Carta abierta de Cristián Warnken: a un país todavía dividido
“Admiro a aquellos que han hecho un largo periplo desde el sufrimiento a la búsqueda del reencuentro y la reconciliación”, nos dice Cristián Warnken.
Carta a un país todavía dividido:
A medida que se acerca el 11 de septiembre, emociones que estaban escondidas debajo de la costra que produce el tiempo, vuelven a salir a flor de piel. Las emociones tienen su propia lógica y su propio curso, que no siempre coincide con los planes que prepara la razón para gobernarlas o encauzarlas. Nada más íntimo e indecible que el dolor, la pena, la rabia. “Nada tiene que ver el dolor con el dolor/ la desesperación con la desesperación:/ no hay nombres en la zona muda”, dice el poeta Enrique Lihn en su “Diario de muerte”.
Así como hay una zona muda del dolor personal, intransferible e indecible, hay una zona muda de los colectivos de personas que asocian el 11 de personas con experiencias traumáticas y, en muchos casos, desgarradoras. El recuerdo de la violencia desmesurada, inaceptable e injustificada, de desapariciones, torturas, asesinatos planificados desde el aparato del estado, debiera servirnos para recordar que hay muchos monstruos y demonios al fondo del pozo, esperando despertar para volver a dar sus zarpazos (“Los zarpazos del puma” se titula un libro que describe a uno de esos monstruos).
La débil capa civilizatoria que nos separa de la barbarie puede romperse en cualquier momento, y puede abrirse esa grieta por donde emerge el odio irracional y destructivo en cualquier sociedad o pueblo. En países “cultos” y refinados como Alemania, en un país de luchas tribales en África y también en nuestro país, lo que se pensaba que era “la Inglaterra de Latinoamérica” (oh, ilusa pretensión).
La barbarie no tiene signo ideológico: puede ser de derecha o de izquierda, católica, protestante (recuérdese la Guerra de 100 años) o musulmana. Montaigne, el pensador creador del ensayo, encerrado en su biblioteca en el siglo XVI, en el Périgod francés, mientras afuera se degollaban o quemaban entre ellos sus compatriotas, lo vivió y lo pensó y buscó entender esa mezcla de ángel o bestia que podemos llegar a ser. Y por eso él es uno de los sembradores de las semillas de la tolerancia, con Spinoza (el judío que estudió las pasiones tristes como el odio y el resentimiento) y con todos aquellos que imaginaron las bases de una forma de convivencia distinta a la guerra y que llamaríamos después “democracia”.
Esa frágil piel, delicada, vulnerable que cualquiera puede incendiar, herir o destruir. Ese tejido imperfecto (como la vida misma)que nos protege de nuestra propia sombra, porque el torturador, el asesino, puede estar adentro nuestro y no solo en nuestros enemigos o adversarios. El mal no siempre está afuera, a veces está adentro e ignorarlo es creer en superioridades morales que ignoran la verdadera naturaleza humana. Por eso, ningún pueblo, comunidad o facción puede levantarse o erigirse desde la superioridad moral: las víctimas ayer pueden ser victimarias mañana y al revés.
Nos ha tocado conversar y entrevistar estos días en Radio Pauta a personas que vivieron en carne propia el traumático inicio de la dictadura militar el 11 de septiembre de 1973, en un ciclo de relatos íntimos: “50 años en Primera Persona” que se comenzarán a emitir en Radio Pauta a partir del lunes 28 de agosto a las 19:00 horas.
Así como respeto y entiendo a aquellos que todavía no pueden perdonar y que exigen con razón la verdad que les ha sido alevosamente negada (la de sus familiares desaparecidos), y creo que nadie puede exigirles nada y hay que escuchar con profundo respeto lo que viven en la zona muda de su dolor y solidarizar con sus demandas de verdad y reparación, admiro a aquellos que han hecho un largo periplo desde el sufrimiento a la búsqueda del reencuentro y la reconciliación.
Recuerdo especialmente a María Alicia Ruiz-Tagle, quien me contó la historia de su querido hermano Eugenio, con quienes eran compinches y se juntaban a inventar cuentos arriba del árbol de su infancia dorada: oírle decir como se truncó eso y como sus vidas -de cuentos maravillosos- pasaron a ser historias de horror. De ella retengo esta afirmación: “yo he tenido dos luchas en mi vida: la primera por la justicia en el caso de mi hermano y la recuperación de su honra mancillada por la mentira. Y la segunda: hacer todo lo posible para mirar hacia el futuro, no traspasarle a nuestros hijos y nietos nuestras divisiones”.
¿Cómo se sale del país del horror para cruzar la frontera al país del reencuentro? No es con puros acuerdos políticos o constitucionales o legales, sino con un reencuentro desde adentro, desde el alma del país-me dijo Miguel Littín-que se salvó de ser fusilado y partió a un largo exilio. Por eso su hermoso discurso en la inauguración del Consejo Constitucional, levantando la mano, citando a Whitman. “Dejemos atrás todo lo que tiene que quedar atrás y que no regresen los vientos huracanados que amenazan con convertirse en tormentas”. Bellas palabras que son difíciles de encarnar, pero por las que vale la pena luchar en estos días de fuertes emociones que regresan.
También recuerdo una conversación con Javiera Parada: su infancia atravesada por el horror, no era ella la que inventaba cuentos, sino su padre, vilmente asesinado. ¿Cómo pudo ella sentarse a conversar e incluso compartir proyectos con quienes forman parte de un sector político que ayer brindó y celebró por el sufrimiento de los suyos? Para ella, hacerlo es propinarles una clara derrota a los victimarios. Me habló del amor por la vida, como la mejor forma de honrar la memoria de su padre, que también la amó. Es la hora de dejar atrás discursos y teorías sobre el 11 de septiembre, es la hora de escuchar historias como estas y otras.
Escuchar con respeto lo que sale de la zona muda del dolor. La fragilidad de nuestra convivencia refleja nuestra propia fragilidad humana. ¿Podremos contarnos como país un cuento nuevo de esperanza para comenzar de nuevo? Un cuento tan bello como los que inventaba Eugenio Ruiz-Tagle y contaba Manuel Parada. ¿O estamos condenados al ciclo interminable del desencuentro y el horror? ¿Servirá este 11 de septiembre que se avecina, al menos para hacernos esa pregunta?
En tus manos, país todavía dividido, está la respuesta. Como dijera Bob Dylan: “La respuesta está flotando en el viento”, un viento ojalá suave, no huracanado como el descrito por Littín.
Un abrazo Cristián Warnken.