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Carta de Cristián Warnken a un amigo con muchos doctorados

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Radio Pauta
POR Equipo Radio Pauta |

“El pueblo hoy: un sujeto abandonado a su propia suerte”, dice Cristián Warnken: “El espectáculo de la política y los políticos se ha vuelto insoportable para los que tienen que levantarse todos los días a trabajar en condiciones cada vez más informales y en calles inseguras”.

Amigo: desde hace un tiempo que vengo escuchando tu opinión sobre lo que está pasando en el mundo, y no pude evitar escribirte esta carta. Siempre he admirado tu sagacidad intelectual, tu capacidad de estudio, tu inteligencia. Pero sentí, de pronto, que alguien tenía que tomarte de la solapa y decirte algunas cosas, tal vez las mismas que debo decirme a mí mismo. Para salir de nuestra caverna, la caverna de los iluminados en las que estamos cómodamente encerrados.

Miramos con perplejidad, (tú y yo, y muchos) y a veces con escándalo, que la gente esté votando, en Europa y otras partes del mundo a candidatos populistas de signos extremos. Como si el pueblo se hubiera vuelto loco, de repente, y se lanzara en manos de sus salvadores, que pueden ser también, a la larga -lo sabemos-, sus destructores. ¿El pueblo (del que tanto nos gustaba hablar e invocar en la década del 70) se convirtió acaso, de la nada, en un rebaño suicida?

Tal vez antes que juzgarlos tan severamente, habría que hacer primero el ejercicio de ponerse en el lugar, en el pellejo de la gente. Del pueblo real de hoy. No del pueblo imaginado por las ideologías. ¿Por qué el miedo y la bronca de amplias masas de votantes puede llevar a escoger a los que -mirados desde una postura políticamente correcta-son dementes y energúmenos? Obreros franceses que antes votaban por la izquierda y hoy se vuelcan en manos del ultraderechista Frente Nacional. Clase medias de blancos desempleados y empobrecidos de Estados Unidos que, sabiendo que Trump miente y es un sujeto poco fiable, lo prefieren al políticamente correcto Biden (hoy, además, patéticamente debilitado).

¿No es acaso que el mundo se ha vuelto muy duro de sobrellevar para millones de personas que antes confiaban en la democracia y hoy se sienten decepcionadas de ella? ¿No es tal vez que la clase política ha creado un mundo paralelo a la realidad rugosa y ríspida de ciudadanos cansados de votarlos, de ver que no tienen ningún horizonte de esperanza real que ofrecer? Ante una realidad cada vez más compleja y difícil, el espectáculo de la política y los políticos se ha vuelto insoportable para los que tienen que levantarse todos los días a trabajar en condiciones cada vez más informales, en calles inseguras donde todos los días te pueden asaltar y en que los hijos de los inmigrantes ocupan los cupos de las escuelas y los inmigrantes hacen más largas y fastidiosas las colas de atención en salud.

Desde un punto de vista ético y racional, decimos que hay que acoger a los inmigrantes, obviamente. Pero ¿es a nosotros -que no vivimos en los barrios de las periferias- a los que nos toca convivir con ellos, y con las bandas narcos, los que debemos encerrar a nuestros hijos en casas que se han vuelto prisiones? ¡Qué fácil es pontificar y dar discursos sobre la tolerancia y la inclusión instalados en cómodos condominios con guardias privados! Ese pueblo intolerante y “facho”, además de vivir en un presente cada vez más hostil, debe escuchar a los genios de Silicon Valley, describir la utopía de un mundo donde las máquinas reemplazarán a los trabajadores y en que tener un título profesional universitario no será garantía de nada. ¡Ese es el glorioso futuro que se le propone a la gente!

¿Se le puede pedir a ese ciudadano cansado, desgastado y sin esperanzas, paciencia, cultura democrática, refinamiento político? Decepción tras decepción, la gente vaga sin guía, con una sensación de orfandad y abandono. Como hijos huachos, sin líderes. Todos buscando a su Pedro Páramo. Porque eso es el pueblo hoy: un sujeto abandonado a su propia suerte, caminando por el desierto hacia un destino fantasma.

