Carta de Cristián Warnken al expresidente Sebastián Piñera
“Quiero decirle -desde la diferencia y desde esa distancia extraña que hace de un ausente alguien más presente que nunca- todo aquello valorable que reconozco en usted. De eso se trata el espíritu democrático”.
Sr. Presidente Sebastián Piñera:
Al recibir la noticia de su trágica e inesperada muerte, reconozco que me conmoví. Me detuve en una calle de una ciudad en el sur donde me encuentro e hice mi propio minuto de silencio. ¿Puede uno conmoverse por la muerte de un adversario político? Sí. Es lo mismo que me pasó cuando asesinaron alevosamente a Jaime Guzmán, aún más lejano en las ideas que usted de mí.
Alegrarse y celebrar la muerte de un adversario político es una señal de descomposición moral muy grande: es terrible darse cuenta de que personas así hay muchas en este país, como ese grupo que fue a celebrar su muerte, en esa plaza Baquedano en que tantas veces lo lincharon simbólicamente, plaza de la indignidad y la violencia política nihilista.
Hoy le escribo esta carta como un adversario político suyo, al que le molestaron muchos aspectos de su personalidad política y de sus gobiernos, pero que reconoce en usted un demócrata cabal. Cada vez es más difícil encontrar demócratas cabales en nuestra América Latina asediada por las tentaciones populistas y autoritarias. Y eso: que usted lo haya sido en momentos donde era más fácil recurrir a la fuerza que a la razón, habla de una lucidez política cada vez más escasa y habría que ser muy mezquino para no reconocer eso. Y eso es lo que la historia -no los que se creen dueños de la interpretación de la historia- reconocerá.
Esos gestos decisivos son los que importarán para el futuro, no las “piñericosas” ni los errores que haya podido haber cometido. Todo eso desaparecerá, dentro de ese mar de anécdotas irrelevantes que son nuestras pequeñeces, mezquindades, ridiculeces, que todos, como seres humanos, cargamos con nosotros. Lo importante es la pregunta que la Muerte nos haga en la hora crucial y a la que podamos contestar con un “sí”. Y esa pregunta-para la tranquilidad de su espíritu, para su descanso en paz que le deseo- la ha podido contestar usted afirmativamente. De eso estoy seguro en esta hora.
Como columnista, escribí textos muy críticos sobre muchos aspectos de su gestión (y sigo manteniendo muchas de esas críticas políticas), y como entrevistador-la única vez que pude entrevistarlo-tal vez fui más exigente y quizás mucho más rudo de lo que habitualmente lo he sido con mis entrevistados. No era fácil entrevistarlo, por su excesiva facilidad de palabra que tendía a envolver al entrevistador.
Me acuerdo de que le dije, antes de entrar al estudio: “Presidente, esta vez hagamos una entrevista con más Word y menos Excel”; usted se rio y asintió, pero al rato, todo volvió a ser Excel de nuevo. Y hubo momentos quizás innecesariamente ríspidos. Quedé con una sensación encontrada después de esa conversación, aunque usted tomó todo con más humor que los asesores que lo acompañaban. Me gustaría haberlo entrevistado de nuevo para tratar de entenderlo más. Era difícil ir más allá del Piñera obvio, hiperquinético, rey de los datos y las cifras. Tal vez perdí una oportunidad de haberlo hecho. Y lo lamento de verdad.
En esta hora, pienso en quienes lo acusaron constitucionalmente e inventaron un relato en que usted era un dictador violador de los derechos humanos y le negaron el pan y el agua. Y que repitieron el mismo guion en la pandemia, que usted enfrentó como pocos presidentes en el mundo. El Presidente Boric-entonces candidato- amenazó señalando su dedo acusatorio a la cámara con llevarlo ante una Corte Penal Internacional, y ahora afirma que usted fue un “gran demócrata desde la primera hora”.
Y si lo fue desde la primera hora, ¿por qué había que llevarlo a ese juicio? Le hicieron la vida imposible como Presidente y, de paso, pusieron en riesgo la democracia. Ha quedado develada la gran mentira sobre la que se fundó el relato octubrista y su muerte, trágica e inesperada, ha dejado al desnudo la inconsistencia de quienes quisieron hacer de usted el chivo expiatorio de todos los males.
