La oportunidad de Boric en La Araucanía
No son las lealtades populares históricas las que definen el conflicto, sino que es la fuerza la que todo el tiempo está redefiniendo esas lealtades
Comienza el año y es tiempo de pronósticos. La agenda del Presidente electo Gabriel Boric está llena de desafíos, pero quizá ninguno tenga la entidad que plantea el conflicto de La Araucanía. Izkia Siches, que forma parte del triunvirato de instalación del nuevo gobierno, se ha mostrado a favor de dialogar con la Coordinadora Arauco Malleco (CAM), que no deja de exhibirse con armas de fuego, lanzar soflamas y “revindicar la violencia política”.
El asunto es extraordinariamente importante para el nuevo gobierno que deberá desplegar muy pronto una política propia. En La Araucanía está en vigor el estado de emergencia y si el gobierno de Sebastián Piñera no lo deja decaer, una de las primeras decisiones de Boric debe ser si lo mantiene o no. Además, Siches se ha declarado partidaria de un diálogo sin condiciones. Y aunque la diputada comunista Karol Cariola matizó que “la violencia no es la solución“, nadie ha dado detalles de cómo sería esa conversación, bajo qué condiciones y en qué marco jurídico.
Una serie de analistas ha apostado que al nuevo gobierno no le conviene mostrarse activo en este frente, porque sería la Convención Constitucional el marco donde se estarían encajando las piezas de los pueblos originarios. Sostienen que el nuevo presidente debería dejar que la Convención le solucione el problema de la violencia. Pero esta línea de pensamiento es errónea. El conflicto mapuche no es con todos los pueblos originarios, sino con una serie de grupos que se arrogan la representación del pueblo mapuche.
El mero análisis de la cuestión ya supone aceptar hechos que en la Convención resultarían incómodos: primero, que hay pueblos originarios que están perfectamente acomodados en la institucionalidad chilena y hasta se benefician de ella más que otros y, segundo, que el mapuche es el pueblo originario -con diferencia- más importante de Chile. Y en relación a esto último, hay un tercer dato que a Héctor Lalitul, el líder de la CAM, no se le escapa: que la identidad mapuche incluye el mito de que es un pueblo que nunca dejó de luchar contra huincas auxiliados por traidores yanaconas.
En una situación de conflicto como el que existe en La Araucanía, para muchos resulta lógico pensar que este se definirá en función de las lealtades populares preexistentes cuando, en realidad, es el mismo conflicto el que permanentemente está redefiniendo esas afiliaciones. En su magnífica obra La lógica de la violencia en la guerra civil (Ed. Akal, 2006), el politólogo Stathis Kalyvas sostiene que “la evidencia indica que las alianzas e identidades son fruto de la violencia o son transformadas radicalmente por ella”.
Muchas veces, por ejemplo, la lealtad política y la geografía están unidas y la una termina de conformar la otra. Es lo que descubrió Lynn Horton estudiando la guerra civil nicaragüense. Los ‘contras’ se aprovechaban de la debilidad del aparato del Estado sandinista en las regiones remotas para obtener la colaboración popular. Comenzaban hostigando a los simpatizantes sandinistas, forzándolos a abandonar sus granjas y refugiarse en la ciudad de Quilalí. “El Frente Sandinista nos abandonó”, decía uno de los campesinos entrevistado por Horton, quien sugiere que si estos se las hubieran arreglado para mantener una presencia militar y política mayor en la región, la lealtad política de la mayoría de los campesinos habría cambiado de bando.
Un caso similar se dio en España durante la guerra contra la ocupación francesa de Napoleón. La guerra de guerrillas no se dio en las grandes ciudades -que solo se rebelaron en 1808 contra la ocupación-, sino en las zonas rurales o en los caminos. Hay una correlación inversa entre la eficacia en el cobro de impuestos por los franceses y la participación popular en la insurgencia. Es decir, allí donde los invasores podían cobrar impuestos, aunque estos resultaran ser un agravio para la población local, había menos rechazo al ocupante.
Estos hallazgos de Kalyvas ponen de manifiesto una cuestión que ya es conocida: la importancia de que un Estado sea capaz de hacer valer efectivamente sus leyes dentro de sus fronteras. Por eso los choques en La Araucanía se producen en carreteras, caminos o puentes, porque la articulación del Estado se produce realmente a través de ellas.
Gran parte del prestigio que Héctor Llaitul tiene entre sus seguidores se debe a los gravísimos errores cometidos por el Estado a la hora de combatir su movimiento. A Llaitul se le han imputado delitos falsos, se le encarceló injustamente y, por último, se le quiso implicar en la ridícula ‘Operación Huracán’, orquestada por Carabineros de Chile. En definitiva, la torpeza de un Estado muy propenso a tomar atajos lo transformó en un símbolo del descontento. El gobierno de Gabriel Boric tiene, por la propia renovación generacional que supone, la oportunidad única de mirar el conflicto de otra manera.
John Müller conduce Primera Pauta, de Radio PAUTA, de lunes a viernes a partir de las 07:00 horas. Escúchelo por la 100.5 en Santiago, 99.1 en Antofagasta, y por la 96.7 en Valparaíso, Viña del Mar y Temuco, y véalo por el streaming en www.PAUTA.cl.