Carta a todos los que tienen que descender
“Llenamos los gimnasios y hacemos culto de nuestros propios cuerpos, no nos gusta ya hacernos las grandes preguntas que tienen que ver con el sentido; no queremos descender”, dice Cristián Warnken en esta Pascua.
Carta a todos los que tienen que descender:
La Pascua es una fiesta que conmemora –antes de su final feliz, la resurrección– un “descenso”, lo que los griegos llamaban “katábasis”. El descenso de un hombre que tuvo que descender al fondo de sí mismo y de la realidad más amarga y ruda, encontrarse con su sombra y con su propio abismo, abismo que todos llevamos dentro muchas veces sin saberlo. Ahí descendió ese judío llamado Jesús, ahí se lanzó, ahí se sintió solo y gritó, a pesar de que se sabía hijo de Dios, un Dios al que él en arameo llamaba “abbá”, “papito”, un Dios del que se sintió en un momento abandonado.
Dejado de la mano de Dios. Como se sienten todos los que tienen que descender. Extraviados, desamparados, perdidos.
No hay que olvidarlo, o tratar de tapar con un “happy end” facilista, toda esa dimensión del descenso que está antes de la Pascua. Nuestra época tiende a esconderlo, porque vivimos en tiempos de “positividad”, de los “likes”, de los “yes, we can”, en que la angustia es metida debajo de la alfombra y nadie quiere verle la cara ni al dolor, ni la finitud ni al abismo. Nadie quiere descender, nadie quiere hacer el inevitable camino que han realizado todos los héroes y protagonistas de los más grandes viaje iniciáticos de la historia. Dante, para llegar al Paraíso, primero tiene que descender al Infierno, y por eso llora, tiembla, se resiste, hasta que su guía Virgilio lo empuja, insinuándole que es un cobarde; y, como sabemos, la virtud más importante del poeta es el coraje.
Los poetas han sido y son expertos en descensos. Eso es el poema “Altazor” de Huidobro, un descenso en paracaídas. El poema comienza con la interpelación del hablante del poema a Altazor: “Estás perdido Altazor / solo en medio del universo“, para luego invitarlo a caer, a caer lo que más pueda, a caer sin fin: “Cae eternamente / cae al fondo del infinito /cae al fondo del tiempo / cae al fondo de ti mismo / cae lo más bajo que se pueda caer”. ¿Invitación sádica? ¿No esperamos, acaso, que si alguien nos ve caídos o cayendo nos diga “levántate y anda”? No es sadismo. Huidobro sabe que cualquiera que quiera llegar al fondo de algo, de la vida, del amor, del dolor, tiene que descender. Orfeo fue a buscar a Eurídice, su amada, al fondo de la muerte. Odiseo, que como todo griego amaba la luz y deploraba las tinieblas, tuvo que descender con toda su tripulación más allá del país de los cimerios (pueblo que nunca ha visto la luz) y llegar a los límites del país de los muertos. No hay regreso a Ítaca, al hogar, sin descenso. No habrá Paraíso ni reencuentro con Beatriz para Dante, sin descenso. El mensaje que llega desde los grandes poemas de todos los tiempos es claro: si no descendemos, nos quedaremos en la superficie de las cosas, en la espuma de la vida, en la periferia de nuestra propia verdad que debemos conquistar con largos viajes que sí o sí son descensos.
Mensaje difícil de digerir para el sujeto de una modernidad que ha sido criado en la comodidad, al abundancia, la comodidad, el “confort” material y espiritual. Un sujeto que cree que siempre querer es poder. Por eso escribo esta carta a esos sujetos modernos, nosotros, a los que Nietzsche llamó los “últimos hombres”. ¿Quiénes son los últimos hombres? Veamos lo que nos dice Zaratustra: “Voy a hablarles de los más despreciable: el último hombre […] ¡Ay, llegará el tiempo en que el hombre dejará de lanzar la flecha de su anhelo más allá del hombre, y que en la cuerda de su arcoíris no sabrá ya vibrar! […] ‘Nosotros hemos inventado la felicidad’, dicen los últimos hombres y parpadean. Han abandonado las comarcas donde era duro vivir: pues la gente necesita calor […] la gente tiene su pequeño placer cada día y su pequeño placer para la noche; pero honra su salud”. ¿No es acaso ese un fiel retrato de lo que somos?
