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Carta a Pablo Neruda: Isla Negra en peligro

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POR Cristián Rodríguez |

“Da la impresión que las autoridades abandonaron ‘su’ Isla Negra, don Pablo, a su propia suerte. Isla Negra -lamentablemente- ya no es titular en la página de cultura sino en la crónica policial”, denuncia Cristián Warnken.

Estimado Pablo Neruda, admirado poeta:

Perdone que lo moleste y me entrometa en su ausencia. Sé que la ausencia es una forma de la presencia y es más sagrada que ésta y que hay que acercarse a ella con mucho respeto. Nada más torpe que molestar a un ausente. Espero no hacerlo con usted, aunque entiendo que le encantaba recibir y escribir cartas. Y varias con tinta verde. ¡Ya nadie escribe cartas a nadie! No son estos tiempos grafómanos como los suyos.

Le escribo esta carta no pensando que la leerá en el “más allá” -en el que usted no creía- sino en el más acá: lo siento presente en la materia viva, esa que usted cantó en su poesía, en este mar del litoral central con el que conversó por largos años, con estos pájaros a los que usted les dedicó un libro y en su pueblo, el pueblo de Chile, al que usted ofreció su voz para que fuera por fin escuchado, para poder volver a nacer: “ven a nacer conmigo, hermano…” Porque, como usted dijo, “para nacer hemos nacido”.

Su presencia en las calles de Isla Negra es palpable: siempre pienso que en una de mis largas caminatas por ahí, voy a encontrarme con usted paseando, morosamente, con su poncho, con esa lentitud tan suya y me voy a poner nervioso porque no voy a saber qué decirle. ¿Qué se le puede decir a un poeta que parece haberlo dicho todo? Se podrá decir cualquier cosa de usted, pero habría que ser muy mezquino para negar el milagroso don de la palabra que esplende en cada uno de los registros que exploró (lírico, épico, dramático): usted llegó a todas las cimas y simas adonde puede llegar el verbo. Desde el interior de la madera hasta las alturas de Machu Pichu.

Usted nos narró, nos contó, nos contó, usted nos sacó del balbuceo y la impotencia verbal (tan chilena), nos regaló palabras para decirnos “todo está en la palabra”, como dijo alguna vez. Pero nos hemos ido quedando sin palabras. Tal vez por eso la violencia ha avanzado tanto en Chile. Hoy, está de moda rebelarse contra el padre y querer matarlo, pero yo sólo tengo gratitud por este niño sureño que fue usted y que creció bajo la lluvia tenaz del sur, que aprendió a conversar tempranamente con los elementos, que fue capaz de darle la palabra a la materia ciega, que nombró el amor y que hizo la de la política, poesía. ¡Cuánta poesía le falta a nuestra política hoy, llena de “politicastros”!(¿no los llamó usted así?).

Pero vamos al grano, perdone que me vaya por las ramas al hablarle a usted, “la emoción se me sube a la cabeza” (no se habla con Neruda todos los días). Le escribo esta carta porque Isla Negra, ese lugar en la tierra donde usted escogió domiciliarse, ese lugar que le recordaba su infancia, en Puerto Saavedra, ese lugar que usted decidió fuera su lugar para vivir y morir, ese lugar único en el planeta, con un mar que golpea inclemente la orilla en invierno, esa costa rica en flores y plantas resistentes y resilientes y quebradas milagrosas y abundante en pájaros y piedras y rocas planetarias, ese lugar que usted de alguna manera fundó junto con Eladio Sobrino, un viejo socialista español y capitán de navío, está hoy en peligro.

Ahí está su testamento: “Compañeros, enterradme en Isla Negra/frente al mar que conozco/a cada área rugosa de piedras y de olas que mis ojos perdidos/no volverán a ver”. Pero no sólo Isla Negra está hoy en riesgo: todo el llamado litoral de los poetas, donde descansan Nicanor Parra, Vicente Huidobro, Jonás, donde vivió en sus últimos días Juvencio Valle (su amigo sureño) y tanto otros poetas y escritores, y las bordadoras de Isla Negra, y artesanos, cantautores, músicos y artistas visuales (Antúnez, los Balmes, Irarrázaval, entre otros) toda ese territorio de alto valor cultural y patrimonial (patrimonio intangible sobre todo) está hoy en peligro.

Aunque usted no lo pueda creer, el narcotráfico -que ha devastado una parte de América- está matando como un cáncer nuestro país. Sus células tóxicas se multiplican vertiginosamente en el cuerpo social, en la política, en el territorio. Don Pablo: el pueblo chileno vive hoy secuestrado en sus poblaciones y barrios, por temor, hasta el punto que hoy la palabra que más circula de boca en boca es “miedo”. Y ese miedo  -que es pan de todos los días en muchos barrios populares y también en el centro de nuestras ciudades- ha llegado a ese paraíso sencillo y entrañable que es Isla Negra.

