Carta a Soledad en La Araucanía
“El Gobierno parece un gobierno de adolescentes llenos de discursos buenistas, sin sentido de la realidad, dispuestos a conversar con los mismos que ahora te están expulsando de tu campo por medio del terror”, escribe Cristián Warnken.
Estimada Soledad:
Te escribo esta carta desde mi jardín, muy preocupado por lo que está pasando en La Araucanía, ahí donde vives desde hace años y donde ahora estás padeciendo –como muchos de tus vecinos– dramáticos momentos de angustia, pena y terror. Perquenco, entre Lautaro y Victoria, era hasta ahora un lugar pacífico en que los agricultores como tú trabajaban la tierra de sol a sol y de lluvia a lluvia, un lugar donde todavía no había llegado la violencia terrorista en su versión más radical y pura. Pero el fuego destructor llegó aquí hace unos días, muy cerca de ti, cuando quemaron la casa de don Ulises Venturelli, natural de Capitán Pastene. Don Ulises había fallecido, y no pasaron cinco días y quemaron su casa.
Los mapuches que yo conozco son muy respetuosos de los ritos, de los ciclos de la vida y la muerte. Para ellos los nacimientos y las muertes son ocasiones de encuentro, fraternidad, vida comunitaria, y todo lo que se celebra se lo hace con tiempo, no como nosotros que cada día convertimos más el nacimiento y la muerte en meros trámites; somos parte de la vida y la muerte exprés. Los mapuches no: ellos se demoran, se toman su tiempo, el silencio en ellos es elocuente y también la palabra. ¿Qué tiene que ver, entonces, esa delicadeza espiritual mapuche con, este acto de barbarie, que no respeta ni siquiera el proceso de duelo de una familia descendientes de italianos inmigrantes que arraigaron en La Araucanía, que profana el lugar donde todavía, tal vez, mora el espíritu del fallecido? Nada.
El terrorismo –de cualquier signo– solo usa las causas que dice representar para desatar esa pulsión destructiva y nihilista, que se cubre de ideología o argumentos teóricos, pero que es finalmente puro odio, pura muerte disfrazada de ideales nobles y loables. Siempre habrá quienes le den piso teórico a esa violencia, incluso intelectuales que pongan su labia o jerga abstracta para justificar lo injustificable; nada más nauseabundo que los que se esmeran en buscar causas que justifiquen o hagan entendible la violencia política, invisibilizando a las víctimas. Los creadores de lógicas dementes.
Albert Camus, quien nació en Argelia, en el momento en que los grupos independentistas argelinos colocaban bombas para alentar la causa de la independencia, levantó la voz y dijo: “En este momento mi madre está yendo a comprar al mercado; alguien colocó un bomba en el tacho de basura por donde mi madre puede pasar. Entre mi madre y la causa de independencia me quedo con mi madre”. Una sola víctima invalida cualquier causa, por loable que sea. Nada puede invisibilizar a los que son hoy víctimas de la violencia terrorista en La Araucanía. Ellos tienen rostro, memoria, nombre propio, derecho a una vida y una muerte digna.
El duelo, la muerte de alguien también necesita dignidad: eso es lo que se ha violado impunemente en el caso de Ulises Venturelli, cuya casa fue hecha cenizas, apenas unos días después de su muerte. Qué significativo que él se llamara Ulises. Perquenco, en La Araucanía, era su Ítaca. La tierra natal y su casa, la extensión de su memoria, de su habitar, de su alma. Eso acaba de ser arrasado, y ese agravio a lo más sagrado del hombre (su morada y su memoria) nos muestra que el terrorismo que hoy se dice representar la causa del pueblo mapuche, en realidad no representa a nadie: ha usurpado el nombre de un pueblo para cubrir un nihilismo puro y duro. Camus lo tenía claro cuando distinguía entre rebeliones legítimas e ilegítimas. No puede ser legítima una rebelión que quema a una pareja de ancianos, les dispara a conductores indefensos, destruye escuelas y ahora agravia la memoria de Ulises. Un descendiente de italianos cuyo nombre guarda la historia de sacrificios, de amor a la tierra, de trabajo, de todo eso que los inmigrantes atesoran y saben que se puede perder en cualquier momento, porque la historia del ser humano sobre la tierra a veces nos muestra la irracionalidad, el impulso tanático está siempre latente y presto a romper la delgada capa de civilización que generaciones han intentado proteger.
La Araucanía hoy debe llorar por el agravio infringido a la memoria de Ulises, de su Ulises, de un hijo de su tierra. ¿Cuándo iban a pensar esos italianos que llegaron “con una mano por delante y otra por detrás” a sembrar La Araucanía, que esa tierra que se les ofrecía como tierra de promisión, tierra hermosa y dulce, iba a terminar pareciéndose al infierno de las que ellos venían huyendo?
