Carta al árbol de Navidad de mi Jardín
“Si cada uno de nosotros, al mismo tiempo, en miles de jardines del mundo, nos sentamos debajo de un árbol a esperar, ¿acaso no pude suceder algún milagro? ¿De volver a nacer, de volver a creer? ¿Por qué no?”, dice Cristián Warnken.
Querido árbol de Navidad de mi Jardín:
Vengo a dejarte esta carta antes de que te saquen los adornos de Navidad que te visten y se apaguen las luces que te encienden. Se acabará la Navidad y vendrá el Año Nuevo en los próximos días y nadie se acordará de ti hasta que volvamos a celebrar esta fiesta que comenzó hace más de dos mil años.
Hace dos mil años nació un niño muy lejos de aquí, desde donde te escribo, y hemos vivido cobijados dentro de ese bello cuento de un pesebre, una estrella y unos reyes magos. Al comienzo, esa historia nos conmovió y estaba en el centro de nuestras vidas. Poco a poco, su luz fue apagándose hasta terminar siendo una especie de estrella muerta en el cielo de nuestro imaginario colectivo. Una suerte de olvido se instaló en el centro de nuestra civilización y dejamos de creer y alguien dijo después de ese niño que había nacido como un milagro: “Dios ha muerto”. Y, entonces, siguieron encendiéndose los árboles, y seguimos abriendo los regalos, pero esa historia que era fundamento, “axis mundis”, y en torno a la cual giraban nuestras vidas, fue solo un adorno y cada vez hubo más y más regalos, pero cada vez menos y menos milagro, porque dejamos de creer.
Pero tú, añoso árbol de mi jardín, sigues encendido, y hoy, volví a verte como si fuera la primera vez y me nació escribirte esta carta y dejarla a tus pies. Te quiero hacer esta pregunta: ¿podemos nacer otra vez? De eso se trataba antes la Navidad: de nacer de nuevo. “Para nacer he nacido”, dijo un poeta, Pablo Neruda, que no creía en Dios, pero que entendió más que cualquier creyente el sentido profundo de lo naciente. ¿O ya no podemos, ya no naceremos nunca más de nuevo y, por eso mismo, estamos todos muertos? Fue otro poeta, peruano, César Vallejo, que nos interpeló a boca de jarro: “Estáis muertos“. Nos movemos, agitamos, hacemos mucho ruido, parecemos más activos que nunca, nunca el mundo se había movido a tanta velocidad, pero parece que estamos, en verdad, muertos. Porque ya no sabemos nacer.
¿De qué sirven los millones de árboles como tú, que todavía están encendidos en distintas partes del mundo, de qué sirven los regalos que nos damos unos a otros si olvidamos el sentido que estos tenían, si ya no creemos, si ya no sabemos nacer? Al acercarme a ti, y pensar todo esto, sentí un escalofrío. Pensé en el absurdo de una fiesta que perdió su sentido, en lo que significa que una civilización como la nuestra siga celebrando un rito en el que ya no cree. ¿Cuándo dejamos de creer, cuándo dejamos de nacer, cuándo nos olvidamos de ser? ¿Y en qué creemos ahora, quién es el Dios con el que reemplazamos al otro Dios olvidado, y puede ese Dios nuevo reemplazar a ese niño al que veníamos en procesión de todas partes a besarle los pies? ¿Qué Navidad es esta, vaciada por dentro de sentido?
Sentí de pronto que un hoyo negro se ha instalado en el centro de nuestras vidas, el hoyo negro del vacío, que nos puede tragar a todos, un hoyo negro suplantó al pesebre y vamos todos , a la velocidad de la luz, hacia ese abismo que nos devora.
