Carta abierta al querido amigo Juan
“El país está perdiendo el tiempo en discusiones estériles y a veces bizantinas, y el futuro está pasando a nuestro lado sin que podamos subirnos a él, somos como pasajeros que perdieron el tren y se quedaron en una estación triste”, dice Cristián Warnken.
Amigo Juan:
Estoy fuera de Chile por unas semanas y te escribo esta carta en estos días en que he tratado de desconectarme de la actualidad chilena. Eso me ha permitido tomar un poco de distancia después de un año y medio de estar en primera línea, sobreexpuesto, en medio del debate público e inmerso en el estado de ánimo de un país -el nuestro-que me cuesta todavía definir o asir. Hace bien distanciarse, creo.
Quisiera tener más tiempo para mirar a Chile desde la distancia, en poco estaré de nuevo ahí, ese “erial remoto y presuntuoso” -como lo definiera el poeta Enrique Lihn–. Remoto sí, la lejanía es nuestro sino, alguna vez fue nuestro destino. Presuntuoso a veces, otras más bien depresivo o ansioso. ¿Adónde vamos? ¿Tenemos horizonte posible, o seguiremos estancados, paralizados, sin un acuerdo común mínimo, oscilando entre proyectos ideológicos extremos, buscando sin encontrar, extraviados, dando tumbos? Ni la izquierda ni la derecha parecen tener nada que ofrecer a un país cansado de experimentos y promesas que se las lleva el viento.
El país está perdiendo el tiempo en discusiones estériles y a veces bizantinas, y el futuro está pasando a nuestro lado sin que podamos subirnos a él, somos como pasajeros que perdieron el tren y se quedaron en una estación triste, empobrecida, con sus muros rayados de consignas trasnochadas y sus rieles oxidados. Esperando el último tren que no lleva a ninguna parte, o tal vez al país de Nunca Jamás. Sin jefe de estación, ni guardagujas... No sé si estamos preparados para conversar sobre los 50 años, no sé si tenga sentido hacerlo si apenas nos la podemos con la verdadera urgencia, la del año que viene y los inmediatamente próximos que nos plantean urgencias que requieren respuestas veloces y asertivas y no vaguedades, ideas hechas.
“Miré los muros de la patria mía/ si un tiempo fuertes/ ya desmoronados/ de la carrera de la edad cansados/ por quien caduca ya su valentía” -decía Quevedo en una melancólica reflexión frente a la decadencia de España del siglo XVII–. Más que desmoronados, estamos desarmándonos de a poco como una jalea o un flan. Ni el Estado ni el Mercado han respondido a las demandas de las personas.
El Estado -y lo hemos visto con estupor en estos días- es un barril sin fondo, una fuga de millones a bolsillos de una legión de operadores que han demostrado una asertividad para hacerse del dinero público, asertividad que quisiéramos ver en el Estado para enfrentar esos desafíos de primer orden como lo son la educación, entre otros. Repensar el Estado desde una mirada no ideológica debiera ser la preocupación principal del gobierno y delpoder legislativo. Pero nadie ha querido tomar esa tarea en sus manos. En medio de una América Latina sin futuro, en plena decadencia, pareciera que nos encamináramos a ser parte del club de los países desesperanzados.
Quizás creímos o intentamos alguna vez salir de esa desesperanza, tal vez fue sólo una creencia. Si terminamos mal, no será una tragedia, será una tragicomedia. Todas las declaraciones de nuestra clase dirigente política parecen gestos vacíos de actores sin director en una escena vacía, con algunos largos discursos “sin ton ni son”, como en el final de Macbeth de Shakespeare. Pero esto no da ni para Calderón de la Barca. Más cerca de un guion de Cantinflaso Chespirito. Somos un matinal eterno, con buenos humoristas pero sin contenido, una selección de fútbol sin director técnico, empatando partidos uno tras otro, desalentados de nosotros mismos.
Así no podemos llegar a ninguna final de nada. No del litio, ni del hidrógeno verde, ni qué decir de la educación. Creando comisiones para todo, para la desinformación, para la transparencia, para la probidad. País de comisiones y convenciones. País adolescente con un gobierno adolescente. No crecemos, no envejecemos bien. Nos falta eje, nos falta quilla, huérfanos de liderazgos, nos entregamos una y otra vez “al mal menor”. País del mal menor. Me da un poco de tristeza ver todo esto y además decirlo. “Pues amarga la verdad/ quiero echarla de la boca/y si alma su hiel toca…/ esconderla es necedad” –otra vez Quevedo–. Chile vive un momento propicio para citas de Quevedo…
Me dirás que estoy pesimista. Pero es que lo que hicimos con la Plaza Italia y el centro lo hicimos con el país entero: deterioramos nuestro propio centro, nos alejamos de él, nos extraviamos. Hace tiempo que nos extraviamos, y dejamos de pensar bien, y al dejar de pensar bien, todo lo que hacemos es fruto más del atolondramiento, la improvisación más que de la reflexión en serio. Chile vaga como un Caleuche, barco fantasma, cada vez más “país de la ausencia” -como diría Gabriela Mistral–. ¿Qué pasará si fracasa el nuevo proceso constitucional? ¿Qué pasará si este gobierno sólo se limita en los próximos años a sobrevivir y no a darle gobernabilidad al país?
Avanzamos a ciegas, sin dirección, sin norte, mientras el narcotráfico sí que trabaja en serio, con dedicación y eficacia, ellos sí parecen tener un “proyecto país” (oh, queamarga ironía…). No quiero pasarme al bando de los apocalípticos, quiero creer en Chile. Pero me aburren las acusaciones constitucionales, me aburren las declaraciones del gobierno y la oposición, las chambonadas, me aburre la cháchara de altura desconectada del país real, me indigna la inercia en la que estamos, el no tomarse las cosas en serio (“Tontilandia” -nos bautizó alguna vez Jenaro Prieto–), la mezcla de chacota y polarización, la inercia imperdonable de un país que alguna vez quiso ser y ahora no quiere o no puede.
Regreso en unos días, perdona esta carta desordenada y melancólica de un criollo en cualquier parte…
Un abrazo desde la lejanía.