Carta a Carolina Goic y Pepe Auth
“Ha llegado la hora del descenso de la centroizquierda chilena: esta debe hacer una larga travesía autocrítica y reflexiva, y preguntarse por qué destruyó su mejor capital político: su propia historia”, lamenta Cristián Warnken.
Quienes creemos que la política también tiene que ver con convicciones, que la democracia es frágil y hay que cuidarla y que los elegidos para representarnos en las Cámara de Diputados y el Senado no están ahí para ser simplemente la caja de resonancias de estados de ánimo pasajeros, sino para hacer política en el sentido más genuino del término, nos sentimos muy orgullosos de la valentía y responsabilidad con que han actuado ustedes en estos días. Hemos asistido una vez más a un espectáculo, un aquelarre y reality show al mismo tiempo patético, protagonizado por diputados y senadores de la República –o lo que queda de ella.
Con un oportunismo que no tiene límites en algunos casos y con una cobardía que los degrada en otros, diputados y senadores de la así llamada “centroizquierda” han mostrado que la decadencia que venimos observando desde hace años en ese sector, todavía no llega al fondo. Por conseguir unos votos o evitar una “funa”, muchos políticos de larga trayectoria no han dudado en sumarse a operaciones político-electorales de último minuto disfrazadas de acusación constitucional o de apoyo a los sectores más desvalidos (cuarto retiro). Han basureado a la democracia y a su propia historia, la historia de la centroizquierda democrática, que si algún capital político tenía era la de la responsabilidad cívica, el respeto a la opinión de los técnicos (y no la confianza en hechiceros o chamanes de la economía) y el cuidado de las formas republicanas.
¿Alguien se imagina a Patricio Aylwin, a Ricardo Lagos y a tantos otros líderes de nuestra historia democrática reciente, haciéndose parte de esta performance colectiva, de este circo? (y que me disculpen los artistas de nuestro maravilloso circo chileno, rigurosos y creativos en lo que hacen, por compararlos a estos operadores de la descomposición democrática).
Uno puede entender que jueguen con la democracia, jóvenes diputados de una nueva generación, que no la han visto nunca en peligro y que vivieron la dictadura solo de oídas. Ellos tienen una lectura maniquea de los “treinta años”, treinta años que por supuesto no son impolutos e incluyen abdicaciones y contradicciones que –vistas desde hoy– pueden resultar indigeribles, pero que también incluyen logros notables, como el haber logrado hacer una transición en paz, sin violencia, en un contexto de miedo difícil de imaginar desde hoy. Esos hijos –o nietos– de la transición hoy se yerguen como jueces morales del pasado y el presente, predican desde una suerte de superioridad moral, e idealizan un Chile anterior al 73, que tampoco era la “copia feliz del Edén”: Chile tenía problemas estructurales graves, políticos y sociales. Es entendible que estos Ícaros se rebelen y quieran escribir su propia historia, pero se sobregiran más de la cuenta y –como dijera el poeta Machado– “desprecian cuanto ignoran”. Tal vez les falta vivir más derrotas, les falta sufrir de verdad. A veces se comportan como los niños malcriados de décadas de prosperidad y relativa paz.
Pero que políticos con trayectoria, de una cierta edad (o más bien de una edad cierta) los sigan y se sumen a los desbordes y desmesuras de esos enfants terribles (niños terribles) de la postransición es, por decir lo menos, patético. Son padres culposos (¡cuánta culpa arrastran!) que quieren entrar en la fiesta de sus hijos adolescentes como “pares”, sabiendo que esos hijos no quieren verlos en ese “carrete”. Es más, lo que ellos quieren (Lacan, el sicoanalista, lo explicó bien) es “matar al padre”. Los diputados y senadores miembros de la gerontocracia concertacionista son como los lolosaurios de esos memorables sketchs humorísticos de Coco Legrand de los 90. Hay varios de esa misma especie también en la Convención.
Un senador de larga y sólida trayectoria política, por ejemplo, afirmó con claridad que no iba a sumarse a un cuarto retiro que solo perjudicaba a los más desvalidos en vez de ayudarlos y luego –pocas horas después– se desdijo a sí mismo, arguyendo razones “políticas” para terminar votando a favor este desfalco del bolsillo de los más pobres. Una pirueta que casi toca los bordes de la magia. Otro que fue ministro de un gobierno de la transición, un hombre que se suponía llevaba en los genes la sensatez y conocimiento de un hombre de Estado, se sumó inexplicablemente a esta votación populista (pero no popular), probablemente aterrado de que lo linchen en las redes sociales. ¿Culpas arrastradas de esa transición impura o miedo?
