Carta a un chileno con miedo
“A veces a ti te dan ganas de llover, de llorar, pero no puedes”, escribe Cristián Warnken: “Te dan ganas de dejar esta ciudad de mierda, este barrio que ya no es tu barrio y que cada vez más se parece a una cárcel o campo de concentración. Qué ganas de escuchar, en vez de las balas, los cantos de los pájaros”.
Carta a un chileno que tiene miedo:
Eres un chileno más de los millones que todos los días se levantan a trabajar, a “ponerle el hombro”, como dice uno de nuestros sabios dichos populares, o ponerle “el pecho a las balas”: no te es fácil conciliar tu vida privada familiar y privada con el trabajo, vives en una ciudad donde las distancias se han vuelto inhumanas y agotadoras, y la seguridad es incierta. Si antes sentías cansancio por los largos viajes para llegar de tu casa a tu trabajo, y la inseguridad de enfermarte y de tener una jubilación de porquería, ahora lo que más sientes es miedo.
Te levantas con miedo y te acuestas con miedo.
Dije que tú le “pones el pecho a las balas”. Eso ya no solamente es un dicho ingenioso. Hoy escuchas en la noche las balas, que han empezado a volverse normales y cotidianas, o ves en el cielo el resplandor de fuegos artificiales que no conmemoran un año nuevo sino la llegada de una “mercancía” nueva. Tienes miedo de que tu mujer no sea asaltada en el largo recorrido desde el paradero de buses a tu casa o que tu hijo sea tentado por aquellos que han ido tomando mucho poder y presencia en tu barrio. Tu barrio, dije. ¿Pero sigue siendo de verdad “tu” barrio un territorio disputado por bandas o barras bravas, un lugar que ya no reconoces, donde creciste de niño cuando se podía jugar tranquilo a la pelota en la calle, un barrio donde el cura hace tiempo que no aparece ni dice nada y los árboles se secan, porque no llueve desde hace tanto tiempo?
Sequía y miedo: esas dos sensaciones respiras en el aire. Estás pegado a tu celular, sigues recibiendo y enviando memes que te hacen reír por un rato y aliviar esa angustia que sientes a la altura del pecho, pero cuando lo apagas vuelves a sentir esa extraña y dura sensación de vacío que tienes adentro, y que nada llena, salvo el cansancio y el miedo. El miedo es ahora tu sombra que te acompaña a todas partes. Cierras los ojos y recuerdas a tu madre peinándote a la gomina cuando niño y preocupándose de que fueras ordenado, limpio al colegio: tu vieja no dejaba de machacarte los valores con la que te educó a ti y tus hermanos: esfuerzo, responsabilidad, no mentir, no robar, respetar al profesor y a los mayores, salir adelante a pesar de las carencias y las tormentas. Piensas en lo que sentiría tu madre si estuviera todavía viva y mirara el mundo en que ahora vivimos. Nadie respeta a nadie. Ayer alguien amenazó a un profesor con un cuchillo, y asaltaron a Julita, la vieja vecina de siempre: unos patos malos se metieron en su casa, le pegaron y le robaron todo, lo poco que tenía… imaginas la cara de estupor y dolor de tu vieja al ver que todo lo por ella había luchado, ya no vale nada.
No hay respeto.
El que vive a mi lado no es un vecino sino un sospechoso, un extraño, y que el que se esfuerza es un pájaro raro, y el que respeta y saluda cordialmente al de al lado y le habla, es un extraterrestre en un mundo de zombies que vagan por una ciudad que es muy ancha y ajena. Míralos en el bus: todos van pegados a tu celular, tú también; se ven pantallas, no rostros; nos estamos volviendo extraños unos de otros, cada vez menos se “tira la talla” o se conversa con el que va al lado. La gente era más amable y amorosa cuando eras niño. Recuerdas la voz de tu madre hablándote con dulzura, pero también con firmeza, y la escuchas ahora, a veces en sueños, decirte: “No te rindas, hijito, ponle pino, sé trabajador como ninguno, sal adelante, tú puedes… no tengas miedo”.
Pero tienes miedo: ahora se escucha la sirena de una ambulancia o de un furgón de carabineros. Viste en la televisión cómo una turba de cabros alienados le daban duro a un carabinero de tránsito que tuvo que disparar el arma de servicio para defenderse, y después todos, incluso tú mismo, “lincharon” en las redes a ese “paco”. Todos decían “pobres cabros, víctimas de la represión”. Después la ministra salió a decir que en realidad él había sido la víctima. Te dio un poco de vergüenza de haberte sumado al coro de los linchadores… Te acordaste de Juan, tu vecino carabinero, de su mujer y sus hijos. Has visto sus caras de miedo y vergüenza, viven escondidos, no se dejan ver, los funan todos los días. Tú estás dividido: a veces te despiertas con rabia y te dan ganas de pegarle un combo a alguien al que se te cruce, al que te lanza un bocinazo o te empuja al entrar al metro, después te acuerdas de tu vieja que te decía: “La rabia es mala consejera, hijo”. Tenía tantos dichos la vieja, los aprendió cuando niña en el campo, y sabía de hierbas medicinales y su jardincito estaba tan cuidado. Ahora las plantas se secaron, no tienes tiempo para regarlas, y es un jardín rodeado de rejas y alambres de púas.
