Carta a un chileno desconocido
“El texto constitucional también es una ficción que se construirá entre todos sus miembros, un relato, pero un relato que está parado sobre otro relato mucho más fuerte y atávico: Chile”, dice Cristián Warnken.
No te conozco, no sé tu nombre ni dónde vives ni lo que piensas (tal vez pienses muy distinto a mí), y no sé tampoco si leerás esta carta que escribo, pero sí sé que, por encima de nuestras diferencias (que quizás sean muchas), hay algo que nos une misteriosamente, no como una obligación sino como un destino: la patria. Chile. Si me pidieras que te definiera qué es Chile, no sabría decirlo: pero que no se pueda definir algo no significa que no exista, al contrario. La mayoría de las cosas más importantes en nuestras vidas no las podemos definir, pero nunca dudamos de su existencia: el amor, la belleza de una puesta de sol (y en nuestras costas los atardeceres son gloriosos), la amistad. Algunos han hecho intento de definirlas, pero esas definiciones se quedan cortas para dar cuenta de aquello que tiene realidad, pero es muy difícil reducir a una fórmula o una respuesta.
Tal vez Chile sea una gran pregunta sobre esta geografía alucinada, una pregunta que nos venimos haciendo desde hace mucho tiempo, pero que todavía no podemos contestar. Hoy se ha puesto de moda poner un manto de sospecha sobre todo lo que antes dábamos por cierto y sólido. La sospecha es muy sana para desnudar mentiras, para mantener un sano escepticismo y distancia ante las miles de promesas (políticas, religiosas, filosóficas, etcétera) que se nos ofrecen todos los días, pero la sospecha llevada al extremo y desbocada puede hacer imposible que nos levantemos todos los días y vivir con un sentido. Hasta la propia identidad (la noción de sujeto) ha sido puesta bajo sospecha, nuestra sexualidad, Dios, hasta el amor, y es bueno que en algún momento dudemos y nos cuestionemos (eso es parte, por ejemplo, de la aventura de la adolescencia), pero necesitamos una identidad, necesitamos confiar en el amor de los otros, y también necesitamos una patria. ¡Y si de sospecha se trata, hay que sospechar también de la sospecha misma!
Ulises, el héroe que regresó de la guerra de Troya, solo sobrevivió en esos largos años de extravío por mares e islas fantásticas, en las que debió enfrentar monstruos, hechiceras destructivas, naufragios, pero lo que lo salvó de la desesperación y la locura y el miedo, fue la certeza de que quería regresar a Ítaca. “Siempre en tu pensamiento ten a Ítaca“, dice en un hermoso poema el poeta alejandrino Constantino Kavafis. Todos necesitamos una Ítaca para regresar. Hay que alejarse cada cierto tiempo de ella, aventurarse, alejarse, enriquecerse con todas las experiencias posibles, pero es inevitable, en algún momento, regresar. “Aunque pobre la encuentres”, dice Kavafis. Aunque tenga defectos: ¿qué patria no la tiene? Aunque haya hechos de su historia que nos avergüencen: ¿hay acaso alguna patria, etnia o comunidad que pueda en esto tirar la primera piedra, hay alguna patria incólume, pura, que no tenga algo de sangre o dolor de otros pueblos en sus manos? Sí, nuestra patria puede cargar con muchos errores y horrores, ¿pero es borrando todo el pasado como se limpia la historia? Y la patria también puede parecernos a veces una condena, a veces nos sentimos asfixiados en ella y podemos llegar a decir —como lo hizo Enrique Lihn—: “Nunca salí del horroroso Chile“. Nunca se sale de la patria, o siempre se está saliendo y regresando a ella.
Si me preguntas “¿qué es la patria?”, te podría responder entonando contigo el mismo himno nacional (los dos con la mano en el pecho) y colocando la misma bandera a flamear (¡tan bella que es!), y creo que podríamos sentir ante ella una misma emoción. ¿Es simplemente una costumbre, una mentira, una ficción, un cuento que nos han transmitido desde chicos, y tal vez la patria no existe? ¡Claro que es un “cuento”! ¿Y qué no es un “cuento”? Todos vivimos dentro de un relato que cada uno de nosotros nos hemos hecho de nuestra propia vida: sin ese relato, no podemos vivir. Y las comunidades también se construyen a partir de relatos que ellas se cuentan a sí mismas. ¿Y son mentira porque son relatos? No. No hay nada más real que un relato, sin relato nuestra vida es puro azar, pura dispersión, pura nada. La patria, entonces, no es una mentira inventada por alguien sino un relato que hemos ido tejiendo —como comunidad— de generación en generación, en las que por supuesto hay mentiras, verdades, errores, aciertos, y ese relato ha echado raíces en nuestro inconsciente, que es la dimensión más profunda del hombre. No se crea por un acto individual de voluntad (aunque los individuos y ciertos voluntarismos puedan ser importantes en su origen) y tampoco puede ser borrada por un acto individual o por una decisión intelectual.
