Carta a un votante misterioso
“¿Es el ascenso de Kast el efecto búmeran de la “revuelta”? ¿Le pasará lo mismo que a Jiles, y llegará ‘tan alto / tan alto’ para luego desplomarse en caída libre? Se desfondó Sichel. ¿Se desfondarán Kast y Boric?”,pregunta Cristián Warnken.
Estimado votante misterioso:
Me he encontrado contigo varias veces en los últimos meses, en conversaciones de pasillo, en una fila, en una convivencia familiar. Hace unos días, en uno de esos encuentros, me confesaste tu indecisión a la hora de decidir por quién votar en la próxima elección presidencial. Me dijiste casi al oído: “Te voy a confesar algo, pero no se lo digas a nadie”. Callaste y me miraste con cara de circunstancia, como un niño que va a confesar su “maldad”: “No sé si voy a votar por Boric o por Kast; me despierto un día dispuesto a votar por uno, pero al otro día cambio mi elección. La verdad es que me da vergüenza decírtelo…, ¿es normal eso?”. Primero me quedé en silencio, perplejo; luego, me pareció escuchar a alguien que gritaba detrás de mí: “¡Tómate un Armonil!”. Pero me di vuelta, y no había nadie. Solo el viento.
Son tiempos delirantes estos. Y, talvez, más que en los sesudos análisis de los expertos, la respuesta está –como dijo Bob Dylan– “temblando en el viento“. Luego traté de calmar tu ansiedad y angustia diciéndote algo relativamente sensato como: “Es normal, en épocas de crisis, que las certezas que tenemos del mundo vacilen, etcétera, etcétera”. Dos semanas atrás, me habías dicho que ibas a votar por Sichel, y antes, fuiste de los pocos que se levantaron para votar en las primarias de la centroizquierda (o lo que queda de ella). O sea, en estricto rigor, tú debías votar por Provoste.
Cuando yo era niño, estas vacilaciones electorales eran impensables. Había un voto de izquierda claro, otro de derecha, otro democratacristiano, una variación por aquí o por allá. La gente votaba con una cierta lealtad. Esa lealtad política hoy día se esfumó. Se acabó el mundo de las certezas, ya no hay tierra firme bajo nuestros pies. ¡Bienvenido a la modernidad líquida! Esta elección presidencial es la más líquida de todas en los últimos 30 años. Y hay que decirlo: la más pobres en ideas, propuestas de futuro y espesor político e intelectual. Líquida y light al mismo tiempo.
La política con “p” minúscula ha revelado en estos días toda su “insoportable levedad del ser”, como diría Kundera. Pero, ¿son líquidos los tiempos globales o es que Chile se ha vuelto un país especialmente líquido? Después del 18 de octubre pensé que nos incendiábamos y que el fuego era el símbolo de lo que estábamos viviendo. Se desató una piromanía atávica. No creo que en ningún país del mundo se hayan quemado tantas estaciones del metro, tantas iglesias y bibliotecas al mismo tiempo como acá. Pero hoy no es el fuego el símbolo primordial de los que nos está pasando: ahora no nos quemamos, nos derretimos o nos licuamos. ¿Pero no estaba todo tan claro hace unos meses? Hay quienes marcaron el 18 de octubre como una fecha refundacional, un nuevo comienzo de la historia, una revolución. Hubo una interpretación religiosa, casi mágica de ese acontecimiento masivo. Aparecieron íconos, se prendieron velas, se hicieron altares, el Estallido se convirtió en una suerte de redención, revelación, epifanía de la Historia y del Pueblo. Las elecciones que vinieron después (el triunfo del Apruebo, la victoria trepidante de la izquierda más radical en la elección de Constituyentes) pareció reafirmar esa tendencia. Pero hoy todo dice que el furor jacobino y octubrista ya pasó. Pero nadie puede afirmar que no volverá a emerger en algún otro recodo de la historia. Nadie puede hoy sostener nada con certeza hoy en Chile.
