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Columna de John Müller: “Un orden mundial ‘vintage’”

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POR Equipo Radio Pauta |

Todo vuelve, dicen los expertos en modas; los historiadores también podrían decir lo mismo.

El salvaje ataque de Hamas contra el sur de Israel ha puesto de manifiesto para muchos analistas la ruptura del ‘viejo orden mundial’. Quizá la gran noticia sea la recuperación de este término –‘nuevo orden mundial’- que, por lo visto, fue utilizado por primera vez por el expresidente de Estados Unidos, Woodrow Wilson, en un documento que redactó en el verano de 1918 destinado a la creación de la Sociedad de las Naciones.

El término volvió a ser empleado al final de la Segunda Guerra Mundial. También tras los acuerdos de Breton Woods que dieron origen al ‘nuevo orden económico mundial’ con el establecimiento del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. En la década de 1970, un ministro irlandés de Asuntos Exteriores llamado Sean McBride se hizo muy famoso acuñando el término ‘Nuevo Orden Mundial de la Información’ que tenía que ver con las muchas portadas y minutos de noticiero que se llevaban los países ricos y las pocas que tenían los pobres. A esas alturas, el cinismo de un grupo de trostkistas franceses ya había difundido de manera burlona el concepto de ‘viejo desorden mundial’ en sus almanaques.

Si algo se puede decir de este viejo orden mundial es que se nos ha acabado cuando era relativamente nuevo. Apenas tenía siete años de edad si situamos su nacimiento -como en su momento sugirió Yascha Mounk en su célebre artículo ‘La semana en que murió la democracia’– en aquellos días de julio de 2016 en que ocurrieron cosas nunca vistas: se produjo el atentado de Niza (en que un tunecino mató a 86 personas atropellándolas con un camión), Theresa May llegó al poder inesperadamente en el Reino Unido con el Brexit bajo el brazo, un golpe de Estado en Turquía le concedió poderes omnímodos a Erdogan y Trump se convirtió en el candidato oficial del Partido Republicano de Estados Unidos. Se podría inferir que cada vez los órdenes mundiales nos duran menos.

Pero si escogemos otros hitos, quizá más relevantes, entonces el viejo orden tenía 33 años, si contamos desde la caída del Muro de Berlín (noviembre de 1989) o 22 años si lo hacemos desde el atentado de las Torres Gemelas en septiembre de 2001. Estos números ya estarían más alineados con la historia. El orden mundial de Wilson duró 20 años, de 1919 a 1939. El de Truman 44 años, de 1945 a 1989. El de Bismarck había durado 43 años, desde la guerra franco-prusiana que acabó en 1871 hasta 1914 y su antecedente, el Congreso de Viena, 55 años desde 1815 a 1870.

Podríamos argumentar que no es fácil reconocer un hito histórico que cambia las cosas profundamente y abre paso a una era política. O que la evolución de los medios de comunicación, que han añadido instantaneidad a las reacciones, ha influido en la variabilidad de los tiempos. El orden bismarquiano se inició con el famoso ‘telegrama de Ems’ y la movilización militar tomó semanas del verano europeo. La invasión nazi de Polonia comenzó con la falsa toma de una radio en Gdansk y los aliados tardaron días en reaccionar. El Muro de Berlín cayó por el error de un alto funcionario de la República Democrática Alemana en una conferencia de prensa radiotelevisada y la reacción se produjo en horas. Y el ataque de Hamás empezó en una fiesta ‘rave’ convocada por redes sociales y hemos tenido acceso al horror casi en directo.

Lo cierto es que si hay un nuevo orden en marcha, se parece mucho a los anteriores. La idea de que el comercio y la cooperación podían cambiar el mundo tiene sus limitaciones. Y las tiene, entre otras razones, porque el fin de la historia de Fukuyama no fue tal y la democracia liberal no forma parte de un consenso universal. Más aún, parece que vuelven las viejas guerras de religión porque alguien tuvo la grandiosa idea de que el islamismo radical era una excelente prédica para sustituir el marxismo que daba esperanzas a las masas de desheredados árabes. La historia, como siempre, nos presenta ahora su factura.