Columna de John Müller: “Taparse los ojos”
Una cosa es no poder gestionar el estrés que generan imágenes duras de la realidad y otra taparse los ojos para huir de nuestras responsabilidades.
Coincidí en un seminario con profesores universitarios veteranos. Estábamos comiendo y una de las mujeres presentes en la mesa dijo que había decidido no leer, ver o escuchar más noticias ni a través de los medios de comunicación tradicionales ni por las redes sociales. “Yo también”, dijo otra profesora. “Y yo”, añadió una más allá. Confesaron que no podían con el estrés que les ha generado la aceleración informativa que comenzó con el ataque de Hamás el 7 de octubre.
“Igual es cosa de nosotras, las mujeres”, dijo una de ellas. Entonces les conté que yo también he dejado inactiva mi cuenta de Twitter más o menos por estos días, aunque, como es mi deber profesional, tengo que seguir gestionando material informativo -a veces terrible- a diario.
Pero les recomendé que no dejarán de informarse, que esa es la política de mirar para otro lado y puede tener un elevado precio. Dejar de informarse supone caminar a oscuras, es como aventurarse en un desierto sin brújula o pasear por arenas movedizas. Sin información no puede operar la prudencia humana y caminaríamos despreocupados por un campo de minas. ¿Tomaríamos una decisión importante en nuestras vidas sin información?
Cerrar los ojos ante los problemas no es buena actitud. Ahí está el conflicto que el gobierno se ha creado con Miguel Crispi, jefe de asesores del presidente, cuya falta de transparencia y rendición de cuentas ha dejado en evidencia el contralor general de la República.
Pero una cosa es tener los ojos abiertos ante los hechos y otra exponerse a los anónimos de las redes sociales que insultan y acosan. Lo segundo lo podemos evitar. Las redes sociales no son fuentes de información de calidad. Al contrario, por ahí circulan más bulos que por otros medios. No hay un criterio de un editor detrás de la selección de temas ni de su presentación. Los medios de comunicación se pueden equivocar y pueden ser fuertemente críticos con el poder, pero en general no son vehículos del insulto ni del acoso.