Carta de Cristián Warnken a la izquierda chilena
“La izquierda se hizo cómplice de una insurrección que estuvo a punto de tirar la democracia por la borda”, dice Cristian Warnken: “Que no se laven las manos los pirómanos verbales de las declaraciones incendiarias de entonces”.
La quema y asesinato de tres carabineros en una emboscada en Cañete, en el sur de nuestro país, no es un acto aislado, o solo una brutalidad de un grupo de terroristas dementes. Para haber llegado a este punto, se conjugaron muchos factores y, entre ellos, la complicidad pasiva o incluso activa de una generación de jóvenes políticos que han jugado con fuego desde octubre del 2019. Sí, han jugado con fuego y el fuego, una vez desatado, tomó fuerza propia y ha ido devastando todo lo que ha ido encontrando a su paso.
Ahora se espantan, y enbuenahora, de lo que puede hacer el fuego de la “revuelta” que ellos mismos atizaron y aceleraron, y eso hay que celebrarlo si nace de una convicción y una conversión profunda y si no es una postura oportunista o pasajera.
Es cierto que esta es la hora de la unidad de todo el Estado sin fisuras, de todas las fuerzas políticas, como acaba de decir el Presidente Boric, (hay que aplaudir esa declaración y creerla) pero no puedo dejar de compartir con ustedes, miembros de la izquierda, esta reflexión, porque, para que la violencia nunca más encuentre un terreno fértil en una sociedad para su acción destructiva, es clave que cada uno reconozca su propia responsabilidad y haga una revisión profunda del propio actuar. Así, el viraje de postura no será un acto camaleónico ni oportunista y cuando vuelvan a darse las circunstancias, no se volverán a cometer los mismos errores, causas de los horrores a los que hoy asistimos.
Los hechos son demasiado recientes para olvidarlos: los ataques verbales y descalificaciones de autoridades de la República (diputados y otros) contra la institución de Carabineros, la justificación teórica e intelectual de la violencia como arma legítima para producir transformaciones en la sociedad chilena, la sistemática votación en contra de los diputados de izquierda contra las leyes para reforzar la seguridad, la romantización del terrorismo en La Araucanía apelando a discursos identitarios indigenistas, el “perro matapacos”, en fin, todo ese relato que se inventó para decirnos que este era un país en ruinas y que había que refundarlo, si era necesario con revuelta, con más calle y también con una nueva Constitución en que el Chile que conocemos todos dejaba de ser Chile para convertirse en un imbunche a la medida de los delirios de grupos radicales y en el que, entre otras cosas, Carabineros debía también ser refundado.
Esta es la hora para una inflexión profunda y honesta de la izquierda chilena en su postura ante la violencia. Yo vengo de esa izquierda y en octubre del 2019, ante la violencia callejera que asolaba nuestras ciudades, escribí una columna cuyo título era “Soy de izquierda y rechazo la violencia”, declaración que me valió la descalificación, la funa, de quienes me acusaron de haberme vendido a la derecha. Después, fui a un matinal, y condené el ataque de un furgón de carabineros inermes ante una turba que los atacó para derechamente matarlos: bastó eso para que en las redes sociales se me linchara.
Oponerse a la violencia era, entonces, ser un traidor, un “facho”, oh paradoja, cuando el fascismo se estaba viviendo en las calles, con quemas de bibliotecas, iglesias, y ataques de turbas a comisarías de carabineros. Los carabineros eran los victimarios y los primera línea, las víctimas.
Todo está ahí, en las redes, en los medios de comunicación: la izquierda se hizo cómplice de una insurrección que estuvo a punto de tirar la democracia por la borda. Nada volvió a ser igual después del 2019. Y, por eso, no debemos sorprendernos de lo que estamos viviendo hoy. Que no se laven las manos los pirómanos verbales de las declaraciones incendiarias de entonces, uno de los cuales dijo que dada las injusticias en la sociedad, “daban ganas de ir a quemarlo todo” (sic). Bueno, pues se quemó no todo, pero sí mucho. Y hoy el fuego asesino se ha llevado a tres funcionarios de carabineros. No lo olvidemos: se perdió el respeto a la autoridad, se intentó demoler toda forma de autoridad (porque ésta supuestamente era “patriarcal”, entre otras cosas), se atacó física y verbalmente a Carabineros, se le hizo un daño enorme demonizándolos, burlándose de ellos y ahí está el resultado.
Hoy día, muchos de esos incendiarios dirigentes están en el gobierno. Y les toca vivir el otro lado de la moneda: ser autoridad. ¿Significará esa experiencia que cuando vuelvan a ser oposición -que es lo que espera la mayoría del país- serán una oposición responsable, constructiva, adulta o volverán a sus trincheras adolescentes, a su amor por las barricadas y el fuego?.
Hoy Héctor Llaitul, un terrorista que sembró el terror en La Araucanía está a punto de ser condenado. No olvidemos que algunos conspicuos intelectuales y políticos participaron en lanzamientos de sus libros, lo alabaron, hicieron líricas declaraciones sobre su persona y su causa; me imagino que estarán guardando silencio en estas horas y espero estarán revisando y cuestionándose en el fondo de sus conciencias. Y el general director de Carabineros será formalizado en los próximos días y uno se pregunta ¿cuántos Fiscales y jueces no se han hecho eco del discurso demonizador de Carabineros que ha permeado nuestro mundo intelectual y universitario?.
¿Ha sido una parte de la Justicia inmune a la ideologización que relativiza algunos hechos de violencia y sube la vara cuando se trata de juzgar a la policía? Para el país va a ser difícil entender que el jefe de la policía pueda ser condenado, mientras la mayoría de los delincuentes y terroristas andan sueltos por las calles de nuestro país.
Para que se cumpla el deseo del Presidente de la República y logremos esa unidad sin fisuras ni ambigüedades ante la violencia y el terrorismo, nuestra izquierda debe hacer en esta hora su propio descenso, su revisión, su autocrítica profunda y valiente, y el dejar atrás sus complejos con el uso legítimo de la violencia por parte del Estado. Tiene que ser una conversión honesta, de verdad, no sólo una puesta en escena. Si ello ocurriera, estaríamos ante la inflexión que Chile necesita. Y, tal vez, la trágica muerte de estos tres mártires y héroes de la República podría haber servido para algo.
Los saluda, Cristián Warnken.