez más, de que un gran porcentaje de su población es pobre, un eco de la desconexión del año pasado entre el Gobierno y la nación, cuando un alza en la tarifa del metro provocó grandes disturbios sociales.
Hay áreas de “Santiago donde hay un nivel de pobreza y hacinamiento del cual yo no tenía conciencia”, dijo el 28 de mayo en un programa televisivo Jaime Mañalich, el ministro de Salud que renunció el sábado 13 de junio. No fue una sorpresa para los chilenos, que durante mucho tiempo se han quejado de la división entre las élites con educación en el extranjero que dirigen el Gobierno y el resto de la sociedad.
El lunes, Chile reportó 5.143 nuevos casos, lo que lleva el total de contagios en el país a 179.436. Ahora tiene casi 9.000 contagios por cada millón de habitantes, más que cualquier otro país además de Catar y Bahréin. Ya han fallecido cerca de 3.360 personas.
Qué salió mal
Las medidas de confinamiento están en el centro del debate sobre lo que salió mal en Chile, que los expertos en salud ahora reconocen que funcionan bien para las comunas más ricas del país, pero no para los sectores económicamente más vulnerables.
Al final, la lucha contra el virus en Chile parece haber sido víctima de los mismos factores que provocaron crisis en otros mercados emergentes: pobreza, hacinamiento y una gran cantidad de mano de obra informal. El mundo ha aprendido de forma bastante dolorosa que quedarse en casa por largos períodos no es una opción real para muchos.
“Si el Gobierno va a tomar decisiones sobre un mundo que no conoce, debería incluir a personas de ese mundo en el proceso de toma de decisiones”, dijo Diego Pardow, presidente ejecutivo del centro de estudios Espacio Público. “El problema con este Gobierno es que solo se rodea de su propia gente”.
Al igual que el resto de América Latina, la pandemia llegó a Chile cuando los ricos regresaron de sus vacaciones en Estados Unidos y Europa y transmitieron el virus en sus oficinas y círculos sociales. Cuando se vieron obligados a encerrarse, lo hicieron en amplios departamentos y casas de campo. A fines de abril, el recuento oficial de casos mostró una imagen de una epidemia bajo control, y la administración del Presidente Sebastián Piñera comenzó a sentar las bases para reabrir oficinas y centros comerciales.
Pero los casos comenzaron a aparecer a una tasa de más de 5.000 por día a medida que empleados de servicio doméstico llevaban el virus a sus casas. El Gobierno, en un intento por explicar el aumento, planteó la hipótesis de que la mayor cantidad de pruebas podría ser la razón. Pero eso no tenía sentido, ya que más pruebas estaban arrojando resultados positivos: 30% de positividad a fines de mayo, en contraste con 10% en abril.
Indignación en las calles
No pasó mucho tiempo antes de que la indignación se extendiera por las mismas calles que estallaron en disturbios sociales el año pasado. Las manifestaciones antigubernamentales de octubre dejaron casi un tercio de los supermercados del país destrozados o saqueados y convirtieron el centro de la ciudad en una zona de guerra llena de luces destrozadas, escombros, edificios quemados y grafitis.
En ambos casos, el caos deriva del descontento entre los pobres ignorados y un Gobierno que parece ajeno y alejado de la realidad de su gente. Hace décadas, Chile comenzó a derribar viejas viviendas deterioradas levantadas en callejones de barrios bajos -conocidas como cités- para construir edificios residenciales de gran altura con poco o ningún espacio verde para albergar a los sectores más pobres de la ciudad.
A medida que crecían esas edificaciones, muchas con más de 20 pisos de altura, inmigrantes que huían de Haití, Venezuela y Colombia ingresaban a ellas. Hay más de 1,5 millones de residentes nacidos en el extranjero en un país de más de 18 millones de habitantes, estima el Instituto Nacional de Estadísticas (INE). Muchos trabajan informalmente como empleados domésticos, limpiadores o jardineros en los barrios más ricos de la ciudad.
Para estas personas, el Gobierno no tuvo una solución rápida para frenar el virus, proteger el empleo o asegurarse de que recibieran suficiente comida y asistencia. “Muchos de ellos eran inmigrantes que vivían en condiciones de hacinamiento”, dijo Aldo Gaggero, virólogo de la Escuela de Medicina de la Universidad de Chile. “Algunos de ellos no querían hacerse la prueba, porque un contagio significaba que no podrían salir, y sin trabajo, no tienen comida”.
El Presidente Sebastián Piñera, multimillonario y economista con estudios en Harvard, ordenó cuarentena en toda la ciudad el 15 de mayo. Días después, estallaron disturbios por falta de comida en la comuna de El Bosque, en el sur de Santiago, y esporádicamente en otras partes de la ciudad. El Gobierno había prometido entregar paquetes de alimentos, pero el programa tardó en comenzar y enfrentó problemas logísticos.
La administración de Piñera ahora está intentando solucionar el problema. Se han establecido más de 130 “residencias sanitarias”, donde pueden hospedarse personas contagiadas para las cuales sería imposible cumplir con un aislamiento. El Gobierno también importó cientos de ventiladores y triplicó con creces las camas de cuidados intensivos, lo que permitió a los hospitales hacer frente a la avalancha de pacientes.
El sábado, Chile también anunció un paquete de estímulo de hasta US$ 12.000 millones que aumentará los ingresos de las familias pobres y los desempleados, al tiempo que subsidiará la creación de empleos.