Carta de Cristián Warnken: a José Antonio Kast
“Me parece que lo está haciendo mal como líder, tan mal como en la segunda vuelta electoral que perdió”, dice Cristián Warnken.
Si le escribo a usted es por mi preocupación de la deriva que está teniendo el proceso constitucional y porque creo que es en los momentos críticos cuando se prueban los verdaderos liderazgos, y usted es el líder de un partido que es el que tiene la mayoría en el Consejo Constitucional, es decir, un partido sobre el que recae la responsabilidad más fuerte en el éxito o fracaso de este segundo proceso, y subrayo segundo, con todas las implicancias que ello tiene.
Los líderes no se deben limitar a ser las cajas de resonancia de sus tribus, tenemos abundantes ejemplos de ese nefasto tipo de liderazgo en estos tiempos, de políticos sirvientes del twitter y las redes sociales y las encuestas. Líderes que leen las encuestas para tomar decisiones en vez de tomar decisiones que provoquen cambios o inflexiones en esas encuestas.
La distinción más importante es la que se debe hacer entre líderes que privilegian proteger sus capitales políticos en vez de arriesgarlos en momentos decisivos por un objetivo que vaya en el bien de la comunidad, en sentido amplio y no sólo por los legítimos, pero estrechos intereses de su grupo partisano.
En la historia de Chile hemos tenido de los dos tipos de líderes. No creo que usted sea un “fascista” como se lo quiso caricaturizar en la segunda vuelta presidencial pasada, ni un Bolsonaro, ni un Trump, ni Bukele, ni Milei en su versión chilena, a pesar de que se ha sacado selfies con algunos de ellos (gestos desde mi punto de vista innecesarios y torpes, arriesgándose al “dime con quien andas y te diré quien eres”). No, usted es un conservador en lo valórico y liberal en lo económico y representa a una parte de la derecha tradicional que no se siente representada por los otros partidos políticos de derecha más liberales. Y eso está bien. En la democracia, debemos caber todos.
Lo he entrevistado un par de veces, lo he visto en varios debates y en general me parece más tolerante que las caricaturas que circulan de usted. Discrepo en la mayoría de las materias de usted, pero lo considero un adversario con el que se puede discutir, disentir, dentro de marcos civilizados y con el cual sostener una conversación respetuosa y calma.
Por eso le escribo esta carta, porque si usted fuera un líder furibundo e intolerante (como lamentablemente lo son algunos exponentes de su sector), no tendría sentido pedirle lo que le voy a pedir. Creo que todavía es posible salvar el proceso constitucional en curso para llegar a un texto que pueda ser razonable para la mayoría de los chilenos. Y que usted puede y debe jugar un rol decisivo para que ese “final feliz”(pero no perfecto, claro) sea todavía posible.
Pero permítame decirle, “con todo respeto” como dicen el campo, y con toda franqueza, que me parece que lo está haciendo mal como líder, tan mal como en la segunda vuelta electoral que perdió. No como líder que cuida el futuro de su propia tribu (los republicanos) -en ello nadie puede negar que ha logrado grandes éxitos electorales-sino que como líder que piensa en el bien de Chile entero, incluyendo a sus adversarios.
Quiero recordarle, en primer lugar, que el pueblo chileno, al revés de lo que declararon los fanáticos de la izquierda radical después de sufrir esa contundente derrota en el plebiscito del 4 de septiembre pasado, no es “tonto”. Puede equivocarse y confundirse por un momento, marearse con los fuegos artificiales y los cantos de sirena, pero rápidamente se da cuenta de que aquello que parecía atractivo, se puede volver un peligro, que lo que tenía un buen “lejos”, tiene un mal “cerca”.
Y, ese pueblo, donde hay más sentido común que en nuestra élite, ese pueblo ha castigado fuertemente a quienes lo han invitado a aventuras peregrinas. Ahí está Pamela Jiles que, después de dispararse en las encuestas y convertirse en una presidenciable con altas probabilidades de éxito, se desplomó y tuvo su caída libre en tobogán de la fama. Ahí está Jadue, que era el candidato seguro de la izquierda, derrotado inesperadamente en la primaria de su sector, cuando ese pueblo olió su resentimiento y rabia destructiva que lo desnudaron de cuerpo entero.
Y ahí está el Presidente Boric: que después de vender una imagen moderada en la segunda vuelta, logró la confianza del pueblo, pero ahora está atrincherado en una minoría con la que no puede llevar adelante su ambiciosa agenda de reformas, porque al pueblo de Chile no le han gustado sus incoherencias, sus indultos, su juego permanente con su “otro yo”: algo demasiado posmoderno como estilo presidencial para el pueblo chileno, mucho más tradicionalista que lo que se cree.
