Actualidad

Del Cabro Carrera al control territorial y las pandillas: cómo cambió el narco en Chile

Imagen principal
Agencia Uno
POR Ana María |

Germán Ibarra, exjefe de Antinarcóticos de la PDI y exasesor de la ONU, fue el policía que dio el primer golpe al crimen organizado, cuando detuvo a Mario Silva Leiva. Su historia cuenta la evolución del narcotráfico y el uso de las armas.

Entonces había caras, jefes de clanes familiares dedicados al tráfico de drogas. O “blancos”, como llaman los policías a los miembros y cabezas de las organizaciones criminales cuando andan tras ellos.

Y los policías podían encontrarse con ellos en un ascensor. Por ejemplo, el del viejo edificio de los tribunales de crimen de Avenida España, a pasos de la Alameda. 

***

Es comienzos de los 90 y Germán Ibarra Hidalgo (65), que sería jefe de inteligencia y jefe nacional antinarcóticos de la Policía de Investigaciones (hoy PDI), va a un tribunal a declarar.

Lleva varios años investigando a Mario Silva Leiva, el Cabro Carrera. Pero no logra atraparlo. Todavía.

Aunque a veces lo tiene cerca. Tan cerca que, en ese viejo edificio de los juzgados de Avenida España, cuando se abre la puerta del ascensor, Ibarra se encuentra frente a frente con Silva Leiva y “sus matones”, como recuerda el policía en conversación con PAUTA.

Ibarra aprovecha esos segundos y, con una sonrisa irónica, le pregunta:

-Don Mario, ¿se viene a entregar?

-Pero señor Ibarra, si usted sabe que en mi país no hago nada -responde el Cabro Carrera. Se sube al ascensor y desaparece.

Tendrían que pasar algunos años más para que en un barco en Bélgica se encontrara la prueba para detenerlo: droga dentro de la parte del casco que se sumergía en el mar.

Germán Ibarra, exjefe antinarcóticos de la PDI.

Aferrado a un maletín 

Es 1997 y la nueva Ley de Drogas (19.366, actual Ley 20.000) ya opera desde hace dos años. Significa un cambio radical para investigar el tráfico y el lavado de dinero. En especial para Ibarra y su equipo, que ahora cuentan con nuevas herramientas intrusivas.

Como jefe antinarcóticos, había viajado a Alemania a comprar la primera máquina para intervenir conversaciones telefónicas que se usó en Chile. Era una marca Siemens que se probó al mes de su adquisición, justamente, con el Cabro Carrera: escucharon coordinaciones para el envío de drogas: se transaba en Perú y Bolivia -donde estaba uno de los hijos de Silva Leiva- y luego se llevaba a través de puertos brasileños rumbo a Bélgica y Holanda.

Efectivamente, casi como decía Silva Leiva, no había hecho “nada” en Chile, salvo las coordinaciones, que no era poco. Al contrario. También había comprado propiedades que después se le incautaron por lavado de dinero. Entre ellas, caballos de carrera, un motel y una galería comercial, la Copacabana, en el centro de Santiago.

Pero las escuchas también revelaron que el Cabro Carrera, un exlanza internacional de 72 años y con un prontuario con más de un centenar de detenciones, tenía nexos en varias partes. Incluso en el Poder Judicial de entonces, con un fiscal ahora fallecido.

“Los narcos antiguos tenían asesores y contactos, pero no eran violentos”, dice Ibarra.

Así, con todas las pruebas en la manos, llegó el día de la detención de Mario Silva Leiva en su casa.

Fue el propio Ibarra quien se encargó de la tarea. Silva Leiva no se opuso. Pero insistió en su punto: “Señor Ibarra, usted sabe que en mi país no hago nada”.

No fue todo lo que hizo. Lo cuenta Ibarra a PAUTA:

“Estaba aferrado a un maletín con dinero. Y se lo llevó consigo. Seguramente, creía que podía hacer algo con él. Se lo incautamos”.

El Cabro Carrera murió en la cárcel en 1999. De un infarto. Tuvo un funeral masivo en el Cementerio General, lleno de discursos de agradecimientos por ser un gran “benefactor” en el barrio Matadero Franklin, donde se crió. Incluso, un hombre con muletas entonó a capela la canción “Por qué te marchas abuelo”, de Manolo Galván. Los asistentes lloraron a gritos.

No hubo disparos en su funeral.

