Columna de John Müller: “Una verdad incómoda, no hay agua en la piscina constitucional”
“El Gobierno debería decir a los chilenos qué va a suceder al día siguiente de que sea rechazado el último borrador constitucional”, dice John Müller.
Nadie está al frente del proceso constitucional en Chile. En la anterior Convención no había adultos en la sala, en esta, en cambio, no hay líderes. Es el resultado de la paradoja de que el partido que menos creía en la necesidad de cambiar la Constitución venciera en la elección del Consejo Constitucional. Dios no juega a los dados con el universo, como decía Einstein, pero los chilenos sí lo hacen con su país.
El problema es que, una vez que el Partido Republicano se presentó a las elecciones del Consejo y ganó, tiene que hacerse cargo del cometido para el que se elegía ese órgano. Es verdad que puede hacerlo sin entusiasmo, como lo está haciendo, o llevando el proceso a su fracaso, como sugieren las encuestas que señalan que la mayoría de los chilenos votarán contra el texto constitucional cuando se someta a plebiscito.
La única forma de que un nuevo texto constitucional salga adelante es con un gran acuerdo transversal que sume el apoyo de la mayor parte de los partidos políticos, que sólo deje al margen a los excéntricos, y que al menos no cuente con la oposición del empresariado, la judicatura y la Federación de Fútbol de Chile, por citar un ‘stakeholder’ (grupo interesado) al que debería importarle el resultado. En cualquier otro escenario, el borrador está perdido.
Que el proceso esté en manos en un partido sin responsabilidades de gobierno y sin experiencia de gestión política es un riesgo. Ahora bien, no creo que ese fracaso suponga, como sugieren algunos expertos, un daño insanable para el prestigio de José Antonio Kast y sus planes futuros. Ese argumento, así como los llamados al patriotismo, parecen prefabricado para hacer que Kast y sus republicanos se inquieten y muevan de manera refleja el codo y rompan un jarrón chino o algo así.
Mi impresión es que la victoria republicana, por su amplitud, fue una señal más que suficiente de que el proceso constituyente como señuelo para salir de la dinámica de violencia del estallido de octubre de 2019 ha caducado. La política chilena tiene que buscarse otra narrativa.
“Por eso este proceso necesita urgente de alta política”, decía en El Mercurio este fin de semana el politólogo Claudio Alvarado, del Instituto de Estudios de la Sociedad (IES). Añadiría que el proceso necesita de esa alta política para tener éxito, pero también para fracasar. Parte de la izquierda que tiene más tiempo libre y menos responsabilidades en el gobierno considera que, si fracasa el Consejo, se abrirá un escenario donde se podrá volver a instalar la necesidad de una nueva Constitución. Esa posición es espejo de la que existe en la derecha en torno a la idea de mantener la Constitución de Pinochet.
Retroceder en el tiempo es complejo, porque el mecanismo interno de la Constitución de 1980 quedó, primero desequilibrado, y más tarde destruido por las sucesivas reformas que se han promovido, así como por los resquicios ideados por los abogados de la Universidad Católica de Valparaíso.
Y se necesita alta política para fracasar porque el país debe tener alguna certeza para el día después de que el último proyecto de borrador constitucional sea rechazado. ¿Se va a refaccionar la Constitución de 1980 para que recupere su estatus? ¿Se va a aparcar la discusión constitucional por unos años? ¿Se va a crear una comisión de reforma permanente? No estaría mal que en la alta política chilena se le prestara más atención a estas cuestiones.