Cuando niño, siempre venía a dejarte en estas fechas una carta con los regalos que quería pedir para la Navidad, la carta al Viejo Pascuero. Hoy día voy a hacer lo mismo, árbol viejo y leal, árbol que sobrevive al desgaste del tiempo más que nosotros. Vengo a pedirte, pero no muchos regalos, sino uno solo: que me enseñes de nuevo a nacer. No sé nacer de nuevo y mientras no vuelva a saberlo, mi vida será un conjunto de gestos vacíos, de rutinas sin sentido, una vida gris, donde no brilla ninguna estrella, donde no hay luz. Estoy solo en mi jardín, la fiesta terminó hace rato, se fueron los invitados y los regalos ya se abrieron, pero solo queda un regalo que no ha llegado, que nadie ha traído y que yo sigo esperando. Mi jardín, sin ese regalo, es como el jardín del Gigante Egoísta: hace mucho frío, y la primavera no llega, así son los jardines de los que dejaron de creer, de soñar, de creer.
Jardines de invierno.
De inviernos interminables.
Acabo de colocar en mi tocadiscos uno de mis discos más entrañables del grupo argentino Sui Generis, y estoy escuchando esta canción, que escuché tantas veces en mi adolescencia. “Dónde está el sol / Dónde está Dios / Dime quién me lo robó / Y vuelvo a caminar / Y empiezo a recordar / Mi casa, mi padre Jesús / (…) No sé muy bien / Qué voy a hacer / Quiero a mi fe / Quiero creer / (…) Y todo lo que yo amaba / Ya no es mío y se escapó / Y ahora estoy tan confundido / Niebla y humo alrededor…”
Entonces es como si el adolescente y niño que fui se despertara de pronto y viniera a decirme “quiero creer”. ¿Pero se puede creer lo mismo que antes, los mismos símbolos, el mismo Dios, se puede? Son preguntas de adolescente, hechas por un hombre adulto, yo a ti, viejo árbol de mi jardín.
Tantas veces, desde el origen de los tiempos, los seres humanos se han juntado bajo los árboles a invocar, a encender una fogata, a hacer una acción de gracias, como si a los pies de los árboles pudiéramos encontrar la iluminación. Hubo una vez un hombre que iluminó debajo de un árbol y lo llamaron “Buda”. Tú estás lleno de luces que colocamos de adorno sobre tus ramas, pero ya no sabemos ni podemos iluminarnos. Llegamos a la Luna, llegaremos pronto a Marte, pero de qué nos sirve llegar tan lejos en el espacio si no sabemos iluminarnos.
Porque no sabemos nacer. Nacer de nuevo.
En unos días más, viene lo que hemos llamado el “Año Nuevo” Lanzaremos fuegos artificiales al cielo celebrando la llegada de ese “Año Nuevo”, pero cuán nuevo puede ser de verdad si nuestro ser ha envejecido y se ha vuelto rígido, seco, ¿y no tiene ya brotes nuevos? Sigo escuchando la canción: “niebla y humo alrededor”… Pero, en realidad, esa niebla y humo están adentro mío. Estoy solo, al centro de mi jardín.
Esta noche hay un cielo espléndido sobre mí, lleno de estrellas como nunca. Voy a apagar las luces eléctricas que te cubren, árbol, y voy a sentarme debajo de ti y dejarte esta carta y voy a esperar. Si cada uno de nosotros, al mismo tiempo, en miles de jardines del mundo, nos sentamos debajo de un árbol a esperar, ¿acaso no pude suceder algún milagro? ¿De volver a nacer, de volver a creer? ¿Por qué no? Pero tiene que ser en silencio, en la intimidad y secreto que hemos perdido, sin “selfies”, lejos del frío mundo digital que hemos creado para escondernos de nosotros mismos, en la desnudez y desamparo absoluto del hombre consigo mismo. Volver a cobijarnos en el desamparo que somos. Lo dijo tan bien una vez Rilke: porque nuestro cobijarnos es nuestro estar desamparados.
Ahora te estoy abrazando, árbol, y siento tu inmenso cuerpo. Tus raíces, tu copa alzándose al cielo. Y siento mi propio desamparo. Tal vez solo desde ese desamparo, vivido a fondo, pueda nacer algo nuevo. Podamos nacer de nuevo.
Cristián Warnken es el anfitrión de Desde El Jardín, de Radio PAUTA, de lunes a viernes a partir de las 20:00 horas. Escúchelo por la 100.5 en Santiago, 99.1 en Antofagasta, y por la 96.7 en Valparaíso, Viña del Mar y Temuco, y véalo por el streaming en www.PAUTA.cl.