La mayoría silenciosa
El voto obligatorio facilitó un experimento natural: aflorar una fuerza electoral silenciosa con la que no habíamos contado y que se intuye decisiva.
Richard Nixon popularizó el concepto de “mayoría silenciosa” cuando en 1969 pidió apoyo “a la gran mayoría silenciosa de mis compatriotas estadounidenses” contra los movimientos que se manifestaban ruidosamente en la calle contra la Guerra de Vietnam. La noción llegó a Chile con el gobierno de Augusto Pinochet que la tomó del régimen de Francisco Franco que la usaba como excusa para darse la razón.
Lo mismo pasó en Chile. El régimen militar sostenía que una mayoría silenciosa refrendaba sus decisiones pese a que lo que se veía en las calles eran protestas. Una variante de esto mismo fue la famosa expresión de Pinochet que situaba el malestar contra su gestión en “las cuatro manzanas” que rodean La Moneda.
Sin embargo, es posible que nuestra compleja historia electoral haya terminado por crear una auténtica mayoría silenciosa. Las decisiones de la Justicia constitucional de la década de 1980 que terminaron por establecer la inscripción voluntaria en el padrón electoral y el voto obligatorio permitieron que unos 4,5 millones de chilenos se marginaran legalmente de los procesos de decisión.
Cuando los políticos se dieron cuenta de que esta cantidad de chilenos no inscritos seguía aumentando y amenazaba con superar a los inscritos, el gobierno y la oposición pactaron la modificación de la ley de inscripciones electorales. Se estableció, en enero de 2012, bajo el primer gobierno de Sebastián Piñera, un sistema de inscripción automática para todos los chilenos mayores de 18 años y los extranjeros avecindados por más de cinco años, pero con voto voluntario.
¿Cómo se alcanzó este acuerdo? Los negociadores de la derecha, que eran veteranos senadores, estaban convencidos de que si se imponía la idea que más le gustaba a la centroizquierda que era inscripción y voto obligatorio, la derecha nunca volvería a ganar una elección en Chile. Esta convicción no se fundaba en ningún estudio sociológico o demoscópico. Alguien levantó el dedo y dijo “hoy no sopla viento” y los demás le creyeron.
La derecha nunca revisó su decisión. Sin embargo, ya en 2017 estaba claro que algo había cambiado en Chile. En la elección presidencial de ese año, 9 de las 10 ciudades más pobres del país prefirieron a Piñera antes que a Guillier. Eso significaba que las ideas de la derecha tenían eco entre las rentas más bajas, un supuesto caladero de votos la izquierda, pero, por una actitud negligente, había preferido no ir a pelearlos.
Es posible que esta ceguera le haya costado caro a la derecha chilena, al menos en lo que se refiere a la elección de la Convención Constitucional y de presidente en 2021. La introducción del voto obligatorio en el plebiscito de salida nos ha ofrecido un experimento natural al respecto. Han votado unos 4,6 millones de chilenos que habitualmente no lo hacen. Es muy probable que muchos de ellos no hayan participado en elecciones desde 2012 y que nunca antes estuvieran inscritos. De la voluntad política de estos votantes no sabemos nada. Hay estudios sobre por qué no votan, pero no tenemos un récord de sus deseos e inclinaciones. No sabemos si odian la Constitución de Pinochet o detestan a los partidos políticos, no sabemos si son ricos o pobres, patriotas o globalistas, y mucho menos sabemos qué piensan de los dinosaurios y de Elisa Loncón. Son una auténtica fuerza electoral silenciosa que es tan numerosa que puede definir quién se lleva la mayoría en Chile en cada elección en la que le obliguen a votar.
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