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Columna de John Muller: “¿Por qué Boric no habla de reconciliación?”

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POR Equipo Radio Pauta |

El presidente dice que no es cierto que “no hay Pinochet sin Allende”, cuando es uno de los pocos hechos indiscutibles del golpe de Estado de hace 50 años.

Me sigue resultando incomprensible por qué el presidente de la República no emplea el término ‘reconciliación’ de cara al aniversario del golpe de Estado. ¿Hay algo en su hemeroteca que se lo impida? ¿Alguna crítica formulada hacia los gobiernos de la Concertación que se le pueda reprochar?

En la entrevista que ofreció el domingo 3 de septiembre en Tele13, Gabriel Boric invitó a alcanzar un acuerdo de “nunca más” a las violaciones a los derechos humanos y a la justificación de un golpe de Estado “para romper la democracia”, pero lo pide de la misma manera que los sacerdotes llegan al padrenuestro, como un acto de fe. También habla de reconocimiento a las víctimas, de reconocimiento de errores, pero nunca habla de reconciliación.

No es posible que Gabriel Boric no se dé cuenta de que trabajar por un país reconciliado, seguro, con certidumbre jurídica, donde deje de premiarse el resquicio jurídico como motor de cambios, con unas instituciones de buena calidad, es la mejor garantía para que un sector amplio del país no muestre la tolerancia a un golpe de Estado que desembocó en el 11 de septiembre de 1973.

Porque por muchas declaraciones y promesas de no romper la democracia que se hagan hoy, cuando las sociedades se enfrentan a amenazas que juzgan existenciales, es inevitable que ocurran reacciones extremas. Un entremés de eso lo tuvimos en octubre de 2019, donde no todos los personajes públicos del país supieron conducirse con seriedad cuando más falta hacía. Muchos pensamos que la anomia que se apoderó del país iba a poner fin de nuevo a la democracia que tanto costó recuperar.

Al final, en 2019 no perdimos la democracia, pero perdimos el modelo de desarrollo con cuya prosperidad se había legitimado el sistema político definido en la Constitución de 1980. Y está bien que el presidente se preocupe por la lealtad de las nuevas generaciones hacia la democracia, porque sin prosperidad va a ser difícil que se muestren fieles a un proyecto común.

Boric, además, comete un error, fruto de su conocimiento como lector aficionado de la historia de Chile (y de la de Croacia, como demuestra la sorpresa que siente por la reacción de su abuela croata cuando él quiere seguir yendo al club yugoeslavo) al afirmar que no es cierto que “no hay Pinochet sin Allende”. De hecho, si algo se puede asegurar con papeles (un decreto) es que efectivamente no hay Pinochet sin Allende, porque es el presidente el que firma su nombramiento como comandante en jefe del Ejército el 23 de agosto de 1973.

No sólo no es mentira, sino que no hay rastro que vincule la figura de Pinochet con las conspiraciones de la CIA, de Kissinger o de Nixon para derrocar a Allende, que tanto parecen interesarle a Boric. De hecho, hasta el mismo martes 11, Allende dudaba de que Pinochet estuviera al frente del golpe. Los mismos generales democristianos creían que había tantas probabilidades de que Pinochet, que siempre llevaba gafas (porque en los ojos se ve la verdad, dijo una vez), encabezara un golpe de derecha como de izquierda.

La segunda afirmación relevante de Boric es la de que el golpe de Estado no era inevitable. No se entiende esta afirmación. Es cierto que el determinismo histórico es relativo, pero hay acontecimientos que venden todos los boletos de una función.

Si el Presidente quiere volver a situarse en los dilemas que asaltaban a Allende en septiembre sobre si se iba a producir un golpe o no, debemos recordarle que el presidente se equivocó y que la historia no se puede reescribir por muchas ganas que uno tenga. Situarnos hoy en un contra factual es un bonito ejercicio para un novelista, pero una pérdida de tiempo para un gobernante.