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Carta de Cristián Warnken a la izquierda democrática chilena

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POR Equipo Radio Pauta |

“La izquierda de verdad democrática ya le ha permitido a ese partido demasiadas bravuconadas que sí cruzan la línea roja”, escribe Cristián Warnken.

La presión internacional aumenta sobre el régimen autocrático de Maduro para que transparente las actas de los centros electorales: y entre los países que lo están reclamando están Brasil y Colombia. Nadie podrá decir de ellos que son regímenes “fascistas” o de extrema derecha, como se ha acostumbrado a denostar el burdo dictador venezolano a todo aquel que ose poner en duda un fraude que ha quedado en flagrante evidencia.

Hasta nuestro Presidente Gabriel Boric fue insultado sólo por haber osado decir que no reconocerá los resultados que no sean verificables. Declaración que habla muy bien de él: quizás es el segundo gesto de su carrera política en que ha demostrado independencia de los “poderes fácticos” de la izquierda radical: el primero fue cuando firmó el acuerdo de noviembre del 2019 y ahora esa declaración de independencia ante Maduro que, por supuesto, le ha debido costar mucho hacer.

A Boric se le podrán criticar muchas cosas (yo mismo lo he hecho) pero no ha cruzado esta vez la línea roja que separa el compromiso con los mínimos de una convicción democrática. La inmensa mayoría de los chilenos, estoy seguro, ha valorado este gesto. El único que todavía no se mueve de su incondicionalidad con Venezuela es el Partido Comunista y, como bien lo han señalado varios dirigentes del socialismo democrático, eso comienza a volverse no sólo incómodo sino impresentable.

¿Cómo se puede ser parte de una alianza donde uno de los partidos sigue apoyando una de las dictaduras más abyectas y siniestras de nuestro tiempo? Una cosa es lealtad (y uno podrá entenderlo en dirigentes comunistas que le deben favores a ese régimen) otra cosa es preferir alinearse con el dictador caribeño que con el Presidente de la coalición a la que ellos pertenecen.

La izquierda de verdad democrática ya le ha permitido a ese partido demasiadas bravuconadas que sí cruzan la línea roja. Hagamos un pequeño recuento con algunos botones de muestra: pretender adueñarse de la conmemoración de los 50 años del golpe e imponer su verdad, impidiendo que fuera posible avanzar en una reconciliación de cara al futuro. Criticar al Gobierno por avalar un allanamiento de un comedor en una población donde había guardado armamentos, poniendo en duda su deber de resguardar el Estado de Derecho. Y, ahora, plegarse a la mentira de un régimen descompuesto política y moralmente que no sólo alteró los votos de manera grosera (probablemente será un récord Guinness de un robo de tantos millones de votos, nunca visto) sino que impidió y negó a la oposición condiciones y garantías mínimas para participar en una elección. Ante las ilegalidades y violación de su propia Constitución Bolivariana (que tanto cacarean y enarbolan como si fuera un texto sagrado), ante la persecución del equipo del candidato opositor, ante las violaciones de los derechos humanos de un pueblo entero, el Partido Comunista ha preferido hacer vista gorda, mirar para el lado e incluso hacer que su secretario general hiciera declaraciones de validación de uno de los procesos electorales más impresentables del que se tenga memoria en América Latina.

Con esto el Partido Comunista ha demostrado que la democracia y la libertad de los ciudadanos no está entre sus prioridades y que prefiere convertir a sus dirigentes en estaferros de una dictadura vergonzante a defender las declaraciones razonables del Presidente que dicen apoyar y al que le deben formar parte de su gobierno.

Ustedes, la izquierda democrática, han guardado demasiado tiempo silencio ante estas flagrantes contradicciones. Tanta incoherencia no puede sostenerse en el tiempo, hay un momento en que cargar con ese peso sólo puede a la larga convertirse en un dilema ético al que no se puede rehuir contestar: ¿Se puede ser aliado de un partido que es cómplice de una dictadura que ha hecho sufrir a millones de compatriotas venezolanos, de un partido que no tiene convicciones democráticas? ¿Se le puede exigir a la derecha convicción democrática o criticar sus alianzas si se gobierna con un partido autoritario que avala gobiernos autoritarios? ¿Porqué tanto miedo al Partido Comunista, porqué perdonarle todo? ¿Porqué este partido tiene tanto poder al interior  de la coalición de gobierno? Es una pregunta claramente incómoda y difícil de contestar para la izquierda que quiere ser reconocida como “democrática”.

Es una muy buena señal que varios parlamentarios de ese sector estén sacando la voz y exijan mínima coherencia. Con esta esquizofrenia interior, esta coalición no puede llegar muy lejos ni ofrecer un proyecto de país creíble y con mínimos estándares éticos y políticos.

Lo que ha ocurrido en Venezuela este domingo es tan grave, que es imposible no definirse con claridad donde uno va a estar. Para una izquierda que se ha declarado históricamente latinoamericanista, lo que ocurre en Venezuela debiera ser fuente de indignación y protesta. No se puede ser tan indiferentes o laxos ante este via crucis que está viviendo el pueblo venezolano (y el cubano y el nicaragüense). Cualquier ambigüedad es una forma de complicidad con una dictadura implacable y mentirosa que le ha quitado la dignidad a su pueblo: ¿No era acaso la “dignidad” la consigna principal de las manifestaciones de octubre del 2019? ¿El pueblo venezolano, acaso,  no tiene derecho a la dignidad? ¿O la dignidad era sólo una consigna más? Lo más fácil sería hacer unas declaraciones, o sostener una escaramuza más o menos ruda con los comunistas  para luego tirar el problema debajo de la alfombra: pero así no se puede hacer política consistente, eso es sólo sobrevivir. Como nunca antes, hacer política democrática exige consistencia y coherencia.

¿Qué va a hacer la izquierda democrática chilena en los meses que viene? ¿Cargar con el muerto que Maduro y sus socios ha colocado en sus hombros con la servicial ayuda del Partido Comunista o librarse de una vez por todas de él, para por fin, ser lo que se quiere y debe ser, es decir, una izquierda de verdad democrática y no seudo o cuasi democrática? Ahora es cuando. Es la hora de ser o no ser democráticos. Después ya será muy tarde.

Saludos cordiales,

Cristián Warnken