Carta de Cristián Wanrken: al ministro Mario Marcel
“La tiene difícil, ministro, pero que bueno que usted esté ahí y no alguno de esos burócratas millenials que creen que lo del crecimiento es solo música”, nos dice Cristián Warnken.
Sr. ministro de Hacienda, Mario Marcel:
Mi imagino lo ingrato que debe haber sido recibir las cifras del Imacec de agosto, cifras que defraudaron las expectativas que usted mismo tenía: la economía chilena cayó y eso, como buen economista que es, sabe lo que significa: que sigue trancado y frustrado el sueño de progreso de nuestras clases medias y de los más vulnerables. Estas no son cifras abstractas, no es magia ni esoteria que sólo entienden los economistas, es la historia de miles de chilenas y chilenos con nombre y rostro que deben seguir esperando.
Retrocedemos o no avanzamos, nos estancamos. Es cierto que esto viene desde atrás, desde hace varios años, Chile dejó de crecer con fuerza, de ser la estrella de la mañana de un continente sumergido en el marasmo, la pobreza y la desilusión. La estrella ya no brilla, y en octubre de 2019 implosionó con la fuerza con que las estrellas mueren, porque había dejado de crecer.
Esto no es economía teórica, es realidad dura y pura, por mucho que algunos quieran ignorarla o no lo vean, como probablemente muchos jóvenes de la nueva élite política con los que debe convivir en los pasillos del poder. Ellos sólo experimentaron los beneficios de un país que crece, no alcanzaron a ver como el país pobre que fuimos cambiaba, no vieron los niños a pata pelada en las calles, la desnutrición, la inflación, la cesantía desatada y se despertaron un día iluminados con la ocurrencia de “destruir el capitalismo”, o sea destruir el país que los había sacado adelante como generación (era la primera generación de sus familias en haber podido acceder a la universidad). Ellos se enamoraron de ideas tan delirantes como la del “decrecimiento” (casi la aplicaron en una Constitución afortunadamente rechazada), ellos pensaron que se podía hacer un buen gobierno sin crecimiento.
Usted sabe que eso no es así, pero debe convivir todos los días con ellos, en un ambiente donde la falta de crecimiento económico, los Imacec negativos, las oportunidades perdidas de inversiones por la nefasta permisología, no les produce desvelo ni angustia. A usted, que sabe, me imagino que sí. Ellos pertenecen a la peor categoría de los ignorantes -según el maestro Sócrates- los que no saben que no saben, los que creen saber. Dicen que los desvela la pobreza, pero con su ignorancia, mala gestión, falta de conocimiento de economía, falta de visión estratégica, solo la profundizan todos los días.
Sí, como usted lo sabe de sobra, Chile cayó en la trampa del ingreso medio hace tiempo: vimos la luz después del túnel, vislumbramos el desarrollo no tan lejos en el futuro y, de pronto, nuestro vuelo se detuvo y comenzamos a caer. Como Icaro, como el Altazor de Huidobro: “cae / cae hasta lo más bajo que se pueda caer, cae, cae.” ¿Hasta adónde caeremos? Hemos visto desplomarse desde el cielo de la riqueza a nuestro país hermano, Argentina, retrocediendo hasta donde nosotros estábamos hace treinta años: ¡40 % de pobreza! Los hemos visto caer sin parar, mientras nosotros ascendíamos.
Ahora los vemos caer, pero no crecemos, estamos paralizados en el pantano de la autocomplacencia, la mediocridad. Hoy día, en crecimiento, en la parte más baja de la tabla, al lado de Haití y Argentina. Sí, es posible que salgamos de ahí… ¿Pero volveremos a crecer a la velocidad que necesitamos para vencer los flagelos, las desigualdades, las pobrezas (no solo económicas, educacionales y culturales, cívicas) que todavía nos quedan?
¿Podremos hacerlo con 5.000 y tantos permisos de inversión esperando congelados en el peor laberinto kafkiano de todos, el de la nefasta permisología? ¿Podremos ser la potencia productora de energía verde que debiéramos ser, la potencia mundial del hidrógeno verde, energía eólica, o nos quedaremos “tristes, solitarios y finales” en el andén de la estación viendo como el tren del progreso se aleja de nosotros, entrampados en discusiones constitucionales infinitas, rindiéndole culto al pasado (los 50 años y otros) en vez de estar enamorados del porvenir?
Me lo imagino, ministro Marcel, sentado una tarde de esta primavera, todavía incipiente, en su oficina del Ministerio de Hacienda, debajo del retrato del Ministro Rengifo, mirando los primeros brotes verdes en los árboles de la Plaza de la Constitución y pensando y dudando: “¿podremos volver a crecer y reverdecer”? Me imagino su angustia de pensar que estamos condenados a un invierno que no termine, tratando de hacer lo posible con un saber -el suyo- que no sirve de nada si quienes lo rodean no saben que no saben, es decir, ignoran, o sea, son ignorantes.
Y de un Partido-el Comunista, el partido de facto más fuerte y sólido del gobierno- que simplemente no cree en el capitalismo, ni en la economía, ni en el crecimiento (todo eso es el mal “neoliberal”). Mire qué paradoja: su colega, la Ministra Vallejo viajando a China, el país comunista más capitalista del mundo, y cuya obsesión más fuerte es crecer. Y, usted, ahí, no sé cuán solo, con qué apoyos reales (¿lo apoya el Presidente o al menos alguna de sus dos almas?) tratando de enmendar el rumbo de una nave que se hunde cada vez más en el pantano de la desilusión y la inercia.
Millones de chilenos esperan no volver a caer en la pobreza otra vez, no perder su trabajo, ver a sus hijos, encontrar empleos formales y buenos, salir adelante, consumir pero no ser consumidos por las deudas, tener un horizonte de esperanza. Es como para un tango melancólico, ministro, algo así como “crecer, crecer, con la frente marchita, que treinta años no es nada, y febril la mirada te busca y te nombra…”.
Cantarlo, mientras cae hacia el abismo, nuestro país vecino y nosotros nos miramos las caras sin poner salir de un pantano viscoso, cada vez más sucio y hondo, con mas pobreza, más cesantía, menos crecimiento, menos acuerdos y más violencia. Ni tango tenemos para cantar. La tiene difícil, ministro, pero que bueno que usted esté ahí y no alguno de esos burócratas millenials que creen que lo del crecimiento es solo música.
Con aprecio, Cristián Warnken.