Carta a Tomás Vidiella
“No digan que Tomás Vidiella murió de virus; él murió de teatro”, dice Cristián Warnken tras el fallecimiento del destacado actor chileno. Y clama: “Ministra de Cultura: decrete estado de catástrofe espiritual”.
Carta a Tomás Vidiella
Don Tomás Vidiella, maestro:
Me dicen que tiene que abandonar el escenario, que es imperativo hacerlo. No puedo creerlo. ¿Tomás Vidiella abandonando el teatro de la vida, porque a la Muerte se le ocurrió hacerle una visita intempestiva, de amante despechada, cuando ya usted parecía haberle cerrado una vez más la puerta en las narices, riéndose en su propia cara? “Muerte, no seas orgullosa“, le dijo una vez el poeta inglés John Donne. “Muerte, no seas patuda”, le diría yo, “quién te crees que eres, que te atreves a echar de escena al que más ama la vida, el teatro, el más entusiasta de los entusiastas, el que amaba disfrazarse y bailar hasta que las velas no ardan, a él?”
Por favor, las cosas que hay que ver en estos tiempos extraños. La cueca arriba del piano: ¡Tomás Vidiella muriéndose! Ahí está la muerte subida por el chorro llevándose a los que más necesitamos en estos días propensos a la angustia, la depresión, la desesperanza: los entusiastas, los agradecidos de la vida, los que jamás abdicaron al tedio y el aburrimiento que carcomen la existencia por dentro, haciéndola gris e invivible. Usted dijo, maestro: “Prefiero morir trabajando que morir de aburrimiento”. Trabajador de la fiesta del teatro, la vieja fiesta originaria que está en el comienzo de la cultura y la civilización. Porque el teatro no es adorno ni lujo, sino fundamento. Quienes -como usted- le dedicaron la vida, saben que la vida pasa por el teatro, que sobre las tablas late el fuego de lo que somos, el fuego ritual, dionisíaco, ahí donde los “daimones” hacen las de “quico y caco”.
¡Ah, el teatro! ¡Como lo amaba usted, con qué fidelidad y alegría! Quien se ha embriagado una vez con él es muy difícil que pueda bajarse, por su propia voluntad, de la escena. Tendrán que echarlo a patadas de ahí. Usted definió muy bien esa experiencia, tan efímera y al mismo tiempo tan intensa, del “momentum” teatral, ese salto al vacío (al vacío que somos todos en el fondo), ese abandonarse al peligro de lo inesperado, eso que da el teatro y no da ninguna otra actividad humana. “Yo salto al vacío no más y no sé con qué es lo que me voy a encontrar”, dijo en una entrevista reciente.
En un tiempo tan programado y predecible como el nuestro, esa adrenalina llena de la alegría que explica la risa sinfín del bufón, del juglar, la risa con la que seguramente lo encontró la muerte. Qué linda su risa, don Tomás, qué escasa esa alegría tan lejana de toda amargura o resentimiento, risa fresca de viejo vivido, de niño vivo todavía en el viejo. Actor que ha probado todos los formatos, que no se ha negado a experimentar nada, que sabe que no se puede vivir sin teatro, que vivir sin teatro es como morir un poco.
El teatro ha sido la actividad más amenazada de muerte en esta pandemia. ¿Que se agarró el covid en un ensayo? ¿Y qué esperaban de un viejo lobo de mar del teatro: que se refugiara y escondiera de la muerte en la seguridad de los que no viven sino que sobreviven? !Por favor! ¿Quieren que los actores, directores, productores del teatro se cuiden? ¡Pero si el teatro ha navegado y navega siempre en el peligro y lo mejor de sí aparece en ese peligro! ¿O se olvidaron del teatro vivo en plena dictadura? ¿Un virus iba a sacar a Tomás Vidiella de escena?
El teatro es un virus, el más contagioso de todos, el que enferma a quienes lo conocen desde joven, temprano. Por eso, no digan que Tomás Vidiella murió de virus; él murió de teatro. Vivió y murió en él, porque no hacerlo habría sido estar muerto en vida. De hecho, nos estamos muriendo por la falta de teatro en vivo. Ministra de Cultura: decrete estado de catástrofe espiritual: ¡el teatro, alma y cuerpo de Chile, está muriendo, y si él muere no nos servirá de nada haber sobrevivido al virus!
Qué alegría, don Tomás, haber vuelto, sin miedo, con alegría a interpretar un papel en “Orquesta de señoritas“. Qué maravilla haber desafiado lo grisáceo de un Santiago en esos tiempos terribles después del 73 con “Cabaret Bijoux” ¡En medio del toque de queda! Y no parar de hacer teatro, aunque la muerte -en todas sus formas-estuviera ahí siempre asechando, envidiosa de esa vitalidad del teatro que se sobrepone al dolor, a la censura, a la enfermedad, al vacío. Y después vino “Viejos de mierda“. Viejos de mierda somos todos al lado de usted, de su energía, su entusiasmo, su fe en el teatro. Qué ganas de ponerse a llorar con su partida… pero cómo podríamos hacerlo sin traicionar su sonrisa, su entusiasmo, su desbordante alegría. El show debe continuar. ¡Abran el Cabaret! ¡Infectémosnos de entusiasmo y mandemos a la muerte a la mierda!
¿Adónde se va a ir, don Tomás? ¿Hay teatro en otra parte que no sea la vida? ¿No me diga que ya encontró una fórmula para seguir actuando, de otra manera, en otro lugar que este erial de perplejidad? No me sorprendería nada… Los actores son capaces de todo, de armar algo desde la nada, de hacerles fintas a la Nada. ¿Es este su “Largo viaje del día hacia la noche“? ¿O es “La muerte de un vendedor viajero“? ¿O todo esto es una gran mentira y usted no ha muerto y somos nosotros los muertos, los que nos quedamos sin su risa y su teatro, nosotros los huérfanos, los abandonados, los que claman por más teatro en estos días tristes del confinamiento? Hay una tradición, entre la gente de teatro, de repetir este “mantram”, justo antes de que empiece la función: “¡Mierda, mierda, mierda!” Maestro: eso es todo lo que se me ocurre gritarle, con respeto, admiración, afecto, gratitud, ahora que dicen -¿puede ser, cierto?- que “su función” ha terminado.. Me rebelo ante eso y por eso le digo, desde el fondo del alma: ¡Mierda, mierda, mierda!
Desde mi jardín, marzo 2021