Los que pensábamos representaban lo mejor de nuestro socialismo democrático terminaron siendo comparsas de dudosas y riesgosas apuestas electoralistas, encabezadas por otra senadora, postulante al cargo de Presidenta de la República, de poco espesor intelectual y político y muy pocas convicciones, una de nuestras y nuestros “autoflagelantes” que se sumaron desde el principio a la euforia refundacional de jóvenes a los que quieren malamente copiar. Ella ha terminado hasta ahora siendo la copia del original (el original jacobino y juvenil), justo lo que no hay que hacer cuando se aspira a dirigir un país y mostrar talante y visión de estadista. A último minuto, en el foro de la Enade de hace unos días, sin embargo, acaba de decir: “Somos herederos de una Concertación que ha sido lo más exitosa de lo últimos años”. ¿Convicción u oportunismo de último minuto? ¿Quién es de verdad Yasna Provoste? ¿Cuál de sus dos almas emergerá en el hipotético caso de llegar a ser Presidenta de Chile: la populista y autoflagelante o la heredera orgullosa de la Concertación?
Los chilenos quieren presidentes con convicciones después de estos cuatro años de ambigüedades y falta de liderazgo presidencial creíble (¿será nostalgia del presidencialismo tan arraigado en nuestro inconsciente?) y eso está ofreciendo el candidato “republicano”. ¡Republicano! La izquierda le ha regalado en bandeja conceptos tan centrales como la “república”, el “orden público”, la “seguridad”, la “paz” a esa derecha profunda que emerge como un fantasma entre la neblina política y el olor a humo y ceniza que dejan saqueos, quemas, destrucciones. Qué huérfanos nos hemos quedado quienes jamás nos compramos el relato maniqueo y simplista de los “treinta años“. Nos han acusado de “amarillos”, de “fachos”, nos han arrinconado y a algunos silenciado solo por disentir del fervor jacobino y refundacional, cuando en realidad el único fascismo que hemos visto en estos años ha sido el de una ultraizquierda empoderada, arrogante y sobregirada.
Era claro que había mucho que corregir y cambiar, pero en la línea de reformas graduales, sensatas y bien hechas (incluyendo una nueva Constitución razonable e inclusiva), no llevando al país a aventuras atolondradas, en la que la “inestabilidad” es colocada como valor, y el orden y la seguridad (fundamentales para cualquier intento de hacer cambios bien hechos) despreciados y entregados como argumentos al adversario. Una derecha, la más conservadora, la de Kast, que hoy ha subido como espuma ante la incredulidad y estupor de nuestros revolucionarios de salón. Es como el cuento del lobo: estas “almas bellas” (los buenistas) gritaron “viene el lobo, viene el lobo”, pero no había ningún lobo. Hasta que el lobo, de verdad, llegó. Kast se ha disparado en las encuestas no porque haya hecho un gran trabajo intelectual y político, sino porque sus mejores voceros han sido los voceros de la izquierda radical, que ahora vive el efecto búmeran: una vieja ley de la física en política que la izquierda otra vez ignoró, con irresponsabilidad e infantilismo.
La gente a estas alturas está hastiada de la violencia y la inseguridad y quiere que los políticos logren acuerdos. Pero el “octubrismo” casi religioso (cuyo templo sacrificial de la verdad revelada era la mal llamada Plaza de la Dignidad, porque no puede imponerse la dignidad con saqueos y quemas) embriagó también a quienes debieron haber condenado la violencia nihilista desde un comienzo, sin complejos ni medias tintas.
El origen de la decadencia viene de antes: la centroizquierda hace tiempo abandonó el sentido común y se convirtió en una bolsa de trabajo para una “casta” política encerrada en sí misma, preocupada de sus personales reelecciones y no en poner la energía en sacar adelante proyectos y políticas públicas que la ciudadanía reclama desde hace tiempo como urgentes. Ellos, en parte, son una de las causas del malestar del octubre del 2019 y, travistiéndose de “salvadores” o voceros de ese malestar, ahora se aferran a sus cargos y hacen gestos histriónicos a la galería para ganarse la simpatía de un pueblo que hace tiempo los desprecia.
Creen que van “pasar piola”, pero se equivocan.