En estos meses, hemos visto rondar por esta finis terrae la tentación de la “deconstrucción”, una moda intelectual que empezó en Europa y que se ha propagado por el orbe entero como una peste. Hay algunos en estos lares que se han visto afectados por esa tentación y los he escuchado decir cosas tan disparatadas como “en la Convención a lo mejor decidimos cambiar el himno, o podemos cambiarle el nombre a Chile, ¿por qué no?”. Si hablamos de ficciones, el texto constitucional también es una ficción que se construirá entre todos sus miembros, un relato, pero un relato que está parado sobre otro relato mucho más fuerte y atávico: Chile. Si el relato que es la base donde está parada esa Convención se deconstruye, el otro se desfonda. Cuando he escuchado estos días a los maestros de la construcción escuchando cuecas en las obras, cuando he visto a jóvenes creando décimas y cuando vi a los miembros de la Convención cantando el himno nacional en señal de unidad tuve la certeza de que los delirios refundacionales tienen un límite y ese límite es la patria. Algunos preferirán llamarla la “matria”… no me gusta cómo suena, pero no me complica, estamos hablando de lo mismo y, por lo demás, es significativo que el género de “patria” en nuestro idioma sea femenino. ¿”Chauvinista”, me dirá alguien? No. Deploro los chauvinismos, degradaciones del verdadero y genuino sentido patriótico. Y también creo que quien ha intentado apropiarse de la patria le ha hecho un daño enorme a una palabra que debiera producirnos emoción, pero no miedo, ni rechazo: hemos conocido a algunos de esos “secuestradores” de la patria en nuestra historia. Usaron la palabra “patria” no para servirla sino para servirse de ella: dictadores, tiranos, ellos no son la patria y la patria no es de ellos.
Querido compatriota, vuelvo a la pregunta inicial y quiero compartir contigo algo: quien mejor ha respondido la pregunta de qué es la patria es un poeta argentino, Jorge Luis Borges. ¿Voy a citarte un argentino para hablar del sentimiento patrio, y en pleno 18? Es que pocas veces alguien ha logrado tocar ese misterio como él en esta “Oda escrita en 1966“. Dice Borges: “Nadie es la patria. Ni siquiera el jinete / que alto en el alba de una plaza desierta / rige un corcel de bronce por el tiempo / ni los otros que miran desde el mármol / ni los que prodigaron su bélica ceniza / (…) Nadie es la patria, ni siquiera los símbolos”. Y si no son los símbolos (tan importantes para celebrar, conmemorar a la patria), ¿qué es, entonces? Borges lo aclara poéticamente: “La patria, amigos, es un acto perpetuo / como el perpetuo mundo (…) / Nadie es la patria, pero todos debemos / ser dignos del antiguo juramento / que prestaron aquellos caballeros (…) / Somos el porvenir de esos varones / la justificación de aquellos muertos; / nuestro deber es la gloriosa carga / que a nuestras sombras legan esas sombras / que debemos salvar”. Y el viejo y ciego Homero de Argentina (Borges) remata: “Nadie es la patria, pero todos lo somos / Arda en mi pecho y en el vuestro, incesante / ese límpido fuego misterioso”. Qué hermoso: la patria es ese “límpido fuego misterioso”. Tú, tal vez, mientras leas estas líneas, lo estás sintiendo arder dentro tuyo, yo lo siento ahora mientras veo a unos niños de una escuela pública, vestidos pulcramente para una presentación dieciochesca, bailar una cueca y de verdad me brotan lágrimas. La sencillez, la pobreza, la riqueza de nuestra patria. ¿Hay algo más conmovedor que un escudo de Chile en el frontis de una escuela pública o una bandera flameando en su patio? Que nadie me la deconstruya ni se quiera apoderar de ella, porque “nadie es Chile, pero todos los somos”.
Un abrazo, entonces, querido compatriota desconocido, estés donde estés, aquí, cuando está comenzando la primavera o lejos de aquí, en otras latitudes tal vez tocado por la nostalgia (“nostoi”: regreso; “algia”: dolor, en griego): el dolor de regresar. No te preocupes, la patria no se ha ido ni se irá, porque está dentro suyo. Y la estamos inventando, mejorando todos los días, porque –lo dijo Borges– es “un acto perpetuo”.
Un abrazo desde mi Jardín.
Cristián Warnken es el anfitrión de Desde El Jardín, de Radio PAUTA, de lunes a viernes a partir de las 20:00 horas. Escúchelo por la 100.5 en Santiago, 99.1 en Antofagasta, y por la 96.7 en Valparaíso, Viña del Mar y Temuco, y véalo por el streaming en www.PAUTA.cl.