Da la impresión que las autoridades abandonaron “su” Isla Negra, don Pablo, a su propia suerte. Isla Negra -lamentablemente- ya no es titular en la página de cultura sino en la crónica policial. La misma Isla Negra que usted ayudó a convertir en mito en el imaginario de Chile y el mundo hoy está a punto de convertirse en un lugar sin Dios ni ley, donde los narcotraficantes lanzan fuegos artificiales para anunciar la llegada de la “mercadería” que está matando a nuestro país más que esta peste que hoy nos asola.

El abandono de la cultura, la poesía -que son el alma de Chile- es un hecho atávico en nuestro país, pero se ha agravado en estos tiempos. Nuestro país, además, se ha farandulizado y esa farándula nos ha infantilizado a tal punto que hoy los políticos son comentaristas en los matinales y los artistas de la farándula son candidatos a ocupar cargos políticos. Con ese nivel de política, sin visión ni espesor, ¿a quién puede importarle Isla Negra, a quién le importa la memoria de Pablo Neruda, a quién le importa la poesía y no sólo eso, a quién le importa de verdad -y no sólo declarativamente- la gente?

Isla Negra parece haber sido abandonado por el municipio hace tiempo y por el gobierno central también. Chile no sólo ha perdido su “orden público”, ha perdido su orden interior, su armonía social que es anterior a cualquier orden público. Ese orden por el que tanto luchó Andrés Bello, nuestro bisabuelo de piedra, está hoy hecho pedazos. Es una crisis muy profunda: se nota en las calles, en cómo conversamos, nos relacionamos, en nuestra imposibilidad de generar acuerdos, en el deterioro del lenguaje, en la pérdida de autoridad (en el sentido genuino de la palabra “autoridad”, no en su derivado autoritario), en la decadencia de la política y la cultura.

Nos faltan los poetas más que nunca… de ellos podemos esperar tal vez la inspiración para un nuevo orden para este Chile que usted amó y del que tuvo tanta nostalgia cuando se ausentó de él. “Chile ¡Ay cuándo y cuándo me encontraré contigo!” ¿Se acuerda? Si viera como está Valparaíso, ese “Valparaíso de mis dolores”, del que usted habló tanto. En fin, eso daría para otra carta.

Perdóneme por venir a despertarlo de su ausencia con estas malas noticias. Pero es para hablarle de Isla Negra: ella y usted son lo mismo, como Alejandría y Kavafis, Borges y Buenos Aires… la diferencia es que usted parece haberla creado, a la medida de su propia alma. Usted contó una vez: “Encontré una casa de piedra frente al océano, en un lugar desconocido para todo el mundo, llamado Isla Negra”. Gracias a usted Isla Negra terminó por ser conocida por todo el mundo. Ahora otra vez anda de boca en boca, pero por noticias delictuales, hechos de violencia…

El océano tumultuoso golpea con fuerza las rocas, mientras escribo esta carta. Pareciera que el mar tuviera rabia, impotencia. “La costa salvaje de Isla Negra, me permitía entregarme con pasión a la empresa de mi nuevo canto”, escribió en “Confieso que he vivido”. Si usted viviera hoy en Isla Negra, no podría escribir tranquilo su nuevo canto. Y eso mismo le ocurre a artistas, escritores, trabajadores, pequeños comerciantes, artesanos, residentes fieles a Isla Negra, los únicos que están sacando la cara por este hermoso y rústico rincón del mundo, levantando su voz para pedir el legítimo “derecho de vivir en paz” en sus propios domicilios.

¡Qué demanda tan básica! Ya se levantaron muchas voces en este país exigiendo “dignidad”. Ahora se  empiezan a levantar en todas partes de Chile para exigir “seguridad”. La seguridad de vivir en paz en tu barrio o ciudad es una condición de la dignidad. Por favor, don Pablo, inspírelos, acompáñelos, aliéntelos. Usted sabe muy bien hacer eso, la poesía escucha al ser humano y se hace voz de sus anhelos y angustias. Me parece verlo regresar como un fantasma más real que todos los vivos y decirle a los residentes de Isla Negra, sus nuevos vecinos en el tiempo: “Contadme, todo, cadena a cadena/ eslabón a eslabón/y paso a paso/(..) dejadme llorar horas, días, años”. ¿Les puedo decir, don Pablo, de parte suya, un ausente vivo, que no están solos, que la Poesía nunca abandona al ser humano y que mientras ella exista, nada está perdido?

Cristián Warnken es el anfitrión de Desde El Jardín, de Radio PAUTA, de lunes a viernes a partir de las 20:00 horas. Escúchelo por la 100.5 en Santiago, 99.1 en Antofagasta, y por la 96.7 en Valparaíso, Viña del Mar y Temuco, y véalo por el streaming en www.PAUTA.cl