Carta a mis amigos inútiles
“Mario Marcel representa lo mejor de la seriedad, rigor científico y sentido de la responsabilidad pública en Chile, y su preocupación genuina son los más pobres”, dice Cristián Warnken en su epístola en PAUTA.
Queridos amigos inútiles:
Siento un deber imperativo de escribirles, a la luz de ciertos acontecimientos que están ocurriendo en el país. Hace un año, en medio del peor momento de la pandemia y en del fragor de una polarización política en curso, hicimos un giro en nuestro grupo que se reúne hace ya varias décadas. Éramos “Los inútiles”: todos los jueves –desde hace años– nos juntábamos religiosamente, un día de la semana, a hablar de temas completamente inútiles: una novela de un autor tan olvidado como Huysmans, una frase de Heráclito (leída y traducida desde el original griego por nuestro amigo Horacio), el análisis de una décima de algún payador legendario. Comíamos muy bien, como sibaritas, fieles al espíritu de otro grupo también de amigos, que en décadas pasadas fundaron el original grupo “los inútiles” (casi todos ellos han muerto) del que nosotros tomamos la posta y copiamos el nombre.
No se crea que comíamos en restaurantes caros; no. Teníamos nuestras picadas: todos somos sesentones, setentones y hasta ochentones de una clase media bastante comedida en sus gastos y austeros en sus placeres, salvo en el de conversar y comer juntos y cultivar la tertulia. Los “inútiles” somos amigos de ideas políticas y religiosas distintas, pero que practicamos la vieja y casi desaparecida “religión de la amistad”. La amistad es sagrada y no pueden ni las diferencias ideológicas ni de credo afectarlas. Horacio, nuestro experto en lenguas clásicas, siempre nos citaba ese hermoso pasaje de la Ética Nicomáquea de Aristóteles (el pasaje 1170 a 28-1171 b35): “Sentir que vivimos es dulce en sí mismo, porque la vida es por naturaleza un bien y es dulce sentir que un bien nos pertenece”. Y, más adelante, afirma: “Con-sintiendo, sintiendo con (synaisthanomenoi), ellos (los amigos) experimentan la dulzura del bien en sí mismo, y lo que el hombre experimenta en relación a sí, lo experimenta también en relación con su amigo: el amigo es, en efecto, otro sí mismo (heteros autos)”. Eso ha sido lo que hemos vivido todos estos años: un con-sentir juntos los placeres de la buena conversación sobre temas inútiles y la buena mesa y, por supuesto, los mejores mostos. Nuestro grupo antecesor (los antiguos “inútiles”) no dejó incluso de reunirse el día del golpe militar de 1973, y sobrevivió a esa fractura trágica, sosteniendo la amistad por sobre todo.
La amistad es la base de la filosofía (lo pueden decir Sócrates y sus discípulos y sus frecuentes “banquetes”) y también de la política: por algo se ha hablado de “amistad cívica”. A nosotros nos tocó el “estallido social”, que junto con ser un acontecimiento callejero , también fue un “estallido anímico”. Lo vimos en nuestro grupo: algunos de radicalizaron hacia un extremo u otro, y nos dimos cuenta que –en medio de una conversación sobre un terceto de un soneto de Luis de Góngora– subíamos la voz, cuando la “actualidad” inevitablemente veía a infiltrarse en nuestra mesa. Fue entonces cuando tomamos la decisión de buscar una salida a esa tensión que podía a la larga poner en peligro nuestra entrañable cofradía. Fui yo el de la idea de –como un juego terapéutico– fundar un partido, imaginario por supuesto. (Aunque hoy día los partidos y candidatos imaginarios están de moda). En nuestra mesa había optimistas radicales sobre la deriva del país posestallido (los llamé los “refundacionales jubilosos”) y pesimistas irredimibles (los llamé “apocalípticos”). Propuse: creemos el Partido Optimista Moderado (POM), en que podamos caber todos. Todos ustedes se rieron, pero aplaudieron la iniciativa. Si habíamos creado un grupo llamado “los inútiles”, ¿por qué no podíamos crear un Partido Optimista Moderado?
Y creamos un Partido Optimista, porque el Pesimismo no es muy convocante y estimulante para juntar voluntades. Pero no podía ser un optimismo ingenuo y extremo, por eso buscamos el punto medio (como verás, somos aristotélicos casi en todo) y por eso nos bautizamos “Partido Optimista Moderado”. Eso nos obligó a analizar los hechos con una cierta distancia escéptica, pero con una voluntad optimista. Al empezar cada almuerzo-tertulia, juntábamos nuestros puños y leíamos un especie de declaración de principios del POM, que nos permitió sortear los distintos momentos de tensión política con humor y buena voluntad. Creamos un grupo de WhatsApp llamado POM, cuya regla de oro es: no caer ni en el optimismo jubiloso e ingenuo ni en el pesimismo negativo y paralizante. Todo por la amistad.
Fueron buenos tiempos los del POM, nuestro grupo salió fortalecido, se acabaron las peleas ideológicas sin salida. Pero tengo que ser honesto con ustedes, les tengo una mala noticia: he empezado a sentir en las últimas semanas (si no meses) un decaimiento en mi optimismo moderado. Como un acto supremo de voluntad, intento todos los días leer los diarios y escuchar las noticias, usando filtros, relativizando todo lo que parezca desmedido o delirante, y créanme que lo he hecho como el fundador y fiel militante del POM que he sido. Pero no me está resultando. Creo que el último episodio del “cuarto retiro”, unido a los insultos y ataques al presidente del Banco Central, Mario Marcel, por las medidas y alertas anunciadas sobre el posible recalentamiento de le economía, la disparada de la inflación y una posible y brusca desaceleración en el próximo gobierno, me infestaron de “pesimismo” y desaliento.
