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Una mala propuesta no repara una mala propuesta

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Agencia Uno
POR Andres Sepúlveda |

Los empresarios ofrecen saltar de la sartén a las brasas cuando proponen subir la tasa corporativa para que el gobierno no cree un impuesto al patrimonio.

Resulta fascinante la rapidez con que un sector de los chilenos está predispuesto a creer que aquí no ha pasado nada desde 2019. La agencia Bloomberg ha dicho que “Chile vuelve a parecer una buena casa en un mal barrio” y nuestro ‘espíritu jaguar’ se ha desplegado con toda su intensidad. Lo cierto es que el vecindario está en tan malas condiciones que no se necesitan muchas cualidades positivas para hacerlo bien.

Pero lo sorprendente es que se usan datos de muy corto plazo para plantear conclusiones a largo plazo, cuando en realidad no hay pruebas de que el país haya tomado un rumbo distinto al que traía, al menos en lo económico. El Presidente Gabriel Boric ya había atado su destino al de Mario Marcel, su ministro de Hacienda y los hechos de su primer año de Gobierno no han hecho más que reforzar la posición del economista. También se había proclamado como objetivo mantener el orden de las cuentas públicas. Por lo tanto, no es un logro extraordinario que el Fisco tenga superávit y mucho menos en medio de un proceso inflacionario donde los ingresos tributarios se multiplican.

En cambio, sí puede ser decisivo para el país que la reforma de las pensiones destruya la capacidad de acumulación de capitales del país y la eliminación de las AFP acabe con los enormes beneficios macroeconómicos que ha proporcionado el sistema de capitalización. Los sistemas de reparto son incapaces de generar impulsos por el lado de la oferta como hace la capitalización individual.

Tampoco se han evaporado las malas ideas económicas que se han apoderado del país con el populismo de los últimos años, como la de fijar impuestos al stock de riqueza (patrimonio) y no a los flujos (rentas). La idea es tan rematadamente mala que los empresarios, a través de su nuevo presidente, Ricardo Mewes, han propuesto compensarla con la propuesta suicida de elevar los impuestos corporativos en un país que ya los tiene muy altos. De hecho, nuestras tasas empresariales son ahora más altas que en los países nórdicos.

La idea de Mewes de seguir subiendo el tipo corporativo sólo se puede entender en la medida que esto favorece a las empresas incumbentes (que pueden traspasar la carga tributaria a precios o salarios), protege el ‘statu quo’, y disuade a los emprendedores, pero no es de ninguna manera una medida que vaya a introducir un crecimiento sano en la economía chilena.

“No taxation without representation”, decía el viejo adagio anglosajón que vinculaba el pago de impuestos con los derechos políticos. La única manera real de comprometer a todo el país en el sostenimiento de las cuentas públicas es reducir la exención tributaria para que la mayor parte de la población aprecie los impuestos que paga. Mientras ésta no perciba lo que desembolsa por IVA y siga convencida de que sólo los ricos (en realidad las empresas) pagan impuestos en Chile, la relación entre la tributación y la democracia seguirá estando corrompida en el país.

Cuando uno ve propuestas desesperadas como la de Mewes es cuando realmente se entiende hasta qué punto se han pervertido las bases de la prosperidad de un país que sigue pensando que vive en otro barrio.