Putin, el invasor sometido a estrés
Las cosas no le están saliendo como quería el líder ruso. Por lo pronto, Zelenski sigue encabezando la resistencia.
En el verano boreal de 1961 se produjo la crisis de Berlín en la que la URSS exigió que las fuerzas aliadas se retiraran de la zona occidental. El desenlace llevó a la construcción del Muro de Berlín, pero en el intertanto el mundo estuvo al borde de la guerra nuclear. En un momento de la crisis, al presidente John F. Kennedy y a su equipo no le quedaba claro si su interlocutor en Moscú era un Nikita Jrushchov que hablaba con plena libertad o lo hacía bajo amenaza (le habrían dado un golpe militar) o, incluso, si se trataba de un doble. Estas mismas dudas se reprodujeron al año siguiente con la crisis de los misiles de Cuba. Finalmente, en 1963, para evitar una guerra por error, se creó una línea de comunicación fiable entre la Casa Blanca y el Kremlin, el llamado “teléfono rojo” que en realidad era un télex.
Al margen del problema de identificar a un interlocutor válido, un grupo de sicólogos pensó que sería interesante analizar las inflexiones de las voces para detectar si el líder que hablaba estaba sometido a estrés. De allí surgió una investigación extraordinaria publicada en 1985 –Leaders under stress: a psychophysiological analysis of international crises, de Thomas Wiegele, Gordon Hilton, Kent Layne Oots y Susan V. Kiesel-, que demostró que los métodos sicofisiológicos servían para estudiar crisis de todo tipo, incluso políticas.
Fue un gran paso en la cooperación interdisciplinaria para comprender mejor el mundo.
La investigación también ponía de manifiesto la complejidad de los liderazgos. En su lado, JFK tenía un montón de asesores, incluido su hermano, Robert, ministro de Justicia. Y en el lado soviético, detrás de Jruschov estaba el Politburó y el comité de las fuerzas armadas. Existía una burocracia comunista colegiada que, para bien o para mal, retrasaba la toma de decisiones y las depuraba. Hoy, con Vladimir Putin, el liderazgo ruso carece de todos esos contrapesos.
El domingo, cuando el presidente ruso decidió poner en alerta su fuerza de disuasión nuclear, quedó claro que está actuando sometido a una enorme presión sicológica. Su “operación militar especial” en Ucrania no le está saliendo como pensaba. Está claro que el principal objetivo de Putin era capturar o matar al presidente Volodímir Zelenski, al que la noche de la invasión (jueves 24 de febrero) acusó de encabezar un régimen nazi. Para eso se planificó la gran operación helitransportada sobre el aeropuerto de Hostomel, que terminó fracasando porque la reacción ucraniana fue muy eficaz. Al final, ninguna de las partes puede usar el aeropuerto, que ha quedado inutilizado por los duros combates.
La única respuesta pública de Putin a este fracaso operativo fue invitar a los militares ucranianos a darle un golpe a Zelenski y quitarlo de en medio.
Pero como Zelenski sigue vivo y no ha podido ser exhibido como trofeo de guerra para provocar la rendición de los ucranianos, las operaciones militares siguen un curso extraño. Las tropas rusas entran en las ciudades, hacen incursiones incisivas, pero no las ocupan y acaban retirándose. En el camino comienzan a dejar un reguero de muertos y prisioneros. Los interrogatorios de estos últimos hablan de una débil moral de combate, la mayoría no entiende por qué se les ha enviado a combatir contra sus “hermanos ucranianos”. Muchos han dicho que tienen órdenes de no atacar a la población civil.
Hoy la gran incógnita es dilucidar si esta conducta es fruto de una serie de restricciones políticas, difíciles de traducir a la operativa militar, o si se trata de simple incompetencia de una maquinaria bélica mal organizada.
Los expertos subrayan que el material utilizado en la operación no es del último modelo y que Putin habría empleado solo unos 50.000 hombres de los 130.000 que dice EE. UU. que acumuló en las fronteras. Expertos militares sostienen que para ocupar un país con la extensión de Ucrania y con 44 millones de habitantes, necesitaría al menos 500.000 hombres armados dentro del país.
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