Columna de John Müller: “La participacionitis”
Sobre la manía de convocar al pueblo para resolver cualquier disputa, que no es signo de una mejor democracia.
Casi todo el mundo se ha lamentado de la baja participación en las primarias para definir los candidatos a las elecciones de gobernadores y alcaldes de octubre. Se estima que fue de un 6,17% en las 60 comunas que las celebraron.
Criticar a la gente porque no participa en todas y cada una de las instancias electorales es un síntoma de política adolescente y, sobre todo, un poderoso argumento en contra de la democracia asamblearia con la que soñaban nuestros dirigentes estudiantiles.
Sin duda, la participación política es un síntoma de la buena salud de una democracia. Y del vigor de sus instituciones, que se legitiman mientras más gente interviene en su gobierno. Pero la participación continúa es imposible. Las personas se cansan. Tienen más cosas que hacer que decidir por los políticos que ellos han elegido para decidir. De ahí la solución de la democracia representativa.
Cuando las instituciones pierden legitimidad por culpa de los errores de los encargados de gestionarlas, siempre hay alguien que sugiere que la forma de relegitimarlas es implicar a más gente -y si es posible a toda la gente- en la gestión. De ahí la reforma electoral que puso fin al sistema binominal y trajo toda esta fragmentación e inestabilidad política.
Dicen los políticos, politólogos y periodistas que les encanta que la gente participe. Y la gente contesta que ellos lo que quieren es que los gobiernen, a ser posible bien, porque están demasiado ocupados sacando adelante sus vidas.
Lo que la gente quiere es que el terreno de juego de su existencia esté bien marcado, sea razonable y respetado por una amplia mayoría. Los políticos deben asegurar eso.
Si alguien está soñando con tener un pueblo permanentemente movilizado para que atienda a todos sus llamamientos para resolver un conflicto, que se vaya olvidando. No todo se puede decidir votando y no todo lo puede decidir el pueblo. Por eso es necesario que existan otras formas de resolver los conflictos: se llaman acuerdos y suelen surgir de la negociación. En Chile nos hemos olvidado de cómo se alcanzan.