¿Alguien puede afirmar acaso –en este momento en que estoy escribiendo y tú leyendo esta carta– con certeza cuál va a ser la deriva de esta elección presidencial? Y otra pregunta más inquietante: ¿alguien puede asegurar que la opción “Rechazo” no pueda ganar en el plebiscito de salida de la nueva Constitución? Todo cambia vertiginosamente. Cualquier candidato puede desfondarse en una semana. “Todo lo sólido se desvanece en el aire”: la vieja frase de Marx resuena como nunca en estos lares. No olvidemos a Pamela Jiles, la diputada que se lanzó a volar en el hemiciclo con los brazos abiertos, como un pájaro de fuego, en una performance eufórica, y cómo se encumbró en los cielos de las encuestas para luego desplomarse a tierra, sin transición mediante. “Cae / cae lo más bajo que se pueda caer”, dijo Huidobro en su poema “Altazor”. ¡Cuántos Altazores desintegrados en el camino! Miren a los otrora seguros ganadores de primarias, cómo quedaron a la vera del camino: Jadue, Lavín. Hoy parecen fantasmas de un pasado muy lejano. ¿Será que las encuestas ya son instrumentos de medición periclitados o será que el estado de ánimo del país es cambiante como un carrusel? ¿O ambas cosas a la vez? Chile: ¿país maniacodepresivo?
Habrá que llevar a Chile al diván de un sicoanalista para entender sus fluctuaciones de ánimo impredecibles. A mí me parece que estas fluctuaciones de ánimo vienen desde hace tiempo: es cosa de mirar en perspectiva esa monótona, repetitiva oscilación entre Piñera y Bachelet en cuatro elecciones sucesivas, ese eterno retorno de lo mismo. El país apostó por dos arquetipos de la política absolutamente opuestos y votó una y otra vez por los mismos, en alternancia.
Claramente el país se estancó económicamente (se frenó el crecimiento) pero sobre todo políticamente (no hubo crecimiento ni desarrollo de un pensamiento político, ni para qué decir cultural o espiritual). El país se “achanchó”, se sentó en sus laureles. Se decía que éramos una “taza de leche”. Y, de pronto, desde el fondo de nuestro inconsciente un monstruo dormido despertó y salió a la calle, la noche esa en que el Presidente comía pizza en un restaurant del barrio alto mientras el país ardía por los cuatro costados. A un dragón de siete cabezas despertaron de su largo sueño (así lo bautizó el urbanista Iván Poduje) y arrasó con todo a su paso y nos convirtió, de un día para otro, de ser el ejemplo de un desarrollo exitoso del modelo neoliberal a nivel latinoamericano al ejemplo de la revolución contraneoliberal. Perplejidad en los analistas locales, pero también internacionales. ¿Qué le pasó a Chile?, se preguntan muchos todavía. Nos hemos convertido en una suerte de laboratorio de experimentación anímico y político a nivel mundial. ¿Qué fuerzas internas operan en el Alma (o Psique) de Chile?
Se ha hablado mucho de un atávico instinto por el orden, la vieja “pasión por el orden” pensada por Portales y Bello, una pasión por el orden que nos salvaría justo cuando estamos a punto de caer en el abismo. A veces esa “pasión por el orden” degrada en dictadura. Ahí está Pinochet, ese señor de anteojos negros, irrumpiendo y saltando al escenario desde la nada un día de 1973. A veces, en cambio, no es la pasión por el orden lo que nos moviliza interiormente: nos volvemos carnavalescos, aunque no somos carnavalescos (Chile no tiene su Fiesta ni un sentido de la Fiesta), pero es en la política donde cada cierto tiempo desatamos nuestra parte dionisíaca y jubilosa. ¡Y eso que nos llamaban los “ingleses de Sudamérica”!
