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Carta a un amigo sacerdote en una iglesia vacía

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Agencia Uno
POR Eduardo Olivares |

“Tú, yo, la Iglesia, todos tenemos que morir para esperar una posible resurrección. No hay resurrección sin muerte, tú lo sabes. No hay escapatoria”, dice Cristián Warnken en esta carta.

Amigo sacerdote en una iglesia vacía:

Este domingo se celebra la Pascua de la Resurrección y te imagino ahora, solo, muy solo, sin fieles, en una iglesia vacía. Afuera el otoño desnuda los árboles y todos nosotros permanecemos encerrados en nuestras casas condenados a escuchar noticias que solo traen incertidumbre, miedo, vacío. Tal vez experimentemos un poco, solo una dosis de lo que Jesús sintió en la cruz: es una lenta agonía que espera trocarse pronto en esperanza. El ser humano –según el filósofo Gabriel Marcel– está constituido en última instancia de esperanza. Si alguien abriera el cuerpo del hombre encontraría células y si se pudiera abrir el alma, lo que se encontrarían serían partículas de esperanza. No hay vida humana si no hay esperanza. ¿Pero dónde está la esperanza ahora? 

¿Tú tienes esperanza o solo esperas? Estamos en una larga espera; tú en una iglesia vacía, nosotros en nuestros domicilios bombardeados de información que profundiza nuestro cansancio y hastío. Es casi imposible encontrar a alguien hoy en día que cultive la esperanza. La Iglesia antes era mensajera de una esperanza que atravesó épocas históricas, derrumbes de imperios, guerras, pestes, pero hoy está callada, parece una viejecita asustada, arrinconada, que no quiere dar la cara, tiene vergüenza y pareciera también tener el mismo mal de nuestra época: miedo. Pero el Maestro había dicho “no tengas miedo”. Se supone que ser discípulo de Él significa no tener miedo. Me imagino que estarás barriendo las hojas a la entrada de tu iglesia y también me imagino la soledad y vacío que debes sentir en una iglesia vacía. Porque una iglesia no son ni las piedras ni los muros ni las esculturas ni los vitrales (por hermosos que sean): una Iglesia es antes que nada comunidad. Y tu rebaño está disperso, extraviado, sin pastor, a merced de los lobos que acechan y atacan de improviso por todas partes.

¿Y Dios? ¿Dónde está Dios? Me parece escuchar de nuevo esa canción que oíamos juntos, cuando todavía tú no habías decidido ser sacerdote: “¿Dónde está Dios? / ¿Dónde está Dios? / Dime quién me lo robó“. ¿Te acuerdas? Era un tema de Sui Géneris que a ti te impresionaba. Como también nos impresionó después la lectura de Nietzsche, el capítulo ese de la “Ciencia Jovial” en que un loco va por la calle gritando “¡Dios ha muerto!”. Lo hacía para despertar a los que continuaban dormidos en medio del avance del nihilismo.

Hoy no se necesita que ese loco salga por las calles proclamando la muerte de Dios. Nuestra civilización ya asumió, encarna esa muerte, pero no con la profundidad que un reconocimiento así de tremendo exige: no, lo ha asumido con la misma frivolidad con que recicla todas las noticias, la muerte de Dios tiene la misma importancia que el resultado de un partido de fútbol o el alza de las acciones en la bolsa. Por eso he pensado mucho en ti, amigo. Te imagino ahora dentro de tu iglesia vacía, acabas de recoger las hojas, te acercas al altar, te arrodillas, te persignas, cierras los ojos y crees escuchar afuera a un loco que va gritando: “¡Dios ha vuelto!” ¿Pero a dónde? ¿Cómo será el regreso de Dios a nuestra vida colectiva? ¿Se anunciará con trompetas triunfales o llegará como según Nietzsche llegan todos los grandes acontecimientos, “con pisadas de pies de paloma”? No. Dios no ha regresado todavía. “El gran fugitivo” –creo que así lo llamaba el poeta Rilke– no sigue la lógica humana. Tiene sus propios tiempos. La técnica he reemplazado a Dios y estamos felices con ella, no necesitamos a Dios (ni al diablo), nos sentimos amos y señores de la Tierra y de nosotros mismos. Aunque somos, en realidad, prisioneros en el gran Panóptico Virtual. Nuestro Dios es la Técnica. Sillicon Valley es el Vaticano de hoy. Y Bill Gates es más escuchado que el papa.

