Actualidad

Columna de Víctor Maldonado: “Los topos nunca sirven de guías”

Imagen principal
POR Equipo Radio Pauta |

“Los populistas de todos los signos nos dicen que hay que romper relaciones diplomáticas con Venezuela, lo que no nos dicen es qué hacemos al día siguiente y todos los días que siguen”.

Se suele asociar el populismo a la presentación de soluciones simples a problemas complejos en una supuesta representación del ciudadano común, alimentando la desconfianza hacia quienes están en el poder.

Es la antigua demagogia vestida a la moda, respaldada por el uso de los medios de comunicación disponibles. Más que anidar en un sector político, el populismo es una opción fácil y a la mano a la que puede recurrir siempre quien desea alcanzar una rápida y sostenida figuración ante grandes audiencias.

El populista busca mimetizarse con la opinión pública, en ningún caso pretende encauzarla; no mide las consecuencias de sus acciones y ni siquiera le importan más allá de su efecto en lo personal. Cuando opina, quiere ser popular.

Lo que propone no son medidas pertinentes, sino impactantes. Mediante este procedimiento es mucho lo que se pierde porque, en ausencia de objetivos orientadores, es casi seguro que la costumbre de golpear la mesa una y otra vez termine por ser contraproducente.

Un gesto grandilocuente no reemplaza una política responsable y de esto tenemos un ejemplo a la vista. Los populistas de todos los signos nos dicen que hay que romper relaciones diplomáticas con Venezuela, lo que no nos dicen es qué hacemos al día siguiente y todos los días que siguen.

Maduro no es Venezuela. Al cortar relaciones diplomáticas con ese país solo perjudicamos a cientos de miles de personas que necesitan los nexos estables entre nuestras dos naciones y que nada tienen que ver con la ruptura.

Las democracias del mundo supieron distinguir entre Pinochet y el pueblo chileno. Repudiaban al dictador, pero no por ello dejaron de apoyar a los demócratas en su lucha por los derechos humanos. Si hubieran roto relaciones, no le quitaban el sueño a Pinochet, pero nada efectivo hubieran podido hacer para que Chile retornara como digno miembro de la comunidad internacional.

Dilapidando lo conseguido por generaciones

Las relaciones diplomáticas no se establecen siempre por amistad, sino por la necesidad de mantener el contacto formal entre gobiernos. Las relaciones interiores entre oficialismo y oposición no dictan la conducta de las relaciones exteriores de un país. Si esa fuera la guía, los constantes cambios de conducta terminarían por destruir sin propósito una institucionalidad bicentenaria.

En las relaciones políticas el populista es un “sin-vergüenza”, alguien que no tiene ningún problema en ser incoherente con su comportamiento de ayer. Si coincide con lo que había hecho con antelación, es por pura casualidad. Cuando le señalan que se está contradiciendo, mira con auténtica sorpresa porque el criterio que lo orienta es el de la conveniencia y nada más.

Lo que no podemos hacer con alguien así es tomar en serio sus palabras, ni dejar de tomar en cuenta lo que dice, porque puede producir efectos reales y dañinos. A ratos y en conjunto, parecen estar predominando y poniendo la nota característica de la política chilena, agotándose todo en la coyuntura.

A un populista nunca se lo podrá tener contento. Su negocio consiste en canalizar descontento en la dirección que sea, en contra del que sea y con el motivo que sea. Necesitamos la política de los estadistas, no de los populistas.