Chile en el tiempo de Allende era un carnaval; recuerdo cuando niño desfilar las multitudes de obreros por las calles, las banderas rojas flameando con ímpetu, todo era euforia y destape. De pronto, de un día para otro, vino el silencio y el olor a ceniza en el aire. Al chileno le gusta llegar al límite, jugar con fuego, pero luego se aterra ante el desorden, se acostumbró a los temblores de la tierra, pero no le gustan los terremotos de la Historia: ¿no fue la Transición un ejemplo de equilibrio aristotélico, de “justo medio”, después del estrés de tanta revolución seguida? Somos un país de capas tectónicas que se ajustan cada cierto tiempo. De terremotos grandes, y reconstrucciones notables. Un país que vive al borde del abismo, un país volcánico, pero un país que buscó la hacienda en el Valle central para refugiarse y vivir más tranquila y apaciblemente. Chile: ¿una loca geografía y también una loca política? Chile: ¿el país al que le gusta hacer revoluciones cada 30 años para después volver a buscar un centro? No sé. Prefiero de verdad suspender el juicio. Declararme en estado de perplejidad. Solo queda –como dicen el campo– “estar al aguaite”, “parar la oreja”.
Chile me viene sorprendiendo desde hace varios años. ¿Chile está mudando de piel? Tal vez seamos un país adolescente, con crisis de crecimiento: los cerebros de los adolescentes –ya nos lo enseñó la neurociencia– se “dan vuelta”, y por eso hay que mantener la calma y la distancia ante sus cambios emocionales. “Y no saber adónde vamos/ ¡ni de dónde venimos!…“: esos versos de Rubén Darío recitamos a coro hoy en Chile. Pasamos de la “revolución con empanadas y vino tinto” a la “revolución silenciosa”: ahora venimos saliendo de la oleada “octubrista” y algunos hablan de un “contra-estallido silencioso” en curso: una ola de rechazo a la violencia y el desorden que hace unos meses tuvo tanto apoyo pasivo en la población. Lo dijo Eugenio Tironi hace unos días, un analista muy razonable y atento a los vaivenes de la realidad. ¿Es el ascenso de Kast el efecto búmeran de la “revuelta”? ¿Le pasará lo mismo que a Jiles, y llegará “tan alto/tan alto” –como dice San Juan de la Cruz– para luego desplomarse en caída libre? Se desfondó Sichel, ¿se desfondarán Kast y Boric? Chile: país de los desfondes y la liquidez. No sé a qué político le puede dar ganas de gobernar un país así de inestable e inescrutable desde el punto de vista anímico. ¿No saben acaso estos candidatos con “qué chichita se están curando”?
Votante misterioso e indeciso: como verás, tu caso no es una excepción, eres parte del Chile indeciso, lábil y desleal. Espero encontrarme contigo un día antes de la elección, porque ya no hay profeta ni analista a quien creerle. Tú eres el único profeta fiable. Ahí, en el local de votación recién, sabremos la verdad. Que se guarden sus encuestas los desesperados expertos que desde hace tiempo no son capaces de anticipar nada. Solo a boca de urna, recién podremos decir quién va a ser presidente de Chile. “Cambia, todo cambia“, esa hermosa canción cantada por Mercedes Soza debiera ser hoy nuestro himno nacional. Desde hace un tiempo nos hemos vueltos muy heraclitianos los chilenos: más cerca del filósofo del devenir (Heráclito) que del ser (Parménides). Te apuesto que, en todo el tiempo en que te demoraste en leer esta carta, ya cambiaste dos o tres veces tu intención de voto. Por eso los mercados están histéricos y se agota el Armonil en las farmacias. Pero, ¿no es fascinante también vivir en un país impredecible, que un día está en la primera línea de la revuelta y unos meses después en la primera línea de la seguridad y el orden? No solo la astronomía tiene un futuro glorioso en Chile, “la copia feliz del Edén”: también debiera tenerlo la sociología y el sicoanálisis de masas. Todo es posible en este “lindo país esquina con vista al mar”, a veces manso y tranquilo, pero experto en terremotos y volcanes. Pareciera que esta interpelación de Nietzsche fue escrita para nosotros: “¡Levantad vuestra carpa bajo los volcanes!”
Un abrazo hamletiano desde mi jardín, mientras pienso por quién votar.
Cristián Warnken es el anfitrión de Desde El Jardín, de Radio PAUTA, de lunes a viernes a partir de las 20:00 horas. Escúchelo por la 100.5 en Santiago, 99.1 en Antofagasta, y por la 96.7 en Valparaíso, Viña del Mar y Temuco, y véalo por el streaming en www.PAUTA.cl.