Creemos ser libres, pero hemos reducido la libertad a la elección entre una marca de zapatilla u otra marca alternativa. Así hemos jibarizado la libertad.

Te imagino sintiendo un escalofrío que te recorre la espalda. ¿Y si Dios se alejó completamente de la Iglesia que debió cuidarlo y ser su casa, su altar, su templo, y está esperando que la Iglesia se vacíe completamente, para entonces regresar? ¿No estará esperando Dios la muerte de la Iglesia –que lo traicionó– para regresar? Sé que te parecerán blasfemas estas reflexiones, pero ¿no nos enseñaron los grandes de la mística negativa que la ausencia de Dios es tal vez la forma más elocuente de Su Presencia?

Toma esto como una provocación intelectual, como las que nos hacíamos en nuestras tertulias adolescentes. Con todo respeto te digo todo esto. Porque me importas y, aunque no lo creas, también me importa –aunque hoy esté lejos de ella– el destino de la Iglesia. Recuerdo que me conmovió ver incendiarse Notre Dame y me indigné cuando vi las quemas de las iglesias en nuestro país. ¿Qué pasaría si esta Iglesia que hoy está vacía y callada desapareciera de la faz de la Tierra? ¿No sería desolador saber que no hay ninguna iglesia abierta para rezar? No estamos tan lejos de eso. En algunas partes de Europa se venden iglesias antiguas, que ya no tienen fieles, y se las convierte en “hoteles boutique”. Sé que la Iglesia es para ti una madre y que uno ama a su propia madre aunque esta sea una prostituta, porque es su madre: eso le escuché decir a un teólogo hace años en un encuentro eclesial. Sé que sinceramente le entregaste toda tu vida a esa madre, a tu fe. No te hiciste –como tantos– sacerdote para arrancar de tus miedos, esconder tu homosexualidad o huir de ti mismo. Pero ahora intuyo que te sientes solo, muy solo. Sin comunidad, necesitado del amor humano (un abrazo, una caricia) y ahora con esta inquietante sensación de que tal vez Dios ya no esté adentro de las iglesias vacías. ¿Es una tentación del demonio toda esta duda tan radical o dolorosa? ¿O es tal vez el necesario descenso al abismo que debemos hacer todos para ver nuestra propia sombra, para así poder volver a la luz?

La Iglesia todavía no se ha enfrentado con toda la radicalidad con su propia sombra. Mientras no haga ese trabajo, que requiere honestidad, coraje, seguirá vacía y adentro de sus muros seguirás sintiendo ese frío estremecedor que ahora recorre tus huesos.

Te llamé para que vinieras a pasar el sábado de Pascua con nosotros, me contestaste que preferirías pasarlo solo en tu iglesia. Te entiendo. Te estás subiendo a tu propia cruz, estás sintiendo todo el abatimiento y angustia que Jesús sintió en el Monte de los Olivos. Te estás preparando para morir. “Oh, Señor: / da a cada cual su propia muerte!”, otra vez Rilke. Tú, yo, la Iglesia, todos, tenemos que morir para esperar una posible resurrección. No hay resurrección sin muerte, tú lo sabes. No hay escapatoria. Ya no puedes huir de tu pequeña y encantadora iglesia que es ahora tu propio Gólgota. “El que no muere antes de morir, después de morir se pudre”, decía Angelus Silesius.