La historia los castigará y cuando se haga un balance justo de estas décadas, ellos serán los rostros de un período que seguramente será llamado el “Período de la Gran Decadencia Parlamentaria”. Y cuando se haga ese balance, los nombres de ustedes, senadora Carolina Goic y diputado Pepe Auth, esplenderán como los símbolos de la decencia. Sí, en medio de la decadencia, ser decente es resistir, pagando todos los costos que haya que pagar, ganándose el abucheo (provisorio) de la galería, soportando la presión, las amenazas incluso físicas (usted las ha vivido en estos días, senadora), todas aquellas manifestaciones del “fascismo” octubrista que hemos vivido en Chile desde hace dos años y que han logrado silenciar a los más cobardes y sin convicciones. Su silencio ominoso y cómplice les traerá réditos inmediatos tal vez (y ni siquiera eso es seguro), pero los perseguirá como un baldón del que será difícil sacudirse en el futuro.
Me parece que todo este espectáculo de piruetas, obstrucciones, monólogos interminables y payasescos, de selfies narcisistas y ridículas, marca el fin de la centroizquierda tal como la conocimos en Chile en las últimas décadas. La muerte de la centroizquierda (de la que estos oportunistas y cobardes son sus sepultureros) es una tragedia para Chile, que se encamina al callejón sin salida de la polarización y el enfrentamiento. Han triunfado los vociferantes de asamblea, ha sido derrotado el pensar reflexivo.
Ha muerto la política, ha triunfado el populismo.
Nuestra democracia agoniza, pero estos gestos de ustedes, senadora Goic y diputado Auth nos devuelven algo de esperanza. Es una esperanza todavía incipiente y débil, es cierto, pero al menos ustedes les están mostrando a las nuevas generaciones que hacer política no es lo mismo que protagonizar un espectáculo de farándula. Porque la política es también pedagogía. Y hay una orfandad de referentes que hace que los jóvenes terminen siendo atraídos más por los gritos que por las ideas, por la prepotencia más que por el diálogo, por la mentira más que por la verdad. Es la hora de los sofistas y los impostores, pero tarde o temprano, los chilenos volveremos a darnos cuenta de que con la democracia no se juega y que –como dijo el poeta Yeats– “con los sueños empiezan las responsabilidades”: mientras más creemos en las transformaciones y los cambios, más responsables debemos ser, más sólidos nuestros fundamentos técnicos, pero también éticos y –permítaseme decir esto– estéticos. Sí, porque lo que hemos visto es muy feo, muy decadente. Las formas también importan. Los que destruyen las formas, también arruinan el fondo. Lo desfondan. Ha llegado la hora del descenso de la centroizquierda chilena: esta debe hacer una larga travesía autocrítica y reflexiva y preguntarse por qué destruyó su mejor capital político: su propia historia; por qué se sumó con tanto entusiasmo a la ola de los denostadores de la transición; por qué no tuvo el coraje de ser lo que era, y cayó en el peor de los pecados: la inautenticidad y la traición a sí misma. Son difíciles y arduos los años que vienen: pagaremos caros la fiesta que se dieron nuestros líderes, pero tal vez la única manera de recomenzar sea descender.
Otros líderes retomarán algún día la posta de Aylwin y Lagos, y cuando miren hacia atrás se encontrarán con ustedes, los pocos, los escasos dirigentes que pueden dar la cara al futuro sin avergonzarse, porque han sido auténticos, no han actuado ni se han disfrazado de nada. Como dice el poeta Darío en esa inscripción en una fuente de nuestro Parque Forestal vandalizado en octubre del 2019 y 2021: “Por eso ser sincero es ser potente; / de desnuda que está brilla, la estrella; /el agua dice el alma de la fuente / en la voz de cristal que fluye de ella”. Y concluye: “La virtud está en ser tranquilo y fuerte; / con el fuego interior todo se abrasa; / se triunfa del rencor y de la muerte, / y hacia Belén… ¡la caravana pasa!”.
Que la estrella de Belén de la convicción democrática vuelva a brillar con fuerza, renazca algún día, sobre nuestra centroizquierda muerta.
Un abrazo fraterno desde mi jardín.
Cristián Warnken
Cristián Warnken es el anfitrión de Desde El Jardín, de Radio PAUTA, de lunes a viernes a partir de las 20:00 horas. Escúchelo por la 100.5 en Santiago, 99.1 en Antofagasta, y por la 96.7 en Valparaíso, Viña del Mar y Temuco, y véalo por el streaming en www.PAUTA.cl.
Revise, además, la conversación entre Cristián Warnken y Pepe Auth