Del aula al jardín: el valor de devolver a los niños la naturaleza
Sobre la experiencia de Ombú Afuera, un jardín infantil que funciona al aire libre, estuvo conversando su directora y fundadora, María José Butazzoni, en una nueva edición de Pauta Sustentable.
Si bien antes de la pandemia ya era reconocible y se venía hablando de un déficit de naturaleza en los niños actuales, con la llegada del coronavirus SARS-CoV-2 este síndrome se hizo mucho más presente: por más de un año dejar la casa se convirtió en sinónimo de peligro.
Hoy con la situación más controlada, y con cientos de miles de niños volviendo a sus salas de clase, desde el jardín infantil Ombú decidieron hacer un cambio y sacar las aulas al patio.
“Cuando recién se inventaron los jardines infantiles estos estaban en el jardín de la casa, por eso se llaman jardines. No sé en qué momento de la historia nos empezamos a encerrar con los niños en las casas, más por comodidad de los adultos o por miedo al clima”, comenta en Plaza Pauta, de Radio PAUTA, la fundadora y directora de Ombú, María José Butazzoni.
El ejemplo de Ombú
Ombú Afuera se llama el proyecto que comenzó a implementar el jardín infantil Ombú a partir de la pandemia. La idea surgió ya que atrás del recinto había un terreno eriazo donde antes se encontraba una casa que luego botaron.
“Antes de la pandemia se había pensado construir ahí más salas, pero con la pandemia nos dimos cuenta de que no era esa la vía, y se hizo patente que tenía que ser algo al aire libre”, cuenta Butazzoni.
Así fue como junto a los arquitectos Jacinta González y Andrés Zegers se lanzaron en la aventura de convertir aquellos 1.500 metros cuadrados en un paisaje de aprendizaje. “Ellos son de campo, entonces entendieron muy bien la sensación que yo quería darle a este lugar, que fuera como algo rural, no una plaza, sino que tenía que dar la sensación de entrar a una parcelita, hay gallinas, conejos, invernaderos, huertos, arena, miles de texturas diferentes”, dice la directora de Ombú.
El resultado cumplió a cabalidad las expectativas. Se creó un recorrido circular, donde los niños pueden recorrer el camino, pero irse bajando en diferentes estaciones. En el centro del círculo se encuentra un invernadero y un huerto. “A los niños les fascina”, señala Butazzoni.
Eso no es todo. También se plantó un bosque nativo y se construyó una yurta de mimbre que funciona como aula abierta. Hay un área de escalada, de construcción e incluso una cocina de barro.
El efecto de aprender al aire libre
“Necesitábamos devolver a los niños a la naturaleza, que es realmente a donde pertenecen. Los niños en ese ambiente se desenvuelven con una naturalidad única y lo vamos perdiendo en la adultez”, explica sobre sus motivaciones la directora.
Uno de los beneficios de este trabajo al aire libre es que los niños aprenden desde su propio interés, gracias a la exploración y el juego. Necesitan a los adultos solamente para ir mediando e intencionando los aprendizajes.
En este punto la naturaleza es crucial, ya que está llena de distintas bajadas curriculares que llevan a que los niños aprendan constantemente, desarrollando autonomía, independencia y entendiendo el mundo a través de lo sensorial.
Otro elemento fundamental para el aprendizaje al aire libre es el riesgo medido. Así desarrollan seguridad en sí mismos y mejorar su autoestima, “porque van entendiendo que ellos desde su control pueden ir alcanzando ciertos logros e ir mejorando esta sensación de que pueden”, dice Butazzoni.
Revise a continuación la entrevista con María José Butazzoni en Plaza Pauta