Soledad: todos te dicen que dejes tu casa y tu campo, ese campo que tanto amas y donde con los tuyos has entregado tu cuerpo y tu alma para que broten de él los frutos. A veces han sido años para esperar la cosecha de los avellanos europeos: en la tierra las cosas demoran, tienen su tiempo, hay que saber esperar. Ahí te veo con las botas puestas, con las manos en la tierra, con tu ser entero volcada sobre la promesa de la siembra, mujer que persiste y no se rinde, levantándote antes del alba o junto a ella (tú también, como todas las mujeres que trabajan esos campos, eres Alba). Ahora quieren que te rindas, quieren que tú y todos los agricultores de tu Perquenco abandonen esa tierra bendita para convertirla en erial de la arbitrariedad fuera de toda ley, en tierra de nadie, en yermo. ¿Puede alguien que quema casas de ancianos y está dispuesto a herir o matar a seres humanos pretender trabajar esa misma tierra, hacerla fértil? ¿Puede el instinto de muerte y destrucción propiciar la cosecha? Esa violencia solo cosecha más odio, solo destruye, porque no sabe lo que es sembrar con amor.
Querida Soledad: siento tu soledad infinita de este momento, tu sensación de desamparo, de miedo. Estás ahora en tu casa, sin dormir, en vela, esperando que los vándalos, los demonios vengan con sus semillas de odio arrasar tus semillas de amor. Me resuenan tus palabras en la carta que me acabas de enviar: “Amamos infinitamente lo que hacemos, porque cada palada en la tierra, cada planta, cada surco que lleva el agua es Hogar. Siento que ella, la tierra, es femenina, es sensibilidad, acogida, espera y parición. Hoy es ella, mi tierra, la que clama y pide respuesta”.
¿Pero qué respuesta tenemos como país a ese clamor de la tierra de la Araucanía? El Estado ya no responde desde hace mucho tiempo. La Araucanía es como un lejano Oeste (en este caso sur) sin Dios ni ley. El Gobierno parece un gobierno de adolescentes llenos de discursos buenistas, y buenas intenciones, pero sin sentido de la realidad, incluso dispuestos a conversar con los que mismos que ahora te están expulsando de tu campo por medio del terror. Ellos no te conocen, no saben quién fue Ulises, ellos nunca han trabajado la tierra ni metido las manos en ella, ellos se mueven en el terreno infértil de las abstracciones, están hechizados con un indigenismo inventado desde la academia y propician una plurinacionalidad irresponsable que solo traerá más dolor y más miseria.
Son parte de lo mismo que deploraba Camus.
Tú me escribes: “Me queman, me abandonan. Tú, sol, ¿también me vas a abandonar? ¡Tierra amada: no quiero por miedo abandonarte ni dejar de sembrar!”. La historia de la Araucanía y de muchos lugares de Chile es hoy una historia de abandonados: pobladores abandonados por el Estado y secuestrados por el narcotráfico, agricultores abandonados por el Estado y expulsados por los terroristas. Es una clase política oportunista e inepta –hablo de los que miran a distancia desde Santiago el Chile profundo en llamas– que ha abandonado a los chilenos a su propia suerte.
Pero también hay signos de esperanza: ese acuerdo de alcaldes de La Araucanía de todo el espectro político para enfrentar la violencia y degradación. ¿Serán suficientes esa débiles llamitas de esperanza? Desde el Palacio Pereira –mientras– se inventa un Estado regional con comunidades autónomas y uno se pregunta: ¿cómo se defenderán los Ulises y las Soledades cuando el Estado sea más débil y los narcotraficantes y los terroristas se apoderen de esas autonomías mentirosas?
Querida Soledad: espero que esta carta llegue a tus manos antes de que hayas abandonado por miedo tu tierra. No tengo autoridad moral para decirte que resistas, que te quedes. Sé que, si tú y los vecinos de tu Perquenco finalmente arrancan por miedo, será el comienzo del final de Chile tal como lo conocemos, nuestra “dulce patria”. El lema de nuestro escudo nacional será, entonces, un lema vacío e irrisorio: “Por la razón o la fuerza“. La razón retrocede desde hace tiempo en nuestra patria y la fuerza legítima (la del Estado de Derecho) la tiene cada vez menos el Estado y cada vez más los que chantajean con el miedo y la violencia. Los Antisembradores. Los que no pueden saludar al sol y a las semillas. Los que no saben dar gracias a la tierra, a la historia, a nuestros muertos. Los nihilistas en versión chilena. Tú, Soledad y tantos Ulises como tu vecino, están solos y solas ante ellos. ¿Puede flamear tranquila nuestra bandera mientras los nihilistas tengan el poder para expulsarlos a ustedes de Ítaca?
No estás sola, Soledad. La Tierra te conoce y tú a ella. Dos mujeres solas en la noche, ustedes, esperan (como saben esperar las mujeres) que amanezca. En las cenizas todavía vive lo que no puede ser quemado, tu soledad y desamparo son también míos. Todos los chilenos –para derrotar la inercia y la indiferencia– debieran decir: “Yo también vivo en La Araucanía”. Y lloramos con Soledad y honramos la memoria de Ulises Venturelli.
Te abrazo desde mi jardín.
Otoño del 2022
Cristián Warnken es el anfitrión de Desde El Jardín, de Radio PAUTA, de lunes a viernes a partir de las 20:00 horas. Escúchelo por la 100.5 en Santiago, 99.1 en Antofagasta, y por la 96.7 en Valparaíso, Viña del Mar y Temuco, revívalo en Spotify, y véalo por el streaming en www.PAUTA.cl y por el canal PAUTA TV en YouTube.