Columna de John Müller: “Los vientos de la Guerra Fría”
El intercambio de prisioneros y Venezuela trajeron de vuelta el predominio de la razón de Estado y el doble estándar.
Vuelven las cosas de otro tiempo para poner a prueba a quienes no manejan los códigos del pasado. De pronto, la cultura de la Guerra Fría volvió como un huracán. Estados Unidos y Rusia intercambiaron prisioneros, tal como hacían en el puente Glienicke de Berlín que Spielberg recordó en ‘El puente de los espías’, pero ahora lo hicieron en un aeropuerto de Ankara (Turquía). La sola mención de Turquía me hizo pensar en ‘De Rusia con amor’, la película de James Bond donde Pedro Armendáriz era un improbable jefe del espionaje turco cuando ya lo devoraba el cáncer.
El intercambio es desigual. En el elenco rescatado por Putin, a los que prometió una medalla de héroes de Rusia, sólo hay sicarios y espías, algunos de ellos condenados o detenidos por los sistemas judiciales de democracias acreditadas. No hay disidentes políticos.
En cambio, en el grupo liberado a petición de Estados Unidos, hay al menos nueve ciudadanos rusos o ruso-alemanes que estaban encarcelados únicamente por sus vínculos con la oposición, por haber criticado la invasión de Ucrania, por cuestionar la versión rusa de la matanza de Bucha o por guardar relación con el líder opositor Alexei Navalni.
Para Putin es muy valioso Vadim Krasikov, que asesinó a un comandante checheno en Berlín, y la pareja de agentes ruso-argentinos detenidos en Eslovenia, que ahora llaman ‘ilegales’ y que antes se denominaban ‘durmientes’. Mihail Mikushin, detenido en Noruega haciéndose pasar por investigador universitario brasileño, es otro de ellos.
Hay un periodista ruso-español, acusado de espionaje en Polonia, pero la evidencia publicada hasta ahora no es contundente. Pese a que Podemos lo defiende, el Gobierno español no ha mostrado gran interés por hacerlo. Un caso raro que podría decantarse en cualquier sentido en el futuro.
Además de los presos políticos, Estados Unidos consiguió liberar al periodista Evan Gershkovich, corresponsal de ‘The Wall Street Journal’, a la periodista Alsu Kurmasheva de Radio Free Europe/Liberty, al infante de marina Paul Whelan y al ciudadano alemán Rico Krieger, que estaba detenido en Bielorrusia.
Los detalles revelados estos días indican que Alemania aceptó entrar en la operación (soltando a Krasikov) porque quería liberar a Navalni, pero éste murió ocho días después de iniciarse los contactos.
Como en todas estas operaciones, la opacidad de los gobiernos es máxima. Prevalece la razón de Estado por encima de la transparencia y la rendición de cuentas. A las generaciones que no vivieron con intensidad la Guerra Fría les va a resultar difícil aceptar la aplicación de la razón de Estado de la misma manera que hoy resulta difícil reinstalar el servicio militar en Europa.
Un segundo aspecto de la Guerra Fría que se puso de actualidad estos días fue la política del doble estándar, a la que el presidente Gabriel Boric y su generación han repudiado en múltiples ocasiones. Quedó de manifiesto con su temprana denuncia en redes sociales del robo electoral que Nicolás Maduro está perpetrando en Venezuela.
La operación que Lula (Brasil), Petro (Colombia) y López Obrador (México) están conduciendo en torno a Maduro y que podría llevar a una repetición electoral este mismo año es una prueba de que esos gobernantes formados en los códigos de la Guerra Fría se han tenido que adaptar a las demandas de las generaciones que no la vivieron y que no están dispuestas a tolerar que los mismos actos se midan con una vara retorcida dependiendo de la amistad ideológica.