Narcofunerales: lo que se veía venir

Apenas llegó la democracia a Chile, Ibarra y su equipo comenzaron a investigar tráfico de drogas. Lo primero que hicieron fue preguntar a los policías que llevaban más tiempo en esa área quiénes eran los narcotraficantes que operaban. 

“Todos se miraban y nadie decía nada. Entonces, nos fuimos a nuestros propios archivos de asesoría técnica y ahí buceamos en sus fichas”, cuenta.

Vivir en Chile, dice Ibarra, es provechoso: “Todo nos viene después, como el coronavirus, pero nos viene igual”. Luego, muestra un video del año 2000 que él mismo se trajo de Colombia. Es un narcofuneral, con disparos consecutivos al aire, con homenajes de motoqueros, con fuegos artificiales. El sonido es ensordecedor.

Es un video VHS, que ahora él digitalizó: “Esto podría ser perfectamente Chile hoy”, dice. Y señala que, en ese tiempo, la policía advirtió en informes de inteligencia que podría pasar. “Porque fenómenos que ya ocurrieron, tarde o temprano llegan a nuestro país. Un ejemplo son los motochorros, que roban relojes de lujo y que operan en Centroamérica”. 

-¿Cómo cambió el narco en Chile en estos años?

“Cuando nosotros empezamos a investigar, en 1990, veíamos dos fenómenos en los distribuidores de drogas, que ahora se denominan drogas blandas, básicamente marihuana, peyote y LSD en pocas cantidades. Siempre estaba relacionado con jóvenes de poblaciones con un perfil de traficantes con un pasado de consumidores. Pero había muy poco nivel de violencia porque no había mercados en disputa”.

Ibarra dice que, entonces, cuando encontraban armas a esos traficantes, “eran para protegerse de los delincuentes ‘pesados’, que podían asaltarlos o robarles. Pero generalmente no eran armas para usarlas en contra de la policía. Recuerdo que en un allananiento, cuando nos dispararon, fue porque creyeron que nosotros éramos un banda rival”. 

El segundo fenómeno tenía otro perfil: delincuentes, lanzas internacionales que habían viajado -como el Cabro Carrera- y aprendido a traficar. “Pero el negocio estaba fuera de Chile, en Europa o Estados Unidos. Y, estando al lado de dos países productores de cocaína, era muy fácil contactarse con proveedores y hacer de intermediario, poner la droga en Europa y cuatriplicar la inversión”.

Pero hubo un cambio. “Acá tal vez la respuesta es más sociológica que policial, pero fue cuando Chile se empezó a transformar, poco a poco, en un país consumidor. Y así empezamos a vivir lo mismo que otros países consumidores”.

-¿Qué tipo de vivencias?

“Fue cuando empezó la violencia en las calles”.

De los “loros” a los delincuentes “pesados”

Esa violencia en las calles -que es la que hoy genera alarma pública e impulsó la presentación de un proyecto de ley contra el crimen organizado por parte del Presidente de la República- tiene que ver, apunta Germán Ibarra, con la “calidad” y el nivel de pureza de la droga.

“En la medida que la droga se va partiendo y alejándose desde el que puso la droga en el sector, y se va yendo hacia la periferia, va bajando la pureza. El tipo más chico compra 100 gramos, le echa otros 100 de porquería, luego lo convierte en 200 gramos y la vende. Eso es mucho dinero, porque un kilo se puede transformar en 10 o más kilos. Es mucha la utilidad en la distribución”.

Incluso, añade, este perfil de narcos pueden ganar mucho más que lo que logran en proporción los grandes traficantes. 

Y acá viene el gran cambio. Fue cuando las organizaciones criminales, que antes eran clanes familiares y de amigos, comenzaron a fichar a los “loros” o vigías, encargados de custodiar el lugar para que no llegara otra banda rival. 

“Pero luego, estos vigías, que generalmente eran menores de edad, fueron sustituyéndose por delincuentes pesados, es decir, tipos con armas”, dice.

-Es lo que estamos viendo hoy. 

“Ahora es así: ‘Quiero que alguien me cuide, que cuide cuando llega la mercadería. Pero que tenga un ‘cañoncito’ o un ‘fierrito’ para que me venga a proteger y no me hagan una quitada de droga’.

-Una ‘mexicana’.