Tú ya has olido la podredumbre de tu propia Iglesia y estás cansado. Sé que has sentido náusea ante ese mal olor que sale desde hace tanto tiempo desde las alcantarillas morales de la Iglesia. Es probable que se te haya cruzado por la mente la posibilidad de “colgar la sotana” (qué fea expresión), pero quieres resistir todavía. Conozco muy bien tu estoicismo, siempre lo admiré. ¿Estás llorando? ¿Y llorando solo, sin un hombro que acoja tu soledad y pena? Me imagino el llanto de un sacerdote solo adentro de una iglesia vacía, un llanto honesto, desgarrado, tal vez ese llanto sea la primera lluvia de este otoño seco…

Te abrazo desde la distancia. Sé lo dura que es la soledad de los sacerdotes hoy día. Recuerdo todas las conversaciones hasta el amanecer que teníamos cuando éramos jóvenes de 17 años. Hablábamos de Dios, de cambiar el mundo, teníamos sueños, utopías. La vida por delante. Yo me aferré a una ideología (que después se desmoronó mostrando lo febles que eran sus fundamentos). Eso también fue una muerte y un duelo para mí. También lloré (me río ahora pensando que lloré por una ideología, que había confundido con nuestros sueños e ideales de juventud, nobles). Tú te subiste a la nave de la Iglesia, al Hipopótamo del que habla T. S. Eliot. Ahora detrás nuestro están todos los muros caídos, de las ideologías y las iglesias y es fácil volverse un escéptico, incluso un cínico en estos tiempos. Admiro tu resistencia, a veces quisiera verte libre de las amarras, con la libertad de enamorarte, equivocarte, casarte, tener hijos, pero respeto tu opción y mientras haya muchos como tú adentro de iglesias vacías, recogiendo las lágrimas y las hojas del otoño pascual, al descampado, desnudos, vacíos, todavía hay esperanza. 

Todos debiéramos vaciarnos en estos días. Ver al papa Francisco dar una misa en una San Pedro vacío estremece. Tal vez en ese vacío se pueda escuchar de nuevo “la música callada / la soledad sonora”, de San Juan de la Cruz. Hay que escuchar lo que dice el silencio, aprender lo que nos trae el otoño. Porque como dice ese otro cantante en esa canción que tanto escuchamos juntos “la respuesta, hermano, está temblando en el viento”. The answer, my friend , is blowin in the wind! ¡En el viento! Sí, porque la respuesta no es una certeza, ni un dogma de piedra, no, la respuesta es un susurro suave que se mueve entre las hojas haciéndolas caer. Una brisa que nos bota del árbol a todos nosotros, hojas cansadas y mustias. Eso es lo que hay que hacer ahora: aprender a caer. “Cae / cae eternamente / cae al fondo del infinito / cae al fondo del tiempo / cae al fondo de ti mismo […] / cae en infancia / cae en vejez […] / cae de tu cabeza a tus pies / cae de tus pies a tu cabeza”. Huidobro, ¿te acuerdas? Y Sánchez, nuestro profesor de castellano recitándolo con ímpetu, como poseído, mientras nosotros nos reíamos, sin saber que en esos versos estaba lo más importante que un ser humano debe aprender. ¿No es ese el sentido más profundo y genuino de esta Pascua y de estas cuarentenas? Para levantarse, hay que primero caer. A caer, querido amigo, de eso se trata, la cruz es un paracaídas para llegar hasta el fondo, “al fondo de lo desconocido para encontrar lo nuevo“. Caigo contigo, en caída libre, sin miedo, con los ojos abiertos.

Un abrazo afectuoso y otoñal de tu amigo el Flaco.

Desde el Jardín

Cristián Warnken es el anfitrión de Desde El Jardín, de Radio PAUTA, de lunes a viernes a partir de las 20:00 horas. Escúchelo por la 100.5 en Santiago, 99.1 en Antofagasta, y por la 96.7 en Valparaíso, Viña del Mar y Temuco, y véalo por el streaming en www.PAUTA.cl