Columna de John Müller: “Las Constituciones entran mejor con buena música”
La nueva Constitución no va a hacer mejores y más felices a los chilenos, ni va a evitar que la izquierda vuelva a la carga en pocos años.
El sociólogo Eugenio Tironi se declaraba desconcertado “por los economistas que se olvidan de la economía y sostienen que los problemas de Chile nacen y se resuelven con el cambio de las reglas político-institucionales” en su columna de El Mercurio del sábado 9 de diciembre. Me sorprendió su planteamiento porque es bien sabido que desde finales del siglo XX, las principales escuelas económicas están apuntadas al llamado “neoinstitucionalismo”. Todo aquel que hizo un máster o doctorado en EE.UU. a comienzos de este siglo pudo comprobar este sesgo en la academia estadounidense.
La prueba de que el neoinstitucionalismo se ha filtrado hasta la cultura popular es el éxito de obras como ‘Por qué fracasan los países’ de Daron Acemoglu y Michael Robinson o los trabajos de economistas como Dani Rodrik.
A diferencia de Tironi, que confiesa que se formó creyendo que lo determinante era la vida material “y el resto literatura”, me eduqué en ésta última y bastante a contrapié del estructuralismo marxista. Pero, con el tiempo, he aprendido que las instituciones juegan un papel muy relevante en la vida social. Es decir, he hecho el viaje inverso al de nuestro querido sociólogo (lo que tampoco tiene ningún mérito).
Pero el burro siempre vuelve al trigo. Si me preguntan si hay leyes históricas inmutables, tiendo a pensar que el azar y el carácter de las personas juegan un papel no menor (aprovecho de comentar que la editorial española Siruela ha vuelto a lanzar ‘En el Poder y la enfermedad’ de David Owen en edición revisada y ampliada, donde se describe la influencia de las enfermedades en las decisiones de los grandes líderes).
Para sostener su crítica a los economistas que están a favor del nuevo texto constitucional, Tironi menciona el fracaso a la hora de introducir la obligatoriedad del chaleco reflectante en Chile. Tiene gracia que utilice este ejemplo -un caso flagrante de ‘cherry picking’-, porque cuando a principios de siglo discutíamos si lo que prevalecía eran la cultura o las instituciones, los neoinstitucionalistas ponían como ejemplo el carnet por puntos que permitió reducir los más de 3.000 muertos que había cada año en España por accidentes de tráfico a una tercera parte.
Hay muchos ejemplos de instituciones bien diseñadas y, sobre todo, bien aplicadas que es lo que al final garantiza su virtud. Chile tenía una experiencia acumulada, con marchas blancas y evaluaciones que parece que ahora se ha perdido.
A partir de las reformas de 1989, nunca más creí en el estigma de ‘la Constitución de Pinochet’. Tampoco caí en el mantra bacheletista de que una nueva Constitución iba a hacer mejores y más felices a los chilenos del que huyen hoy los partidarios del En Contra. Y no me voy a creer ahora que la aprobación de una nueva Constitución va a conseguir que la izquierda no vuelva con la cantinela de la plurinacionalidad y otras yerbas en muy poco tiempo.
Me gustaba el Chile moderado y pragmático que iba reformando su texto desde la centralidad. Creo que si queremos un futuro tenemos que atraer más ciudadanos a esa centralidad. Y en algo coincido con Tironi: a ver si los economistas hablan más de crecimiento que lo demás es literatura (o música Lagos ‘dixit’).