Pero cuidado: el pueblo chileno prefiere el orden y la seguridad al caos, es cierto, y las tradiciones a las refundaciones, pero si “huele” que el orden degrada en autoritarismo o la tradición en anquilosamiento, es probable que vuelva a darse esas vueltas de carnero que tanto vértigo le han puesto a la política chilena en estos últimos años. En la Convención anterior, la izquierda le ofreció al pueblo chileno un festival de ofertas y ofertones, una antología de derechos desatados y uno habría dicho que el pueblo iba a recibir esa propuesta con satisfacción.
¿Cómo resistirse a esa maravilla de derecho a la salud, la educación, derecho al agua, derecho al aire, derecho a lo que se nos pasara por la cabeza? Pero no. El pueblo chileno olió detrás de la oferta populista e identitaria, la desmesura. Y la rechazó de plano. Porque al chileno no le gusta que nadie “se mande las partes”. Esa expresión campesina expresa muy bien la filosofía del Chile profundo.
Una vez le oí a Nicanor Parra hablar de eso… Todavía no nos hemos convertido en un país bananero: seguimos siendo en el fondo grises, sobrios y con un sentido del ridículo muy fuerte, por eso no ha aparecido ni prendido líderes desaforados, rockeros (pienso en Milei), por eso nos salvamos del intento jacobino y refundacional que partió en octubre del 2019 y terminó el 4 de septiembre con una “parada de carros” colosal. Todavía la izquierda no se la puede creer, porque se desconectó desde hace mucho tiempo del pueblo chileno real y creó uno imaginario a la medida de sus delirios. A los republicanos les puede pasar lo mismo.
Sí, a todos nos gustaría que no nos cobren contribuciones a la primera vivienda, y el primer impulso es a apoyarla, pero algo, en algún momento, nos va a decir desde adentro de nuestro arraigado inconsciente institucional que esa iniciativa no debe estar en una Constitución, que puede ser materia de una ley a discutir. ¿Es razonable que se constitucionalice un modelo de AFP? ¿O el delicado tema de los inmigrantes? Esas son solo botones de muestra.
La nueva Constitución debe ser clara, minimalista, sin estridencias ni excentricidades, sin dobleces ni trampitas, razonable, sobria, es decir, chilena, pero en el sentido más profundo y mejor de lo chileno, no desde una clave chauvinista estrecha. Que la entienda el ciudadano de a pie y que no le haga ruido. Ya he contado esta anécdota en otra ocasión, que puede servirle. Miguel Littin, haciendo campaña por el Apruebo en plebiscito anterior, le dijo a un campesino de la tierra donde él es oriundo que debía votar “apruebo”, y éste le respondió “no me cuaira, don Miguel, no me cuaira”.
A mí me está pasando lo mismo que a ese campesino de Palmilla: algo no me “cuadra”del proceso constitucional actual y de su exceso de enmiendas. Pero entiéndame bien, quiero que me cuadre, quiero que resulte, pero este festival de constitucionalizarlo todo no me cuadra, como no nos cuadró a una inmensa mayoría el festival de ofertones de derechos de la Convención anterior. ¿Ha pensado en los miles de chilenos de centro y centroizquierda que votamos Rechazo en plebiscito anterior, arriesgándolo todo, y que contribuimos a evitar que la aventura refundacional triunfara? ¿Cree usted bueno para el país que esta termine siendo una Constitución en la que, ya no digamos solo la gente de izquierda, sino también la gente de centro y de centroizquierda, no se sienta representado en ella?
Su apuesta, José Antonio Kast, me parece extremadamente riesgosa. Vivimos tiempos líquidos, cambiantes y ustedes, al terminar, proponiendo un texto con muchos elementos de “populismo constitucional”(como el tema de las contribuciones), por un lado, e, incumpliendo, por otro, lo que prometieron en un comienzo(“no haremos una constitución partisana”-dijo usted mismo) se están, arriesgando o una derrota o una victoria pírrica a lo sumo. Porque incluso si tienen éxito en convencer hoy a una mayoría del pueblo de Chile, se va a desmantelar esa amplia mayoría del Rechazo que se configuró el 4 de septiembre del 2022 y se debilitarán los diques que han podido contener hasta ahora a una izquierda refundacional y sus pulsiones maximalistas.
Si eso ocurre, usted será un líder partisano estupendo, lo aplaudirán sus militantes y adherentes y considerarán que imponer una Constitución a su medida será un éxito. Pero habrá perdido la oportunidad de ser un líder para ese todo llamado país, no sólo para una parte.
De eso se tratan las Constituciones, a diferencia de los programas de gobierno. ¿Y sabe quienes serán los más felices con esa arriesgada jugada de ajedrez de los suyos, con reyes y damas expuestos a jaque mates inesperados?: sus seguidores pero también, ojo, los de la izquierda extrema, hoy derrotada, pero necesitada de un extremo opuesto que la justifique, porque los extremos se necesitan mutuamente. Pero Chile no. ¿Es tan difícil entender esto? La pregunta de fondo crucial es esta: ¿qué tipo de líder político quiere usted ser?
Lo saluda cordialmente Cristián Warnken