Los políticos y académicos -además- se entretienen con sus propias agendas, aplican teorías nacidas de prestigiosas universidades sin nunca haber mirado con atención, ni vivido en carne propia esa realidad que dicen haber estudiado. Ahí está ese diputado preocupado del alma, el sentimiento y pensamiento de los peces, mientras miles de pescadores luchan día a día por sobrevivir en un contexto cada vez más adverso. ¿Y quién se preocupa del alma y el sentimiento de ese pueblo huérfano? ¿A quién le interesa de verdad el pueblo y sus desvelos, sus miedos, sus pesadillas? ¿Quieres saber quién tiene más popularidad hoy en el pueblo de Chile? No Matthei, ni Kast, ni Bachelet, sino Bukele. Si Bukele se presentara hoy de candidato a presidente en Chile, arrasaría.

Sí, tú y yo y muchos tenemos abundantes argumentos para desconfiar de ese liderazgo, ¿pero sirven esos argumentos para debatirlos en la calle, con miles que se sienten indefensos y vulnerables y hastiados y para las cuales la palabra “democracia” se ha convertido en una palabra vacía? ¿Qué hacer-entonces-me preguntarás, para reconectar con el pueblo real, acaso volverse populista? No. De lo que se trata es de bajar del Olimpo y ponerse en los zapatos de los nuevos “descamisados” de hoy, las clases medias cada vez más empobrecidas y de los trabajadores a punto de ser reemplazados por máquinas. Sentir el miedo que ellos sienten en la nuca, habitar un rato su rabia y preguntarse como ofrecer una alternativa real, seria, que pueda competir con las promesas de los populismos.

Que de verdad haya cambios palpables en los temas que hoy duelen a las personas: la inseguridad, la vulnerabilidad social, la pérdida de sus valores comunitarios, de su identidad y de su historia (esos valores que algunos desprecian como “conservadores”). Para eso hay que dejar de mirarse en los espejos y en las fotos de alguna página de vida social, apagar Twitter y caminar por las calles de la ciudad asediada por fantasmas reales e imaginarios, conversar con el pueblo a la deriva, el pueblo huérfano, el pueblo decepcionado.

Sin ese pueblo, no sirve nada enarbolar los valores de la democracia liberal, ni de la moderación, ni de la “phronesis” aristotélica, la vieja prudencia que no entusiasma hoy a nadie. Si ese pueblo abandona a la democracia, la democracia será una palabra vacía en medio de la tempestad, un recuerdo anacrónico, una nostalgia de unos pocos, nosotros, la “intelligentsia”, los que no hemos sabido escuchar y entender los signos de alerta y ahora nos espantamos de los resultados de las elecciones en todo el mundo.

Si parte de nuestra élite sigue hablando “cabezas de pescado” (como el diputado ese que nunca leyó la “Oda al caldillo de congrio” de Neruda ni ha tirado una red al mar en noches de tormenta), nos hundiremos todos en un océano de intolerancia y extremismos y demencias. Y esas demencias serán el resultado de una élite divorciada de la realidad, que sólo se alimenta de sí misma… Es hora de atender a ese pueblo extraviado, sin norte ni centro ni sur. Es hora de abrazarlo, de dejar de proponerle teorías sobre sí mismo vacías para él, sin sentido.

Habrá que releer ese magnífico poema de Vallejo “Un hombre pasa con un pan al hombro”: ”Un hombre pasa con un pan al hombre ¿ voy a escribir después sobre mi doble?/otro tiembla de frío, tose, escupe sangre/¿Cabrá aludir al Yo profundo?… Etc. Etc. De eso se trata: de pararse en una esquina y mira pasar a un hombre con un pan al hombro y con muchas deudas y promesas incumplidas. Mirarlo con mirada atenta, no desde un púlpito ni desde una cátedra. Mirarlo cara a cara y ponerse a pensar. No a repetir consignas ni teorías de la izquierda “woke” y la derecha “light”: pensar este mundo complejo en el que estamos desde el lado de los que sobran y no el de los pagados de sí mismos, que se pasean por las grandes universidades de la Costa Este norteamericana, pero que no saben como viven y que sienten los habitantes de Los Muermos o de las “banlieues” parisinas. O de cualquier caleta de pescadores del país en que los pescados son para comérselos y no para engrosar la larga lista de las víctimas creadas desde alguna ONG o desde la academia… ¿Nadie ha creado una ONG para las verdaderas víctimas de hoy, las de una globalización fracturada: el pueblo huérfano e invisibilizado, en vez de preocuparse de los peces de colores?

Un abrazo, Cristián Warnken.