Columna de John Müller: “Lo que gana el Gobierno y pierde la derecha”
La desaparición de Piñera elimina la amenaza virtual de una tercera candidatura que disuadía a los aventureros y ordenaba a la derecha.
Una muerte abrupta e inesperada como la de Sebastián Piñera tiene consecuencias públicas. La primera ha sido la constatación de que, cuando se lo propone, el gobierno de Gabriel Boric puede estar a la altura de las circunstancias. La organización del funeral de Estado por parte del canciller Alberto van Klaveren fue perfecta, sin reproche posible. La percepción internacional es que Chile es un país civilizado y unido.
Una segunda tiene que ver con el proceso de maduración del presidente Boric. Hay dos afirmaciones suyas en el homenaje institucional que sorprendieron. Una, que llamó poco la atención, tiene que ver con su juicio sobre el expresidente a partir de sus contactos recientes: “Esto me permite afirmar que Sebastián Piñera fue un hombre que siempre puso a Chile por delante, que nunca se dejó llevar por el fanatismo ni el rencor. Todos quienes estamos en política debiéramos tomar nota de estas virtudes”.
La segunda frase la destacó todo el mundo y se entendió como una disculpa: “Durante su gobierno, las querellas y las recriminaciones fueron, en ocasiones, más allá de lo justo y razonable. Hemos aprendido de ello y todos debiéramos hacerlo.”
Las palabras de Boric despertaron la crítica de algunos miembros del PC. Ninguno de ellos reaccionó igual cuando Michelle Bachelet citó elogiosamente el hecho de que Piñera fue el primero que pidió una indagación internacional sobre las supuestas violaciones a los derechos humanos.
Pero donde realmente la desaparición de Piñera deja un vacío es en la derecha. Se habla de preservar su legado. Esto se puede hacer a través de una fundación, pero no hay una corriente política que hoy se pueda definir como ‘piñerismo’.
Piñera jugó en Chile el mismo papel que José María Aznar en España en la década de 1990. Llevó al poder una derecha constitucionalista y democratizada después de una dictadura. Para hacerlo, tuvo que llevar a la derecha al centro político que es donde antes del populismo se ganaban las elecciones. Aznar tardó 21 años tras la muerte de Francisco Franco, Piñera 20 años tras la salida de Pinochet del poder.
El viaje al centro de Aznar se caracterizó por su apertura a alcanzar pactos con los nacionalistas catalanes y vascos, y por tomar medidas emblemáticas como la abolición del servicio militar.
El legado de Piñera tiene puntos muy fuertes: la ausencia de todo negacionismo climático le ha ahorrado a Chile miles de horas de discusiones abaurdas y ha frenado a los ecologistas radicales. Su tolerancia respecto de las cuestiones morales contrarrestó la politización o traslación identitaria de las conductas y tendencias sexuales que tanto le gusta a la izquierda. El envés de esto último es que Piñera tampoco era muy dado a juzgar la moralidad de los negocios y le costó entender lo de las incompatibilidades presidenciales.
Con todo, el efecto de vacío va a ser muy acentuado en la derecha. Ahora podemos esperar todo tipo de operaciones y gestos ridículos en este sector. Entre otras cosas, porque la sola amenaza de una tercera candidatura del expresidente disuadía a los más aventureros y disparatados de saltar a la palestra. Y la de Piñera, además, era una amenaza creíble porque se le suponían recursos infinitos para hacerlo. Esto mantenía ordenado al sector. Esa restricción ahora ya no existe.