Quieres colocar unas cámaras de seguridad que alguien te recomendó, estás esperando el quinto retiro para hacerlo. Eso es lo único que te importa de lo que aparece en las noticias: el quinto retiro. Para lo único para que sirven los políticos ineptos, que desprecias y odias, es para aprobar el quinto retiro. ¿Pero te queda algo en tu cuenta? ¿O crees que te queda? Parece que la cosa se está poniendo difícil, ya no hay bonos, todos los precios se están disparando por las nubes. Tu vieja te habría recomendado ahorrar, guardar para tiempos difíciles. Y no llueve. Recuerdas esas lluvias fuertes en los inviernos de tu infancia, en que el río Mapocho se desbordaba y tu pasaje siempre se inundaba, ahora miras el cielo y parece que las nubes estuvieran tristes y deshilachadas, que no tuvieran fuerza para llover. A veces a ti te dan ganas de llover, de llorar, pero no puedes.
¿Y si te vas a vivir al campo de tu primo que vive en Linares? Te dan ganas de dejar esta ciudad de mierda, este barrio que ya no es tu barrio y que cada vez más se parece a una cárcel o campo de concentración. Qué ganas de escuchar, en vez de las balas, los cantos de los pájaros. Prendes la televisión para anestesiarte un poco, estás tomando un copete; te prometiste a ti mismo tomar una sola copa: ya van cuatro. Ahí está tu vieja mirándote con cara de reprimenda. ¿Es que cómo se tapa este miedo y este cansancio que te persigue día y noche? La tele ayuda: ahí están hablando de la Convención. No entiendes nada de ese enredo: dicen que van a hacer una Constitución que nos dará derecho a la salud, la vivienda, que nos mejorará la vida a todos, ¿pero será cierto? Quieres creer que sí. Necesitas, como todos lo necesitamos, un poco de esperanza. Después del escándalo de Pelao Vade, les crees cada vez menos a los convencionales. Uno de ellos salió el otro día proponiendo un nuevo himno para Chile: “Pluri-Chile es tu cielo azulado”. ¿Qué es eso de “Pluri-Chile”? “Ese compadre se fue al chancho”, dijiste riéndote. Y te pusiste a cantar solo “Pluri-Chile”, y no pudiste parar de reír, eso sí que estaba bueno para un “meme”.
No entiendes muy bien lo que quieren hacer con Chile, no has leído nada que se esté discutiendo en la Convención y es probable que no leas nada antes de votar, si es que vas a votar. Tú colocas siempre la bandera chilena cada vez que se puede y te emocionaste cuando viste las miles de banderitas chilenas en el estadio despidiendo a Gary Medel, a Alexis Sánchez, la Generación Dorada. Te dieron ganas de llorar, pero tampoco pudiste. ¡Cómo nos hicieron felices esos cabros, qué lindo cuando todos cantábamos el himno nacional con la mano en el pecho! ¿Se acabaron para siempre esos tiempos en que nos sentíamos orgullosos de ser chilenos?
Ahora te estás, por fin, relajando… la televisión sigue prendida, y tú estás roncando. Estás, por fin, quedándote dormido, y el sueño que estás teniendo es bonito. Estás jugando a la pelota en la calle con tus amigos vecinitos. Ahí no tienes miedo, y no hay rejas en los patios de las casas, y tu vieja está conversando con una vecina, y están sonriendo. Ella te anima para que metas un gol. Estás a punto de meterlo. Se va a poner a llover, pero igual van a seguir jugando, es rico jugar a la pelota bajo la lluvia. Cierras los ojos para sentir las primeras gotas en tu cara. Quieres oír el sonido dulce, la música de la lluvia cayendo en el pavimento, pero sientes un ruido fuerte. No son gotas de agua las que caen del cielo: son balas, ¡están disparando! Todos corren a esconderse. Tú corres a buscar a tu vieja. Te despiertas: escuchas allá afuera, en la calle, en la noche, otra vez los balazos que no te dejan dormir, ni soñar, ni vivir, otra vez el miedo, el maldito miedo.
Te abrazo desde mi jardín.
Cristián Warnken es el anfitrión de Desde El Jardín, de Radio PAUTA, de lunes a viernes a partir de las 20:00 horas. Escúchelo por la 100.5 en Santiago, 99.1 en Antofagasta, y por la 96.7 en Valparaíso, Viña del Mar y Temuco, revívalo en Spotify, y véalo por el streaming en www.PAUTA.cl y por el canal PAUTA TV en YouTube.