Carta a Eduardo Mena
“Entre tanto vómito, performance gritona, pintura con discurso, estar cerca de un cuadro tuyo nos expone a una luz tibia, amable. Ahí están todos esos hombrecitos y mujeres viviendo una segunda vida”, escribe Cristián Warnken.
Querido Eduardo Mena:
Amigo, pintor de Valparaíso nocturno y taciturno, del caminar a pie pelado por esa ciudad siempre viniéndose guarda abajo, tu musa eterna (decadente y prístina a la vez), ahora te toca partir a ti con toda tu soledad a cuestas, la misma de los hombres y mujeres anónimos americanos que tú acogiste con tanta ternura y poesía en tu pintura. Valparaíso debe estar llorándote a esta hora y sus cerros encendiéndose con las miles de lucecitas que tomaste prestadas para iluminar las penumbras de tus cuadros tristes. Pero de una tristeza que no es distinta a la de todos nosotros, solo que ella esplende.
Tú acogiste esa tristeza y soledad con delicadeza. En tus cuadros, los abandonados encontraron un hogar. Como un padre tierno, los acunaste. No es con la razón como tocamos al ser humano en su soledad irredimible, es con el alma y el corazón. Pura alma y corazón fuiste, lo que más falta en estos tiempos fríos del cálculo y la voluntad de poder. Tener tan expuestos y abiertos esa alma y ese corazón hace más frágiles a los que como tú no alcanzaron a construir la coraza que nos permite sobrevivir, pero también nos protege tanto, que la luz oculta y delicada que está escondida en el mundo no logra entrar a nuestra rígida fortaleza. Y sin esa luz, nos secamos por dentro, nos marchitamos. Sí, parece que hubiéramos ganado la batalla de sobrevivir en el mundo, pero en realidad lo que perdimos en ese acorazarnos es lo más bello, eso que sentíamos todos los que te conocimos, cuando estábamos cerca de ti. Hambrientos, bebedores sagrados, mujeres de pueblo, niños encontraron un espacio donde brillar en tu pintura amorosa, cobijante.
Hay arte que puede ser genial, inteligente, pero carecer de ternura y amor por las cosas y los seres. Yo, por lo menos, cada vez necesito más de esos artistas como tú, que –como dijera Rilke– nos hacen encontrar las flores del consuelo en las holladas praderas de nuestra pobreza. Pobreza llena de luz esperando salir a raudales. Entre tanto vómito, performance gritona, pintura con discurso, estar cerca de un cuadro tuyo nos expone a una luz tibia, amable. Ahí están todos esos hombrecitos y mujeres viviendo una segunda vida, porque sin el arte y la mirada atenta sobre ellas, muchas vidas pueden perderse en la noche, la noche que tú iluminaste desde adentro con faroles, pequeñas lámparas de bares penumbrosos, linternas mágicas. Tu cariño de artista a ellos muestra el tamaño de tu alma.
Más alma que cuerpo fuiste, Eduardo.
Tu cuerpo nos deja ahora, no tu alma que todavía tiene que hacer mucho entre nosotros. Qué importa este cuerpo flacucho y agotado, si hay un alma grande adentro que quiere bailar. Niño eterno, al mirar ahora tu vida y tu obra y al darnos cuenta de lo que hemos perdido, tal vez aprendamos a sacarnos la opacidad que está en nuestros ojos, en nuestra mirada, la de los sobrevivientes. Que así sea, porque nuestra mirada envejece, la tuya no envejeció, tus ojos asombrados se salen de tu cuerpo y ahora recién empiezan a brillar dentro nuestro. “Belleza hecha con alma y corazón”, dijiste en una exposición tuya. Eso fuiste a buscar en las penumbras y los cuchitriles y hasta en las piedras.
Habrías sido un buen amigo de El Idiota de Dostoyevsky que trajo pura luz a un San Petersburgo enrarecido y corrompido y que dijo algo que tú habría suscrito con convicción: “Solo la Belleza salvará el mundo“. Los Guy Caddou, los Fournier, los Teillier, a esa estirpe perteneces. Qué ganas de salir a pie pelado a recorrer contigo las calles de Valparaíso o entrar en los bares de alguna aldea de México, a conversar con la Muerte, a escuchar tu risa otra vez y a ver cómo la Muerte te pide prestada tu linterna, la linternita de Mena. El niño tal vez se entienda bien con la Muerte, mejor que con esta rugosa realidad.
Gracias por habernos visitado, alma limpia. El cariño que desataste por tu paso por la Tierra es tan grande, ese cariño que te rodeó los últimos días, que escribo Cariño en esta página con mayúscula. Y que no se nos olvide –ayúdanos a recordarlo, Eduardo– que “un día u otro / todos seremos felices“, como dijo el poeta Jorge Teillier. ¿O ya lo fuimos?
Desde el Jardín
Cristián Warnken es el anfitrión de Desde El Jardín, de Radio PAUTA, de lunes a viernes a partir de las 20:00 horas. Escúchelo por la 100.5 en Santiago, 99.1 en Antofagasta, y por la 96.7 en Valparaíso, Viña del Mar y Temuco, y véalo por el streaming en www.PAUTA.cl.