Buscamos el entretenimiento, vivimos en la sociedad del entretenimiento, llenamos los gimnasios y hacemos culto de nuestros propios cuerpos, no nos gusta ya hacernos las grandes preguntas que tienen que ver con el sentido, no queremos que nadie ni nada nos incomode, ni nos cuestione; no queremos descender. Creemos que con esa actitud nos protegeremos de cualquier peligro o desafío. Pensamos que podemos vivir una Pascua sin descenso. Pensamos que se puede vivir sin descender. Pero eso no es vivir, eso es estar muertos en vida. Eso les dijo el poeta peruano César Vallejo a sus amigos “achanchados”, instalados en sus pequeñas seguridades y negocios, los mismos amigos con los que alguna vez había conversado, soñado, entrado en las profundidades de la vida, en largas caminatas nocturnas, leyendo poemas en voz alta. Esos mismos hoy eran cadáveres de sí mismos. Se habían convertido en los “últimos hombres”. Y Vallejo les dice en su propia cara: “Qué extraña manera de estarse muertos / quienquiera /diría que no lo estáis / Pero, en verdad, estáis muertos / Flotáis nadamente […] / vibrando ante la sonora caja de una herida / que a vosotros no os duele”. Y termina, rematando con estos versos tremendos: “Estáis muertos / no habiendo vivido antes jamás”.
La herida de la que habla Vallejo es la vida, y cuando esa herida no nos duele es que hemos dejado de sentir. Entonces, somos zombis, los “presentes/ausentes” de los que hablaba Heráclito. Vallejo descendió y ¡cómo! Tocó el dolor, la carestía, tocó al ser humano en su finitud y nimiedad como ningún poeta lo ha hecho. Fue un Cristo de la poesía latinoamericana que vivió en sus propio cuerpo y su voz el dolor de todos los seres humanos, y por eso dijo: “Hay golpes en la vida tan fuertes / yo no sé / golpes como del odio de Dios”. Es el “Eli/Eli/Lama/Sabactani” (“Dios mío/ Dios mío/ por qué me has abandonado”) en versión chola, andina, dolientemente andina. Entonces, al negarnos a descender, creemos ahorrarnos el dolor y la angustia, pero el costo es que “estamos todos muertos”.
La Pascua –como todas las fiestas y ritos del cristianismo– ha sido domesticada y convertida en una celebración insípida. Nadie habla del descenso, nadie se asoma al abismo que está a nuestros pies. Pero a todos nos tocará, tarde o temprano, descender. Es mejor que nos preparemos, que no nos “hagamos los lesos”, que tengamos nuestro propio paracaídas (como lo tenía Altazor) para descender.
Nosotros tenemos que descender como individuos, pero también nuestra civilización tendrá que descender. Los países también descienden. Hay que llegar hasta el fondo. Sin atajos, sin autoengaños. O no habrá Pascua, ni resurrección, ni vida. Habrá la peor de todas las muertes: la muerte en vida. Eso es el Infierno. A ese Infierno le temía con razón el Dante. Ese Infierno en cuyo umbral está escrita esa terrible frase: “Dejad aquí toda esperanza”.
La única posibilidad de que todavía exista esperanza es que vivamos la vida de verdad, sin anestesias, sin drogas espirituales, sin facilismos. “Déjate caer”, como en la canción de Los Tres (se ve que leyeron “Altazor” de Huidobro). Regálate esa oportunidad de ser valiente y de caer. Si no desciendes, no habrá Pascua, ni verdadera felicidad, solo la medianía y conformismo y comodidad de los “últimos hombres”. Tú tienes la posibilidad de elegir, si la muerte en vida o la vida que derrotó a la muerte. Y la derrotó entrando en ella, porque se atrevió a mirar cara a cara el Misterio. Decide, entonces, qué Pascua vas a celebrar: la Pascua insípida, vaciada de su sentido original, o la Pascua verdadera, la Pascua interior, la de los hombres y mujeres que descienden. Porque quieren vivir, porque quieren volar. La Pascua de los Altazores de ayer, hoy y mañana. Cae, cae, ¡cae al fondo de ti mismo!
Feliz Pascua.
Un abrazo desde mi jardín.
Cristián Warnken es el anfitrión de Desde El Jardín, de Radio PAUTA, de lunes a viernes a partir de las 20:00 horas. Escúchelo por la 100.5 en Santiago, 99.1 en Antofagasta, y por la 96.7 en Valparaíso, Viña del Mar y Temuco, revívalo en Spotify, y véalo por el streaming en www.PAUTA.cl y por el canal PAUTA TV en YouTube.