Carta al Invierno
“Te escribo esta carta de invierno para pedirte que te quedes más tiempo con nosotros, porque necesitamos hibernar para encontrarnos con nosotros mismos.”, dice Cristián Warnken.
Querido Invierno:
Estás a punto de llegar, andas merodeando en los bordes del otoño, tal vez ya llegaste y el otoño se quedó un rato para esperarte: viejos amigos que lo han vivido todo, tanta historia. No son solo las hojas y las lluvias, y el frío, es la vida y la muerte. Ustedes han visto a millones de rostros arrastrados a través de miles de años por la tormenta: “Tal multitud fluía por el puente / que no creí yo ser tantos los que la muerte arrebatara”. Lo dice Dante en una escena tremenda en que ve desfilar a miles de condenados en el Infierno y lo repite T. S. Eliot, poeta del siglo XX: hablando de Londres, a la que llama “ciudad irreal“.
Todas las ciudades son irreales a los ojos del invierno. Y lo son más en medio de esta pandemia que todo cobra visos de irrealidad total. Todas nuestras pasiones, agitaciones, nuestros miedos y anhelos son tal vez para ti, invierno, irreales: lo único real es el frío que hace guarecerse a los animales y a los árboles entrar para juntar energía hasta que llegue la próxima primavera. Invierno: tú sabes tanto y has llorado tanto, la lluvia vino tantas veces a limpiar las calles y también los rostros, tantas veces bautizaste nuestra infancia, pero ahora llueves cada vez menos, y tu frío es seco, y quieres llover pero no puedes y gimes, te quejas entre el follaje de los árboles, y subes a las cumbres de las montañas y amontonas ejércitos de nubes, pero no llueve. Y tienes compasión de la Tierra, a la que quisieras salvar: tú la amas, cuánto la has amado, pero entre ella y tú se interpone el desierto que avanza.
Invierno, ¿nunca más volverás a ser el que fuiste, nunca más las “monedas de la lluvia” harán sonar los techos, nunca más nos verás con los brazos abiertos mirando al cielo diciendo: “bendita lluvia“? ¿Nunca más?: no lo sé, pero tú sí sabes y necesitamos recuperar tus llaves para descifrar los signos que no vemos. Tú volviste y volverás, y el sol seguirá girando y también la Tierra, para que se cumpla la danza del eterno retorno de las estaciones bailando con el tiempo. Tú has sido leal, pero nosotros te abandonamos. Abandonamos la Tierra y no sabemos dónde están los puntos cardinales, no sabemos leer el cielo, ya no podemos decir, como decían nuestros antepasados, “norte claro, sur oscuro, aguacero seguro“. No sabemos hacer guillatún, no sabemos lo que dicen los pájaros cuando cantan y aquí vagamos como sombras, extraviados en nuestro propio planeta, soñando con huir algún día de él, porque nuestra desmesura no tiene fin.
Invierno, viejo maestro, padre sin hijos, siento tus pasos en la noche buscándonos para decirnos algo, pero nosotros encerrados en nuestros cubículos, hipnotizados por las frías pantallas, solo nos escuchamos a nosotros mismos, nuestros niños ya no saben los nombres propios de los árboles, ya no toman el oro de la tierra (el humus) con sus manos, ellos ya no sienten nostalgia de la lluvia porque nunca la tuvieron y cuando les decimos “llegó el invierno” nos miran perplejos y se ríen…
Invierno: ayer en la noche salí a mi jardín, encendí una fogata y respiré el frío que quema los pulmones. Te respiré, conversé contigo, cerré los ojos y sentí tu presencia y oí por primera vez el llanto de las plantas, su lamento por la ausencia de la lluvia.
Invierno: la Tierra está llorando, las cumbres sin nieve, los glaciares gritan, pero ¿quién los escucha? Nuestros poetas lo han hecho, lo hacen, ¿pero quién los escucha a ellos? Jorge Teillier una vez envió una “Carta de la lluvia“, ¿pero quién la abrió? Ya nadie lee las cartas, ya nadie lee las correspondencias que en la naturaleza forman un templo que hemos abandonado.
Invierno: yo te escribo esta carta de invierno para pedirte que te quedes más tiempo con nosotros, porque necesitamos hibernar para encontrarnos con nosotros mismos. Nos hemos extraviado. Es hora de volver hacia adentro, hacia nuestras propias raíces, es hora de conversar otra vez con nuestra Alma y nuestra Tierra y el invierno es la estación propicia para hacerlo. Qué fácil es evadirse en primavera y en verano de la tristeza, de la angustia, expulsadas de nuestra época que se evade de las profundidades, que les teme a las preguntas y que cree saber todas las respuestas. Pero no tenemos todas las respuestas y el invierno es el momento propicio para plantar las semillas de la humildad… “Humus”: tierra; Humildad: descender a ras de tierra.
Dicen que este invierno será duro, la pandemia que nos confina se demora en ceder. ¿Castigo de la naturaleza para salvarnos o para condenarnos? Es el momento de preguntarse para qué alentamos pasos sobre la Tierra, qué significa habitar este planeta bello y delicado, este milagro cósmico que es nuestro hogar. Es hora de regresar al hogar. No sigamos huyendo de nosotros mismos, no huyamos del invierno, no huyamos de la muerte, el dolor, el silencio, la extrañeza. Inflamémonos de asombro y, como lo hicieron nuestros antepasados griegos, miremos todo, los elementos, el aire, el fuego, el agua por primera vez. Volvamos a preguntarnos por el Ser y que el Hacer no consuma nuestros días. Por un Hacer sin Ser, la Tierra está hoy devastada. Por haber olvidado el Ser, no llueve.
Invierno: no nos abandones, no dejes de regresar, enséñanos a regresar y a resistir y a aprender de las hojas trituradas y el barro original, tal vez si nos reencontramos con nuestro propio invierno adentro, podremos conversar –otra vez– de igual a igual contigo. Y entonces, quizás, vuelva a llover.
Desde mi jardín, inicio del invierno del 2021
Cristián Warnken es el anfitrión de Desde El Jardín, de Radio PAUTA, de lunes a viernes a partir de las 20:00 horas. Escúchelo por la 100.5 en Santiago, 99.1 en Antofagasta, y por la 96.7 en Valparaíso, Viña del Mar y Temuco, y véalo por el streaming en www.PAUTA.cl.