Columna de John Müller: “La afrenta de la FIFA”
El gobierno dice que Chile ha sido humillado por el fútbol mundial, pero tolera que a diario la calidad de vida se degrade por la violencia, la inseguridad jurídica y el estancamiento económico.
Por fin, la crisis que vive Chile desde que se torció el camino al desarrollo en 2019 y quizá antes, en 2010, ha alcanzado un tema realmente importante y trascendental para la sociedad chilena: el fútbol. La negativa a considerar un papel para Chile en el Mundial de 2030 ha desatado una reacción nacional de hastío y cansancio. “Con el nombre de Chile no se juega”, ha dicho el presidente de la República ante la afrenta infligida por la FIFA. El gobierno ha sido el primero en marchar al frente de la indignación nacional.
No he visto tan indignados a Boric y a los opinadores del régimen con la erosión de los derechos y libertades en la Araucanía, ni con las fundaciones ladronas, ni con las alcaldesas comunistas que aceptan pagar plusvalías que el propio Marx habría denunciado por escandalosas, ni con la quiebra de las Isapres, ni con la violencia en los colegios, ni con el reconocimiento oficial de que la economía de Chile no crecerá otro años más, como con el hecho de que no nos han asignado ningún papel en el Mundial de Fútbol.
Gabriel Boric reaccionó con una rapidez insólita, llamando a mandatarios extranjeros para reunir información sobre esta conspiración de la FIFA.
Lo cierto es que la candidatura sudamericana no superó el proceso de selección de la FIFA. Sólo llegó a la final la candidatura de España, Portugal y Marruecos, un trío poderoso, pero que en realidad ofrece seguridad, infraestructuras y servicios que nadie en Sudamérica puede brindar.
Que pongamos el grito en el cielo por esta supuesta afrenta, cuando todos los días aceptamos que no se cumplan las leyes, cuando se inventan enjuagues jurídicos para hacer aceptables las usurpaciones, cuando los portonazos y la inseguridad están a la orden del día, es una buena muestra de que cuando alguien señala a la Luna en Chile, la mayoría nos quedamos mirando su dedo.