Columna de Víctor Maldonado: “Amor con Amor se paga”
“Las decisiones se toman si se sopesan las consecuencias. Eso se piensa antes o se padece después”.
Una respuesta débil y desordenada
El gobierno ha dejado de cometer errores gruesos, pero tropieza con errores específicos de los que no sabe salir con agilidad. La dificultad con la que se topa no es el problema mismo, sino la debilidad de la respuesta política asumida.
La derecha está enfrentando al oficialismo con una especie de guerra de guerrillas comunicacional, que dejó de tener por objetivo a Gabriel Boric y pasó a los ministros y jefes de servicio. Es el caso de cuanto ha acontecido con la destitución de Isabel Amor, la reacción no ha podido ser más desordenada.
En el gobierno se tuvieron muchas respuestas de distinto calibre y naturaleza. Las explicaciones fueron tan largas como imprecisas, de modo que se ha podido volver a preguntar una y otra vez contrastando una versión con otra.
Para efecto de lo que estamos conversando, importa menos el caso concreto como el comprobar que la confusión en el oficialismo fue completa. Nada dice que este tipo de tropiezos no se puede repetir con pequeñas variaciones.
A tal punto se llegó que ya no fue posible encontrar una solución antes de que causara un daño importante a la reputación del oficialismo. No se podía proceder a la reincorporación de la afectada, como no pocos pidieron. No existe la imposición desde fuera de un directivo de confianza, salvo que se decida prescindir de la jefatura que toma la medida inicial. Tampoco bastaba con mantener la primera resolución sin más porque la polémica sigue instalada.
No solo eso, a estas alturas Isabel Amor ha entrado en abierta polémica con las mismas autoridades con las que debiera trabajar en dependencia jerárquica, lo que no tiene ninguna lógica. Por eso, ahora solo queda pagar los costos.
Si no soportas la presión, no tomes la decisión
Es una situación que se dejó escalar a un punto en el que sigue afectando, pero no se puede resolver. Para peor, queda en evidencia que existe un procedimiento que, con más o menos variaciones, se podía seguir empleando.
Si hay algo que no puede continuar, es la costumbre de tomar decisiones sin considerar desde el inicio las réplicas que conllevan. Pensar que esto empezaría y terminaría con una decisión de la autoridad, es el error clave.
A lo mejor, hasta hace poco algo como esto no importaba. La atención se dirigía hacia otros focos, en particular al Parlamento, pero la centralidad que ha adquirido la gestión de gobierno hace pensar que este giro se hará permanente.
El déficit que hay que afrontar es político porque los procedimientos de selección funcionaron perfectamente y allí no estuvo el problema. En medio de una polémica en la que se han analizado todos los aspectos imaginables, esto es lo único que ambos bandos han dejado fuera de la discusión.
El principio de pérdida de confianza está pensado para que una autoridad lo pueda invocar sin necesidad de argumentarlo ante otros. Basta con que una decisión sea mínimamente verosímil. Sin embargo, esta medida fue conocida por el reclamo público de la involucrada y de inmediato fue puesto en un terreno donde cualquiera puede opinar. Por eso, el gobierno quedó sin respuesta.
El argumento decisivo se perdió en el inicio. De allí en adelante las autoridades del ministerio no podían ganar. Las decisiones se toman si se sopesan las consecuencias. Eso se piensa antes o se padece después.