Ninguno de nosotros es experto en economía, pero sabemos que en Chile se había logrado ciertos consensos sobre el rol fundamental y equilibrante del Banco Central, entre economistas de todos los sectores. Y había un respeto a su tarea y aporte técnico. De hecho, el Banco Central es quizás el último bastión de un saber técnico tan denostado en los últimos tiempos, el lugar desde donde se habla desde el conocimiento científico y no la ignorancia o la superstición o el oportunismo político. En Chile, pasamos de endiosar a los técnicos a demonizarlos, a llevarlos a la hoguera. Somos un país maníaco-depresivo: pasamos de la euforia a la depresión, de comprarnos el sistema económico y convertirnos en consumistas desatados a demonizar los “treinta años” de desarrollo económico y social, sin hacer matices, ni reconocer zonas de penumbras o duda. Roberto Zahler, cuando fue presidente del Banco Central, dijo que los agentes económicos en Chile eran maníaco-depresivos. Ayer los técnicos eran los hechiceros de esta tribu llamada Chile, los glorificábamos; hoy los insultamos y condenamos como “herejes”, como lo han hecho en estos días opinólogos y algunos economistas de sensibilidad de izquierda. Llaman a los consejeros del Banco Central “jerarcas”, los acusan de representar a siete “familias ricachonas”, etcétera. No se habían visto declaraciones tan destempladas y desproporcionadas, que revelan el empoderamiento de algunas personas (sobre todo políticos) que no saben de nada de economía y también de algunos economistas de izquierda radical que quieren convertirse ellos en los nuevos “hechiceros” de la tribu. A pesar de que he sido un humanista crítico del excesivo tecnicismo y dominio sin contrapesos del “pensar calculante”, y de haber criticado muchas veces los reduccionismos economicistas y los dogmatismos Chicago Boys, he aprendido que no se puede “ningunear” ni despreciar tan fácilmente la economía, como lo hacen en general nuestros jacobinos locales. Ni convertir a la economía en el centro de todo (deificarla) ni maltratarla como la Cenicienta de la casa.
Y lo peor es que Marcel representa lo mejor de la seriedad, rigor científico y sentido de la responsabilidad pública en Chile y su preocupación genuina son los más pobres que, ya sabemos, serán las primeras víctimas de la inflación y de una decadencia económica. Marcel representa , con su estilo sobrio y calmo, lo mejor de una cierta “virtud” republicana. Como Carmen Gloria Valladares en la Convención: los restos de un país serio, no farandulizado. Los ataques contra él son injustos y tal vez, más que atacarlo, personalmente buscan debilitar la institución del Banco Central: como se dice en español de España, “van a por ella”. Así como el cuarto retiro desde las AFP (en medio de un carnaval de bonos nunca visto) no es para ayudar a los más desfavorecidos por la pandemia (de esos ya no quedan en la AFP, porque lo retiraron todo), sino para conseguir más votos para sus próximas reelecciones y para destruir definitivamente el sistema de pensiones, que los mismos parlamentarios no han sido capaces de reformar. Es decir, dicho en buen chileno, están cuidando sus “pegas” a costa del futuro de millones de chilenos de clase media y vulnerables.
La misma partitocracia que está en el origen de una parte importante del “malestar” social, hoy se disfraza como la “solución”, usando el engaño para ser reelegidos y seguir siendo parte de la “casta” que tanto denuestan. Todo esto que ha ocurrido en torno al cuarto retiro, unido a la peligrosísima instalación de la “cultura de la cancelación” en la Convención Constitucional (en el reglamento sobre negacionismo), son alarmas que se encienden, que habría que ser muy sordo –o deshonesto intelectualmente– para desoír.
Perdónenme, amigos “inútiles”, pero devuelvo mi carné al día del POM (Partido Optimista Moderado) y me temo que mucho de ustedes harán lo mismo en los próximos días. ¡Duramos un poco más que La Lista del Pueblo! Es que hay que tener cuidado con que el optimismo razonable se transforme en un optimismo ingenuo. El segundo puede, sin darse cuenta, hacerse cómplice de la decadencia política, social, económica y ética cuando ya es demasiado tarde. Porque estamos ante una crisis ética en el trasfondo de la crisis política: la corrupción, el populismo ya se enquistaron en nuestra sociedad: no son síntomas pasajeros, son células cancerígenas en pleno crecimiento. Me preocupa que la disolución del POM pueda tener efectos en nuestro grupo “Los inútiles”. Espero que no. ¿Me estaré pasando al bando de los “apocalípticos”? Espero que no.
Por el momento me declararé un pesimista moderado. Por ahora, les propongo concentrarnos en la tabla y el menú de las próximas reuniones. Tengo algunas propuestas: invitar a nuestro amigo el escritor Antonio Cussen a exponernos sobre su genial estudio, traducción e interpretación de la Eneida, de Virgilio, en clave apocalíptica. Un tema fascinante, aparentemente “inútil”, pero creo, atingente. Les dejo la elección del menú a los más sibaritas del grupo. En tiempos de decadencia, solo queda refugiarse en la belleza, la amistad, el refinamiento intelectual y la celebración –a pesar de todo– del milagro de estar vivos y “con-sentir” juntos. ¡Larga vida a los “inútiles”!
Un abrazo.
Cristián Warnken es el anfitrión de Desde El Jardín, de Radio PAUTA, de lunes a viernes a partir de las 20:00 horas. Escúchelo por la 100.5 en Santiago, 99.1 en Antofagasta, y por la 96.7 en Valparaíso, Viña del Mar y Temuco, y véalo por el streaming en www.PAUTA.cl.