El error del optimismo injustificado
Kast sigue en su rincón deshojando la margarita de si es mejor seguir siendo el original o convertirse en una copia ‘low cost’ como ha hecho Boric.
De pronto, como presagiaba la memorable carta de Warnken sobre ‘los amarillos’, empezaron a volver cosas del Chile de los últimos 30 años: volvió Lagos, el primer Presidente socialista elegido democráticamente desde Allende; volvieron los economistas, tan denostados; los Carabineros de Chile pasaron a ser respetables de nuevo y la DC volvió a endosar su apoyo a un candidato de izquierda respaldado por el PC como hizo en 1970.
Hay todo un despliegue de política nostálgica. Pero, sobre todo, volvió la tranquilidad y cierto optimismo -no solo en la derecha- que es completamente injustificado y que no se hace cargo de los enormes riesgos que enfrenta el país.
Como se ha subrayado este fin de semana, para Boric y Kast llegó la hora de hacer política. Eso significa que hay que ir en contra de lo que han estado haciendo desde hace meses que ha sido precisamente sumar votos erosionando la política. Boric es ahora un hombre de orden (solo falta una declaración de ‘generales por Boric’) y Kast incluye en su equipo a la figura más sólida del denostado gobierno de Piñera.
El candidato del Frente Amplio es el que más dinámico se ha mostrado en esta tarea. De hecho, la impresión que deja esta primera semana es que Kast, aparte de realizar el control de los daños que causó el diputado Kaiser entre las chilenas, sigue en su rincón del ring bajo cuenta de protección pese a que ganó la primera vuelta. Parte de esta parsimonia puede deberse al hecho de que Kast es quien mejor ha entendido que el momento populista no se ha agotado y que eso beneficiaba a su candidatura. Su dilema ahora es si para la segunda vuelta prefiere seguir siendo el original o volverse una copia ‘low cost’, como está haciendo Boric.
La persistencia de ese contagio populista es lo que permite dudar del optimismo de quienes creen que la frágil recuperación económica que contemplamos se pueda convertir en las bases de una nueva prosperidad. Esta oleada de esperanza no se hace cargo de que los problemas de Chile no solo han empeorado por las malas decisiones tomadas desde 2019, sino por una serie de equivocaciones y deficiencias previas que ni los gobiernos de Bachelet ni los de Piñera quisieron enfrentar.
El impacto que ha causado el surgimiento de la variante omicrón viene a recordarnos, además, que el mundo camina sobre cristales rotos.
El problema de Chile más importante desde hace casi dos décadas no es solo de distribución de rentas, sino del ritmo de generación de las mismas. Es decir, el problema es el crecimiento y lo demás es música, como dijo Lagos.
Uno de los mayores aciertos del denostado modelo neoliberal fue la temprana apertura al exterior que garantizó una prosperidad importante. Una apertura que empezó con el desarme arancelario para acabar con el falso predicamento de la sustitución de importaciones que tanto gustaba a la Cepal y que permitió insertar a Chile en diversas cadenas de valor globales. Entre otras cosas, Chile fue de los primeros países del mundo en beneficiarse del efecto red que produjo la ola de globalización que empezó en la década de 1980. Solo el hecho de haber estado entre los primeros nos permitió capturar más rentas que otros que llegaron más tarde.
Pero esa globalización se agotó. ¿Dónde va a encontrar Chile el nuevo efecto red que le ayude a impulsar su prosperidad en el futuro? ¿Cómo se va a evitar que el revisionismo populista deje de dañar la contribución al PIB que hacen subsistemas ‘neoliberales’ como el del ahorro previsional o el mercado de capitales?
Este no es un dilema que haya surgido ahora. Deberíamos estar debatiendo sobre las bases de la prosperidad futura desde hace 10 años.
Son muy interesantes los últimos artículos del economista Dani Rodrik donde viene avisando de que las claves de la prosperidad económica en esta fase de la globalización han cambiado. La industrialización ya no es la panacea para avanzar hacia el mundo desarrollado porque no es un factor tan potente para difundir las ganancias de productividad. La industria no absorbe la mano de obra poco cualificada como hacía antes. Y las cadenas de valor globales no se distinguen por crear buenos empleos. Entonces, en un mundo con poco crecimiento y mal repartido, ¿dónde va a encontrar Chile las oportunidades que su población demanda?
Será interesante comprobar si los candidatos pueden contestar a esto.
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