Columna de John Müller: “El 11 de septiembre y el medallero de Boric”
Lo que conmemoramos no es la liberación del fascismo, como creen algunos, sino un fracaso histórico: por eso sólo cabría hablar de reconciliación.
Lo que más echo de menos en la discusión sobre los 50 años del golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 es la palabra reconciliación. El Gobierno de Gabriel Boric ha decidido, con el impulso del Partido Comunista, adoptar la perspectiva de que el aniversario es una oportunidad para que la izquierda indulte los errores de Salvador Allende y el fallido proyecto de la Unidad Popular y se tome la revancha ante la historia.
La derecha, por su parte, vacila entre la reivindicación del régimen al que dio paso el golpe y los que lo impugnan como un momento negro de nuestra historia, lo que ya es un paso que supone alejarse de la inevitabilidad de los hechos asumida hasta ahora.
Las comparaciones no ayudan. Se recurre mucho a la Guerra Civil de 1891 -lo hace Daniel Mansuy en su libro sobre Salvador Allende-, pero el golpe de 1973 no fue una guerra civil, pese a que una parte de los golpistas quisieron creer que lo era. Una guerra civil supone la existencia de dos bandos equitativamente armados, cosa que el 11 de septiembre se comprobó que en Chile no existía. Si algo abundaba en la izquierda chilena eran los bocazas que alardeaban de un poder militar que no tenían.
Pero sí es verdad que sin llegar a ser una guerra civil, lo que tuvimos en Chile fue un profundo enfrentamiento civil. Por eso, adoptar aunque sea inconscientemente la noción de que estamos celebrando un momento de liberación de una parte sobre otra es un enorme error. El día del golpe, Chile no fue invadido por un ejército extranjero que ocupó el país durante 16 años. El 11 de septiembre de 1973 se zanjó un gravísimo enfrentamiento entre chilenos que no fueron capaces de dirimir sus diferencias con las instituciones que se habían dado.
Por lo tanto, este 11 de septiembre celebramos 50 años de un fracaso histórico de la sociedad chilena que nos condujo a niveles de desquiciamiento tales que las propias familias vieron como padres e hijos se enfrentaban. Sólo por eso me repugna la idea de que alguien pueda estar repartiendo medallas conmemorativas de este día y más aún desde el Estado.
Si alguien quiere realmente celebrar esta fecha de manera constructiva, tiene que hacerlo adoptando la perspectiva de la reconciliación entre los chilenos y no tratando de convertir esto en un acto de orgullo y reivindicación. Manipular la memoria histórica para convertirla en una historia de buenos y malos es lo más alejado del espíritu de reconciliación que nos debería animar.
Como dice un intelectual español, “convertir la historia en el exoesqueleto de la vida social” a través de la gestión oportunista de la memoria, como pretenden los populistas y los nacionalistas, es un error que sólo contribuye a degradar las democracias.