“Claro. Y el perfil de estos delincuentes ‘pesados’ se puede ver en los narcotraficantes que hoy se detienen: basta mirar la ficha para atrás para darse cuenta que eran asaltantes. En cambio antes eran lanzas, y a veces ni siquiera eran personas con pasado delictual. Esto ocurrió cuando ‘los pesados’ se dieron cuenta que perdían el tiempo y que, si ellos tenían las armas, mejor se dedican ellos mismos a traficar”.

Y añade: “Hoy son estos delincuentes ‘pesados’ los que se metieron a la droga por lo lucrativo que es y son quienes introdujeron, primero, las armas. Y, segundo, los territorios. Por eso están estas pugnas: averiguan quién tiene droga, y tratan de quitársela para abastecer a sus clientes y que no se les vayan”.

Investigar personas, no delitos

Ibarra dice que este nuevo perfil de narcos tiene además otra característica que se suma a la violencia: “Están hacinados”, por lo que no hay, por ahora, los grandes capos de antes. Además, quieren tener “popularidad y dinero. Por eso, hay que quitarles la plata, porque así pierden poder”.

-¿Cómo cree que hay que perseguirlos?

“Investigándolos como delincuentes, como personas, no por el delito. Y generalmente, cuando los investigas así, en el camino te das cuenta de los tipos penales que están cometiendo, como infracciones a la ley de armas. Pero no los investigas por los delitos que ya hicieron, porque ya es casi imposible si es que no hay indicios”.

Ibarra recuerda que hay sectores en la Región Metropolitana que históricamente son reconocidos por vender droga. “Es malo poner nombres, para no estigmatizar. Pero sabes que es el sector X. Y si pasas por allá en auto, con toque de queda y todo, alguien se acercará a ofrecerte droga. Entonces, como es un lugar típico, ya se ha detenido a muchas personas. Pero cuando los metes presos, al otro día siguen vendiendo, porque allá están los clientes”.

En ese sentido, dice que no tiene ningún efecto detener la banda allí, “porque se van unos, y otros van a estar listos para hacerse cargo del negocio”.

-Y entonces, ¿qué hacer?

“Hay que hacer un buen diagnóstico. Porque a mí me parece que, mucho más grave que el tráfico, es la violencia del tráfico de drogas. Y si hoy yo tuviera que tomar decisiones, planificaría una operación para levantar armas de las calles. Porque como sabemos, actualmente están en manos de microtraficantes, en organizaciones de distribución de droga poblacional”.

Pandillas y sicarios

Ibarra detalla que se trata de organizaciones, pues son grupos donde hay niveles de jerarquía, división de roles y que no todas hacen lo mismo. “Esto de decir, como lo hace la prensa, que son bandas, no es cierto: son organizaciones criminales”.

Tampoco está de acuerdo cuando la prensa habla de “ajuste de cuentas”. Ibarra dice que eso es derechamente sicariato. “Cuando alguien va, dispara a una casa y luego graba un video, es porque un cliente le encargó hacerlo. Y la grabación es la prueba. El sicariato es una de las profesiones más comunes de Centroamérica”.

Agrega: “Cuando estos narcos logran impunidad a través del miedo o el terror, quiere decir que están a punto de ser organizaciones terroristas. Por ejemplo, en Estados Unidos a las pandillas se les tiene calificadas como grupos terroristas. Y eso es importante, porque esas normas dan mucho más facultades que las comunes de persecusión penal. Y eso le da como súperpoderes a los investigadores para poder hacerlo mejor”.

-¿Piensa que en Chile ya existen estos grupos?

“El tiempo me va a dar la razón: yo creo que en Chile ya existen pandillas”.

-¿Pandillas como las maras que usted investigó en Guatemala como asesor de la ONU?

“Hay videos que tienen mis colegas, que encuentran en los propios teléfonos de los detenidos con lo mismo que pasa en Guatemala. Si yo veo a 100 tipos disparando al aire en un lugar diciendo ‘te vamos a ir a matar’, son los mismos videos de cómo empezaron las maras. Iguales. Y se suma a eso los tatuajes… En Chile, muchos de los tatuajes que usan son los mismos que vi allá. No sé si es porque se está emulando a las maras o si son extranjeros. Es más, he visto en lugares donde tatúan, que en los catálogos están los mismos símbolos que usan las pandillas. Incluso he visto rayados en las paredes que son los mismos con los que en Centroamérica marcan territorio”.