Actualidad

Carta de Cristián Warnken: a una persona que me saludó en la calle

Imagen principal
Radio Pauta
POR Equipo Radio Pauta |

“En estos días crispados y polarizados, en que nos refregamos unos a otros más lo que nos divide que lo que nos une, tal vez sería el momento de volver a saludarnos en la calle”, reflexiona Cristián Warnken.

Carta a una persona que me saludó en la calle:

No sé quién eres, qué haces, dónde vives, ni qué piensas. Solo sé que me saludaste cordialmente en la calle. Tu gesto anónimo y gratuito me sorprendió. Primero, la sospecha. Estamos envenenados por la sospecha al otro. Luego, una cierta emoción.

¿Desde hace cuánto tiempo no te saluda alguien en la calle, con una sonrisa gentil que parece una lámpara? Nos hemos olvidado de saludar, de decir “buenos días”, “buenas tardes”o “¿cómo está?”. ¿Sabrán nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos, saludar con cortesía y mirada atenta a nuestros prójimos? Prójimo en hebreo significa “el que está a mi lado”, el que puedo tocar. Luigi Zoja, psicoanalista italiano, afirma que este será el siglo de la muerte del prójimo.

Todo eso pensé cuando, prójimo anónimo, te alejaste después de saludarme en plena calle. En la provincia, todavía se saluda al otro. El gran patrimonio del sur no son sus bellos paisajes, sino la gentileza y la cortesía, que todavía no se han perdido. Por eso me gusta estar aquí, porque el prójimo no ha muerto.

En estos días crispados y polarizados, en que nos refregamos unos a otros más lo que nos divide que lo que nos une, tal vez sería el momento de volver a saludarnos en la calle, mirarnos a la cara, ser gentiles, ser cívicos. Se habla mucho de la amistad cívica. Antes que ello, yo hablaría de los buenos modales mínimos, que siendo mínimos son la base, el suelo firme de la convivencia.

En las ciudades pequeñas, como esta, donde ahora vivo, todos se saludan. Y, a veces, el saludo es el inicio de una conversación y el anónimo deja de ser anónimo y tiene nombre propio, historia. Hay que tender la mano en el aire, crear puentes invisibles entre nosotros, acunarnos unos a otros en una sonrisa o un saludo.

Rene Char, poeta del sur de Francia, en un hermoso poema sobre su aldea, Isle- sur- Sorgue dijo: “En mi país sabemos dar los buenos días“. En nuestro país, en cambio, olvidamos hacerlo. La verdadera revolución comienza con un saludo, como el que me diste, anónimo, que se cruzó conmigo hoy, dándome sin quererlo una lección.

Ahora yo también saludaré a quien se me cruce por delante, aunque no reciba de vuelta de nada o una mirada de sospecha y rechazo. ¿Que pasaría si comenzáramos a saludarnos todos, en los ascensores, en las calles, en el metro, en la micro, en la propia calle, a ese vecino que, por no saludarlo nunca, hemos condenado a la inexistencia?

Que esta primavera sea la primavera de los saludos, que, pensemos distinto o tengamos proveniencias distintas, el otro se nos aparezca. Como dijo bellamente Ezra Pound sobre un encuentro con un rostro en medio de la multitud en una salida de una estación del metro: “La aparición de ese rostro en la multitud/ pétalo en ramaje negro y humedo”.

Aparezcamos entre nosotros, miembros de una misma comunidad dividida por el prejuicio y la desconfianza. Descubramos la aventura de cruzar la calle a saludar a ese extraño que dejara de serlo cuando nuestra sonrisa lo ilumine y nuestro saludo lo haga existir. Porque no somos sin los otros, “los otros que me dan/ plena existencia” [Octavio Paz].

Un abrazo y gracias desconocido transeúnte que me saludaste esta tarde.