No. No voy a sumarme a esos homenajes que no nacen de ninguna convicción ni reconocimiento auténtico. Pero sí quiero decirle -desde la diferencia y desde esa distancia extraña que hace de un ausente a alguien más presente que nunca- todo aquello valorable que reconozco en usted. De eso se trata el espíritu democrático: de reconocer y respetar a nuestros adversarios, de no dejar que la ira y el resentimiento nublen nuestra razón y nos impida ver el rostro del “otro” radicalmente otro a nosotros. Como dijera Enrique Lihn “a pesar de mi cólera/ nunca quise desbaratar a mi enemigo”
Aun estando en la orilla opuesta y ser su opositor, nunca creí lo que el relato octubrista dijo de usted. Me opuse a la violencia destructiva que puso en jaque no sólo a su gobierno, sino a la democracia misma. Nunca dejé de creer que usted había sido elegido democráticamente por el pueblo(¡y dos veces!) y que debía terminar su mandato. Y me sorprendió y admiré el estoicismo con que resistió un estallido que habría quebrado emocionalmente a cualquiera. Eran los días en que hablar de Piñera era sinónimo de hablar del Mal. Funestos días en que el Resentimiento mostró su peor cara, en que la realidad fue deformada por el fanatismo y la intolerancia.
Y qué generosidad y grandeza tuvo usted después con el nuevo Presidente Boric, el mismo que lo había amenazado con llevarlo a una corte penal internacional. ¡Qué lección le dio entonces! Espero que nuestro joven presidente esté hoy revisando y recordando eso, y haciéndose una profunda autocrítica. Porque también existe una ética y estética para tratar a los adversarios.
Es la que tuvo el expresidente de Uruguay José Mujica, quien al dejar su puesto en el Senado partió en su discurso rindiéndole un sentido homenaje a su adversario político, ya fallecido. Subrayo la palabra adversario. Eso es algo que no han entendido muchos políticos de la nueva generación, intoxicados de las lecturas de Carl Schmitt y por eso su actuar y estrategia política se ha basado en convertir al adversario en enemigo a destruir. Por eso, hicieron de usted el enemigo número uno(ya Pinochet no estaba para justificarlos).
Nunca pudieron aceptar que se eligiera dos veces a un Presidente de derecha… y que ese Presidente de derecha hubiera votado “N0” en el Plebiscito a Pinochet y que jamás cayera en la tentación-en los peores momentos del estallido del 2019-de salirse de las reglas democráticas.
Nos quisieron convencer de que es imposible que alguien de derecha sea un demócrata. Usted mostró lo contrario y que en democracia es posible y necesaria la alternancia, y eso tampoco se lo perdonaron. Por eso lo odiaban tanto, desde una superioridad moral que después ha mostrado ser no sólo feble sino hipócrita. Esa es la izquierda de la que vengo y que hoy me avergüenza y me ha hecho repensar muchas cosas.
Hoy llovió en el sur y se respira una cierta tristeza en el aire. El país está abatido, estancado. Y me ha sorprendido ver a tanta gente humilde ir a rendirle homenaje en Valdivia, y en tantas otras partes. Alguien (uno de nuestros furiosos sectarios) los llamó alguna vez despectivamente “fachos pobres” porque habían votado por usted. No. Esos no son los “fachos”: los fachos son los que han condescendido con la violencia, la funa y la intolerancia.
Ahora nos queda pensar a fondo cuál fue el papel que usted jugó en la historia de nuestra frágil democracia. Es una tarea para sus adversarios (leales) y sus simpatizantes. Será muy importante entender todo lo que hemos vivido desde octubre del 2019, con la pandemia y lo que estamos padeciendo hoy, para tener claridad de qué hacer para salvar a Chile de la decadencia en curso. Usted estaba en sus últimos días pensando en eso. Pero usted quédese tranquilo, ya hizo todo lo que tenía que hacer, entregó todo en la cancha.
La muerte le acaba de jugar una mala pasada (siempre lo hace). Pero no lo tome como una derrota: mire al país entero acompañando a los suyos en este momento de duelo. ¿No es impresionante? ¿No hay un signo ahí de algo, de lo que tiene que venir, de un país otra vez respetuoso de sus autoridades, de las formas, de su historia, de los acuerdos y la convivencia cívica entre los que piensan distinto? ¿No le parece que el que su muerte haya logrado eso, la mejor victoria de todas?
Lo saluda Cristián Warnken.